“Necesitamos un Observatorio para la justicia económica en el Pacífico colombiano desde un enfoque interseccional que mida los impactos de las economías globales en las realidades locales”
– Lina Lucumí Mosquera
En esta entrevista, ella nos habla sobre su territorio y sobre “la desesperanza de la falta de oportunidades”. Además, nos cuenta sobre la importancia de sus investigaciones sobre la justicia económica para la construcción de una equidad racial y de género en nuestro país.
Lina Lucumí Mosquera, es una mujer joven afrodescendiente. Es contadora pública de la Universidad del Valle en Cali, Magíster en Desarrollo de la Universidad de Sheffield en Inglaterra y, actualmente, estudiante de Doctorado en descolonización de mercados globales en la De Montfort University en Inglaterra. Su historia está ombligada en las tierras fértiles del corregimiento de Quinamayó ubicado en la zona plana del sur del departamento del Valle del Cauca.
En esta entrevista, ella nos habla sobre su territorio y sobre “la desesperanza de la falta de oportunidades”. Además, nos cuenta sobre la importancia de sus investigaciones sobre la justicia económica para la construcción de una equidad racial y de género en nuestro país.
CEAF: ¿Qué nos puedes contar de tu historia de vida y de Quinamayó?
Lina Lucumí Mosquera: Nací en Cali producto de la migración de mis abuelos paternos. Una migración que tuvo un “tinte” de desplazamiento por efectos económicos. Mis familias maternas y paternas provienen de un corregimiento llamado Quinamayó, una pequeña comunidad afrodescendiente que se asentó a las orillas del río Cauca desde la época esclavista. De nuestros mayores y mayoras sabemos que fue un pueblo fundado por personas que obtuvieron su libertad después de fugarse de las plantaciones de caña de azúcar. Esto explicaría mis apellidos provenientes del África Occidental: Lucumí, Viáfara y Aponzá.
En Quinamayó somos primas, primos, tías y tíos. Somos orgullosamente agricultores y esto marca la pauta sobre cómo nos relacionamos con el territorio. Tenemos un sistema de producción de alimentos que le llamamos la finca tradicional, la cual consiste en un grupo de parcelas de tierra familiares, en donde sembramos plátano, yuca, cítricos, cacao, mandarina, variedades de limón y caña de azúcar. Geográficamente, estamos cerca al río Cauca, nosotros no somos paso para nada. ¡Si vas para Quinamayó, vas para Quinamayó!
Esta es una comunidad que históricamente ha contado con poca presencia del Estado. Es el Consejo Comunitario quienes han organizado la vida en comunidad diciendo cómo vamos a limpiar el cementerio o la cancha, qué vamos a hacer con la seguridad, como vamos a hacer para tener alumbrado público, cómo vamos a hacer para que nadie se acueste sin comer, cómo nos vamos a garantizar para evitar el uso indebido de la pesca de tilapia y bagre en el humedal. Esta comunidad se ha forjado sin la presencia activa del Estado y siendo el Estado para sí misma. Por ejemplo, a principios de la pandemia causada por el virus del COVID-19, líderes y lideresas controlaron el flujo de personas dentro del territorio. Creo que esa fue una muestra de defensa de nuestras vidas y del territorio, así también como una prueba de como el territorio sólo es posible y existe en tanto está en coexistencia con nosotros y nosotras como pueblo afrocolombiano.
CEAF: Entonces es la comunidad quién ha tenido que gestionar la vida en el territorio, ¿frente a qué problemáticas?
Lina Lucumí Mosquera: Enfrentamos la expansión y la fumigación de monocultivos. Los insecticidas afectan la mandarina, el limón, el cacao y otros cultivos. También, sufrimos las consecuencias de la contaminación del río Cauca producto de la minería legal e ilegal que ocurre en los corregimientos más arriba.
Otro de los problemas más grandes que enfrentamos es que el trabajo doméstico aparece como una única oportunidad para las mujeres de Quinamayó. En contexto de pandemia esta situación se agudiza aún más. El panorama para las mujeres que se emplean en casas de familia es aún más desalentador porque han perdido sus empleos o se han profundizado cadenas de explotación económica y emocional. Entonces, desde el Gobierno Nacional se firman planes de reactivación económica postpandemia, escuchamos sobre proyectos concentrados en la industria de la construcción y la pregunta es, ¿los empleos directos e indirectos que va a generar este sector vinculará a estas mujeres, quienes están siendo mayoritariamente afectadas?
En el territorio hay unas condiciones de pobreza racial que intenta precarizar la vida material y el espíritu. En el marco de un proceso de intervención que lideré para facilitar procesos formativos de bilingüismo, una estudiante del colegio de Quinamayó dijo una frase que a mí me pareció muy dura, pero que explica muy bien su propia experiencia, “vivimos en medio de la desesperanza que produce la falta de oportunidades”.
CEAF: ¿A qué se refiere con la desesperanza de la falta de oportunidades?
Lina Lucumí Mosquera: Esta fue la respuesta de una estudiante frente a mi pregunta sobre lo que significaría para nosotres la justicia económica comunitaria y generacional. Ella ejemplificó su expresión con su experiencia personal. Narró lo que significó para ella visitar por primera vez el aeropuerto internacional Alfonso Bonilla Aragón hace unos meses atrás, como parte de una excursión de su colegio. Ella dice que se enamoró de los aviones y empezó a soñar con ser la primera piloto negra de vuelos comerciales en Colombia. Relata que se comenzó a preguntar qué debía hacer. No tener una respuesta frente a esa pregunta es una muestra de que, en términos estructurales, estamos en desventaja. El que no sea posible para esta joven mujer afrocolombiana rural diseñar un plan para sus sueños, aún teniendo toda la ambición y las ganas, es sólo uno de los muchos ejemplos de lo que significa lo que la estudiante ha nombrado como “la desesperanza de la falta de oportunidades”.
CEAF: ¿Qué se siente vivir constantemente sin respuesta frente al qué hacer para que nuestros niños y niñas logren sus sueños?
Lina Lucumí Mosquera: Es como sentir que golpeo una pared de concreto y hierro con mis propios puños. Una pared que se impone ante sus sueños y parece tan alta que no la pueden escalar, además es tan ancha que no le pueden dar la vuelta. Debo decir, sin embargo, que es también una muestra de dignidad atreverse a soñar y a enunciarlo. Esta joven me preguntó: “Lina, ¿qué vamos a hacer con mi sueño?”. Creer que ella merece soñarse con esto que parece imposible, es muestra de su dignidad y de lo que Patricia Hill Collins señala como los actos de resistencia de mantener viva la esperanza y el entendimiento de la heterogeneidad de las opresiones que enfrentamos. La estudiante también contaba que alguien le decía: “mira yo no creo que aquí en Colombia le suelten un avión a una mujer como vos”. ¿Quién es alguien como ella? ¿Por qué a alguien como ella no le soltarían un avión aquí en Colombia? Esa es la crudeza de la discriminación basada en la identidad étnico racial, clase, ubicación geográfica y de género.
CEAF: Entonces esa desesperanza de la falta de oportunidades que has venido enunciando está relacionada con el racismo, ¿cómo es esto?
Lina Lucumí Mosquera: Uno de los daños más significativos que causa el racismo y de las acciones que emprendemos para enfrentarlo en Colombia es que nos hace sentir que hay un problema con nuestra persona, con nuestras construcciones personales. Aunque con las herramientas teóricas, el racismo tiene esa particularidad de camuflarse y disfrazarse como un problema de individuos, más que como un asunto sistémico y estructural. ¿Qué hacer con esas consecuencias del racismo que te dicen el problema sos vos, el problema es que en Colombia no le sueltan un avión a alguien como vos? Aquí hay un entrecruzamiento no siempre visible entre el racismo y las construcciones personales, pero, realmente, no es que tus ideas no sean claras, sino que no deberías hablar de esto como una persona racializada.
Creo que eso aniquila el alma. Además de las consecuencias materiales, el racismo también apunta a dispararle al espíritu, a aniquilar lo que somos y a hacernos sentir que hay algo mal con nosotras. Esto es desgarrador.
CEAF: Y ¿cómo se afrontan esos dolores que deja el racismo al espíritu?
Lina Lucumí Mosquera: Aún estoy aprendiendo cómo afrontarlo, no creo que tenga una respuesta definitiva a esta pregunto. He descubierto que a medida que tu avanzas socialmente, las agresiones racistas y sexistas se agudizan y se hacen más hostiles y difíciles de identificar. Entonces he tenido que aprender a leer lo que vivo en diferentes contextos. Algunas veces aprendo las respuestas, pero me cambian las preguntas. Aquí vamos.
Sin embargo, hay un acto que a mí me parece poderoso para enfrentar estos dolores del racismo. Regresar a nuestra comunidad es un acto de sanación. Solemos caracterizar el retorno al territorio como un acto que beneficia a las comunidades locales, y claro que lo hace, llegamos con nuevos recursos, redes, experiencias, sin embargo, me atrevo a decir que, volver a dónde somos, nos cura física y espiritualmente. No generalizaré todas las realidades de las comunidades de la diáspora africana en Colombia, pero en Quinamayó celebramos nuestros triunfos y nos recordamos que somos valiosos y valiosas. Por ejemplo, para la generación que nació bajo la Constitución de 1991 y han comenzado a ser los primeros en sus familias en todo, ir a la universidad, hablar una segunda lengua, etc., ¿cuáles son las heridas que llevan en sus almas?
Después de pasar una temporada en Inglaterra, la carísima, la pre- y, ahora, post-Brexit, diría que una puede lidiar con no comer bien, con no ver a tu familia por un largo tiempo, pero esto de ser testiga como las personas negras lidiamos con la desacreditación de nuestros trabajos es desgarrador. Estas miradas coloniales sobre nuestros cuerpos e ideas que fueron concebidos como mercancías se extrapolan a desacreditaciones personales, del yo que hablamos ahora, eso es muy fuerte y nos cuesta muchas vidas negras.
CEAF: ¿Y qué es esto de la justicia económica?
Lina Lucumí Mosquera: Para ponerlo en términos sencillos, la justicia económica es la apuesta por pensar la asignación de recursos de una manera equitativa. Para nosotres como afrodescendientes, este concepto hace imperativo considerar la reparación colectiva. Este concepto yo lo he explorado con mi activismo, sobre todo en el movimiento estético. Yo comencé a reivindicar la estética negra y otras formas de transitar por el mundo sin que tengamos que poner amoníaco en nuestra cabeza. Aprendí muchísimo de la maestra Emilia Eneyda Valencia directora de Amafrocol. En ese momento fue claro para mi ver como las industrias cosméticas tradicionales configuraban una lógica de extractivismo de nuestros cuerpos, emociones e inseguridades, mientras movilizábamos unas económicas de productos que no tienen un impacto económico significativo en nuestros territorios. Y que, además, contaminan el medio ambiente imponiendo un uso excesivo del plástico. ¿Por qué nosotras no somos parte de esas riquezas que se generan a nuestra costa?
Posterior, durante mis estudios de maestría, profundicé en el auge que en los últimos 30 años ha tenido la comercialización de productos “exóticos" creados, especialmente, por mujeres negras. Entonces, me interesó saber cuál es la participación que tienen las mujeres del Sur de África en estos mercados globales y en la acumulación del capital que generan. Un caso que fue muy importante en mi maestría fue identificar el fruto llamado baobab. El baobab se está vendiendo como uno de los productos vitamínicos más poderosos en el mundo y está siendo reconocido por sus cualidades nutricionales. El mundo está descubriendo que el baobab existe, pero las mujeres del sur oriente de África llevan usándolo durante muchas generaciones. Entonces se crean discursos sobre lo “novedoso” e “innovador” de este producto. Como resultado, se produce en algunas ocasiones, no en todas, transacciones de materias primas y conocimiento que no necesariamente reconoce económicamente el capital cultural que estas mujeres han construido a lo largo de generaciones.
CEAF: ¿Y por qué deberíamos de hablar sobre justicia económica en Colombia?
Lina Lucumí Mosquera: En Colombia y, específicamente, en el Pacífico colombiano necesitamos tener una conversación sobre la creación de emprendimientos. ¿Será que está es la solución a todos nuestros problemas? ¿Qué tipos de empresas necesitamos/deseamos crear? ¿Cuál debe ser su potencial de crecimiento? ¿Cuáles son los impactos colectivos, regionales y personas que esperamos de la creación de estas empresas?
Esto no quiere decir que estoy en contra de la creación de empresas en el Pacífico, pero en Colombia, no ajena a las agendas políticas internacionales, lo que estamos viendo es un culto, cuasi religioso y poco reflexivo sobre “el emprendimiento”. Es algo como esto: ¿es usted víctima del conflicto armado? Cree una empresa y exporte. ¿Es un firmante de los Acuerdos de Paz en la Habana? Cree una empresa y comercialice sus productos en las plataformas digitales. ¿Qué problema tiene usted? ¿Está sufriendo violencia policial en el Oriente de Cali? ¡Vamos a crear empresa!
Generar valor económico deberá ser un pilar de nuestra hoja de ruta, pero cabe preguntarse si la creación de empresa per sé va a solucionar los problemas de nuestras comunidades, los cuales surgen y se perpetúan en contexto de sistemas de opresión basados en la raza, la clase y el género. ¿El mercado es tan confiable para poner en sus manos la reparación de las heridas del racismo, del conflicto interno armado y de todos estos problemas e inequidades que enfrentamos? Esa pregunta debemos hacerla y creo que pensar en clave de justicia económica con enfoque interseccional es cuestionar el tipo de desarrollo que deseamos y nuestro lugar como agentes de cambio. En Quibdó hay todo un ecosistema tecnológico que ha venido demostrando que, alternativo a industrias extractivistas, el desarrollo de software y servicios tecnológicos podrían hacer parte de nuestro Pacífico soñado del futuro. Es decir, es la tecnología y las comunitarias empresas al servicio de las ambiciones colectivas económicas de las comunidades, no viceversa.
CEAF: ¿Cuál es el impacto qué espera tener con su investigación sobre justicia económica?
Lina Lucumí Mosquera: Espero tener un impacto a mediano y largo plazo. En el mediano plazo, creo que necesitamos un Observatorio para la justicia económica en el Pacífico colombiano. Necesitamos desarrollar metodologías para medir los impactos que tienen estas economías globales en las realidades locales desde un enfoque interseccional que reconozca todas estas inequidades basadas en género, clase, capacidades diversas y étnico-raciales. Espero que todos estos conocimientos técnicos sirvan de insumos para que las comunidades continúen su proceso de toma de decisiones sobre su presente y futuro.
CEAF: Según todo esto, ¿cómo pensar en clave de justicia económica contribuiría a la construcción de una sociedad equitativa?
Lina Lucumí Mosquera: Me gustaría proponer una mirada de la equidad que tenga implícito un acto de justicia que incluya el acto del reconocimiento efectivo de los privilegios. Me refiero no únicamente a enunciar que hay ciertas situaciones de ventaja respecto a unos y otras que no son producto de nuestro trabajo, ni de quienes nos antecedieron, sino producto de la explotación y expropiación de recursos naturales y, como dice la doctora Aurora Vergara-Figueroa, de sentido y de significado.
La equidad tiene ese sentido confrontador porque pone contra la pared la dignidad humana y mueve estas reflexiones hacia el campo de lo ético. Enunciar que no hay racismo y que la gente negra se queja por todo, no es un problema de gente que no entiende, ni es un acto de ignorancia. Por el contrario, es un problema de valores morales, es la incapacidad de ver la humanidad de los otros y otras. En clave de justicia económica, ¿qué podría representar la equidad para las mujeres negras que participan de los mercados globales directa o indirectamente? La equidad tiene ese poder de involucrar los dos lados de la ecuación: ese lado que es expropiado y explotado y, también, ese lado que explotó y expropió. Es brindar esperanza ofreciendo escenarios de oportunidades para que las infancias, juventudes y adolescencias negras de la zona rural, como la estudiante que mencionaba hace un momento, no experimenten la desesperanza que produce la falta de oportunidades, si no que, al contrario, el anhelo por la transformación de una mejor comunidad, región y país.