Una voz en calma que grita fuerte
Katherine Mosquera es una mujer negra nacida en Bogotá, pero de raíces profundas en el Pacífico colombiano. Con voz pausada y tranquila, cuenta cómo ha sido crecer entre los cerros capitalinos, lo que ha significado ser una mujer negra en Bogotá y sobre todo, habitar la ciudad.
Esta joven poeta, escritora, amante de la literatura y soñadora, reconoce que su infancia en Bogotá, siendo la única niña negra en todos los espacios o en la mayoría, fue «abrumadora». Pero este no fue el único episodio que ha marcado su vida. Como mujer negra y bogotana, reconoce que hay muchos otros espacios donde su identidad ha sido incómoda para otras, otros y otres, pero sobre todo, donde comprueba ese racismo estructural que existe y que se ha enraizado en la memoria, actuar y cotidianidad de las personas. «La universidad también fue un espacio de todo el tiempo estar defendiéndome, de por qué merecía estar allí, de demostrar cómo tenía las capacidades para estar ahí, para pertenecer».
Para Katherine, quien hoy en día es maestra, escribir le enseñó a sanar y a liberarse del yugo que quiere encasillar a las mujeres negras a una sola manera de ser, entenderse y encontrarse. Ella encontró desde sus pasiones y sus luchas, las maneras en las que ella misma quería contarse. Aprendió también a cómo compartirlas, a cómo gritarlas, a cómo hacerlas en colectivo. Su historia no solo lleva su nombre, lleva el nombre de todas las que han decidido reconocerse y de los procesos en los que alza la voz como una decisión de vida.
Es en estas luchas, desde su posición como escritora y profesora desde donde ella apuesta por la equidad, promoviendo no solo el reconocimiento de la diáspora de las personas negras, sino también cuestionando los escenarios y maneras que han canonizado la literatura y la escritura, dando a conocer lo que denomina, «nuestras propias narrativas».
Esta joven poeta, escritora, amante de la literatura y soñadora, reconoce que su infancia en Bogotá, siendo la única niña negra en todos los espacios o en la mayoría, fue «abrumadora». Pero este no fue el único episodio que ha marcado su vida. Como mujer negra y bogotana, reconoce que hay muchos otros espacios donde su identidad ha sido incómoda para otras, otros y otres, pero sobre todo, donde comprueba ese racismo estructural que existe y que se ha enraizado en la memoria, actuar y cotidianidad de las personas. «La universidad también fue un espacio de todo el tiempo estar defendiéndome, de por qué merecía estar allí, de demostrar cómo tenía las capacidades para estar ahí, para pertenecer».
Para Katherine, quien hoy en día es maestra, escribir le enseñó a sanar y a liberarse del yugo que quiere encasillar a las mujeres negras a una sola manera de ser, entenderse y encontrarse. Ella encontró desde sus pasiones y sus luchas, las maneras en las que ella misma quería contarse. Aprendió también a cómo compartirlas, a cómo gritarlas, a cómo hacerlas en colectivo. Su historia no solo lleva su nombre, lleva el nombre de todas las que han decidido reconocerse y de los procesos en los que alza la voz como una decisión de vida.
Es en estas luchas, desde su posición como escritora y profesora desde donde ella apuesta por la equidad, promoviendo no solo el reconocimiento de la diáspora de las personas negras, sino también cuestionando los escenarios y maneras que han canonizado la literatura y la escritura, dando a conocer lo que denomina, «nuestras propias narrativas».
«Entiendo el principio de equidad como un principio de justicia, de reparación y de dignidad o dignificación de la vida».