Una voz para la niñez afrocolombiana
Lina María Mosquera es una mujer negra, psicóloga, amante del baile, oriunda de Santander de Quilichao, que entre sus recuerdos más dulces de infancia, destaca las largas tardes sentada en el jardín de su casa con sus abuelos, viendo caer el sol, mientras levantaban las tasas de café acompañadas con tajos de chontaduro.
Desde su infancia, Lina tuvo que enfrentarse innumerables veces a los estereotipos que rodeaban su identidad como una mujer negra de piel clara. Su cabello grande y afro, como los árboles que dan sombra y descanso en medio del sol, siempre generó comentarios y miradas. Con melancolía recuerda que, a pesar de ser una niña, muy rápido entendió sobre las presiones sociales y culturales que conlleva encarnar su piel.
Durante los últimos cuatro años, ha estado involucrada en un ejercicio de incidencia social y política en el municipio de Santander de Quilichao. Actualmente forma parte de la Fundación Tengo Ganas, una organización centrada en promover el liderazgo juvenil y construir proyectos de vida acordes a los intereses de los jóvenes con los que trabajan. Su enfoque también se extiende a ayudar a las y los jóvenes a tomar decisiones importantes relacionadas con la sexualidad y sus derechos como ciudadanos. Así mismo, es coordinadora en Fundamor, donde se esfuerza por promover la equidad en la Escuela de Paz, un espacio donde convergen niños y niñas de diversas comunidades, como campesinos, indígenas y afrodescendientes.
Lina insiste en la importancia de emplear el arte como herramienta de transformación social. Por ello, expresa la importancia de dar protagonismo a la escritura en las comunidades negras. Para Lina la escritura representa la posibilidad de procesar sus emociones, de plasmar en papel aquello que no comprende y, a través de la conexión entre las palabras, encontrar una forma de entender lo que le sucede. También cree que la escritura es un poder, y que a través de ella se pueden lograr transformaciones positivas en las comunidades afrodescendientes.
Desde su infancia, Lina tuvo que enfrentarse innumerables veces a los estereotipos que rodeaban su identidad como una mujer negra de piel clara. Su cabello grande y afro, como los árboles que dan sombra y descanso en medio del sol, siempre generó comentarios y miradas. Con melancolía recuerda que, a pesar de ser una niña, muy rápido entendió sobre las presiones sociales y culturales que conlleva encarnar su piel.
Durante los últimos cuatro años, ha estado involucrada en un ejercicio de incidencia social y política en el municipio de Santander de Quilichao. Actualmente forma parte de la Fundación Tengo Ganas, una organización centrada en promover el liderazgo juvenil y construir proyectos de vida acordes a los intereses de los jóvenes con los que trabajan. Su enfoque también se extiende a ayudar a las y los jóvenes a tomar decisiones importantes relacionadas con la sexualidad y sus derechos como ciudadanos. Así mismo, es coordinadora en Fundamor, donde se esfuerza por promover la equidad en la Escuela de Paz, un espacio donde convergen niños y niñas de diversas comunidades, como campesinos, indígenas y afrodescendientes.
Lina insiste en la importancia de emplear el arte como herramienta de transformación social. Por ello, expresa la importancia de dar protagonismo a la escritura en las comunidades negras. Para Lina la escritura representa la posibilidad de procesar sus emociones, de plasmar en papel aquello que no comprende y, a través de la conexión entre las palabras, encontrar una forma de entender lo que le sucede. También cree que la escritura es un poder, y que a través de ella se pueden lograr transformaciones positivas en las comunidades afrodescendientes.
La equidad, para Lina, implica tener igualdad de oportunidades y acceso a la educación. La equidad también implica la creación de entornos protectores y seguros para niños, niñas, adolescentes y mujeres.
Soy del monte,
soy del río,
soy del mar.
Los cabellos ensortijados que caen por mi cara,
recuerdan la frondosidad de aquel árbol de zapote,
que cubría a mi madre y a mí
de las tardes soleadas del campo,
(que) sentadas sobre la piedra,
parloteábamos de sueños y fantasías,
sobre futuros posibles e inciertos.
(Otros días)
Cuando las aguas de mi vida se cristalizan
encuentro claridad para habitar mis emociones
que aparecen como cascadas fluidas.
soy del río,
soy del mar.
Los cabellos ensortijados que caen por mi cara,
recuerdan la frondosidad de aquel árbol de zapote,
que cubría a mi madre y a mí
de las tardes soleadas del campo,
(que) sentadas sobre la piedra,
parloteábamos de sueños y fantasías,
sobre futuros posibles e inciertos.
(Otros días)
Cuando las aguas de mi vida se cristalizan
encuentro claridad para habitar mis emociones
que aparecen como cascadas fluidas.
pero cuando mis aguas se turban,
el río arrastra,
llevando a su paso, sin ser capaz de ver
lugares, personas e historias.
Cuando bailo
mi cuerpo se conecta con lo profundo del mar
allí donde algas, peces y diferentes especies marinas
danzan al vaivén de las corrientes subterráneas
a veces por instinto,
a veces por peligro,
a veces por placer,
a veces por felicidad.
Soy del monte,
soy del río,
soy del mar.
el río arrastra,
llevando a su paso, sin ser capaz de ver
lugares, personas e historias.
Cuando bailo
mi cuerpo se conecta con lo profundo del mar
allí donde algas, peces y diferentes especies marinas
danzan al vaivén de las corrientes subterráneas
a veces por instinto,
a veces por peligro,
a veces por placer,
a veces por felicidad.
Soy del monte,
soy del río,
soy del mar.
Autora: Lina María Mosquera