Discurso de la Directora general del Icfes, Margarita Peña Borrero

Palabras a la promoción Icesi 2007

Agradezco muy sinceramente a Francisco Piedrahita y con él a las autoridades universitarias, su invitación a dirigirme a ustedes hoy con ocasión de la ceremonia de graduación de más de trescientos nuevos egresados de la Universidad Icesi. La recibo como un reconocimiento y un honor, pero lo asumo como un gran desafío. ¿Qué puedo decirles que no haya sido dicho en ceremonias similares? En su discurso a la promoción de 1996 en Bard College, Salman Rushdie, el perseguido escritor indio, sintió un gran alivio al darse cuenta de que la sala en la que estaba por pronunciar sus palabras estaba llena. Sabía por un amigo suyo que pocos años antes los egresados de alguna universidad americana habían boicoteado la ceremonia de grado para expresar su inconformidad con el orador.

No puedo menos que simpatizar con Rushdie. Ustedes están aquí y eso me da un motivo más para estar agradecida. Sólo me queda esperar que mis palabras logren sintonizarse de alguna manera con sus expectativas de, y agreguen algo al enorme significado que cada uno de ustedes y sus familias otorgan a esta solemne ocasión.

¿Hay algo nuevo bajo el sol en esto de los discursos de grado? En mi ansiedad por no parecer irrelevante me remití a la Web, que con sólo tres palabras clave me devolvió generosamente cientos de discursos pronunciados en distintos sitios por personas que, como yo, confiesan haberse hecho la misma pregunta y quizá hasta compartido la misma inquietud. Seleccioné algunos textos, tomando como único criterio mi preferencia por los autores.

Los hay de todas clases: políticos, hombres y mujeres de Estado, artistas, empresarios y escritores. Preferí textos de estos últimos, que quizá por haber sido escritos más con el corazón que con la cabeza nos llevan a un terreno en el que todos podemos identificarnos. No importa qué tan lejos estemos de sus autores en genialidad o en imaginación; ellos tienen el don de expresar mejor que nadie esas angustias y aspiraciones fundamentales comunes a todos nosotros. Quiero compartir con ustedes lo que surgió de la lectura esos discursos casuales, que difícilmente llegarán a convertirse en letra impresa, y que nos han sido legados gracias a la magia de Internet.

No tuve que indagar mucho para darme cuenta de temas comunes que cruzan casi obsesivamente los discursos que muchas personas destacadas han dirigido a sucesivas promociones en sus mensajes de grado. A primera vista llamaron mi atención las observaciones sobre el carácter único de estas ceremonias. Las ceremonias de grado son uno de los pocos ritos seculares de iniciación que sobreviven en nuestra sociedad, y se cuentan sin duda entre las más solemnes. Talvez la más solemne. Se usan en ellas –como hoy en la Icesi - prendas y colores y hasta objetos especiales, todos ellos de un gran valor simbólico. La disposición del auditorio obedece a convenciones establecidas en cuanto a la ubicación de las personas y su orden de precedencia. Todo esto hace que nos sintamos rodeados de una atmósfera única, en la que simultáneamente se reverencia la tradición académica –el pasado- al tiempo que se exalta el mérito de los graduandos y se los lanza, se los inicia, a una nueva vida – el futuro. El término utilizado en países anglosajones para denominar las ceremonias de grado es por esto más preciso: commencement.

Una de las interpretaciones de este casi anacrónico pero bello ritual es particularmente sugestiva. Para el poeta norteamericano Robert Pinsky, se trata nada menos que de una metáfora de la continuidad de la especie humana. Convergen en él “los dos requisitos esenciales sin los cuales la comunidad humana sería corrupta o inútil, a saber, el cuidado y el cultivo de los más jóvenes, y el homenaje a la sabiduría de los mayores, incluyendo la sabiduría y las costumbres de los muertos”. Hoy dejan de ser ustedes los sujetos de esa atención y asumen el papel de quienes, con su conocimiento, continúan la tarea de mantener y mejorar las condiciones de vida de la humanidad, contribuyendo de esta manera a su supervivencia.

Esta reflexión universal, pertinente en cualquier sociedad, en cualquier tiempo y lugar, adquiere especial significado en los tiempos que corren y en nuestro país. Susan Sontag, destacada ensayista y novelista estadounidense, hija de la magnífica década de los 60 y rebelde hasta el final de sus días, advirtió en sus ensayos sobre los riesgos a los que estaba expuesta la sociedad occidental. Aludió, claro está, a la carrera armamentista y a la violencia contra el medio ambiente. Se refirió, casi proféticamente, a la ideología del extremismo en cualquiera de sus formas, y expresó su gran preocupación por una “vertiginosa caída de los estándares culturales” que trae consigo la mediocridad y el conformismo con el actual estado de las cosas.

A este pesimista horizonte, que no es del todo ajeno a nuestra realidad, y al que debemos añadir el flagelo de la pobreza, la guerra y el deterioro de los valores, contrapuso Sontag el antídoto de una buena educación. La educación que recibieron significa algo –dijo a las egresadas de Wellesley College en 1983- si ha formado en ustedes una actitud crítica frente al estado actual de las cosas en el mundo, si las ha preparado para comprender la realidad y trabajar para transformarla. No se refería ella a la posición crítica que lleva a la parálisis, tan común a discursos académicos o a ciertas ideologías, sino una “actitud de estar en el mundo”, que conduce necesariamente a la acción. A la acción creativa.

Esa misma actitud crítica, nos dice Salman Rushdie, es característica inevitable y esencial de eso que llamamos libertad. Es la clave para conjurar a los falsos dioses de nuestro tiempo, sean estos el dinero o el poder, el miedo a desafiar las costumbres o el conformismo ante las convenciones que nos oprimen y que nos impiden ser felices.

Esto es, precisamente, lo que subyace al proyecto educativo de la Universidad que ustedes hoy dejan y cuyo sello llevarán toda la vida: “la formación de individuos autónomos que piensan, escuchan, analizan y juzgan, (…) piensan críticamente; proponen nuevas soluciones para nuevos o viejos problemas; (...) tienen claro el devenir histórico y filosófico que explica las situaciones actuales y proyectan a la humanidad hacia nuevos horizontes”. Difícilmente pueden encontrarse palabras distintas para referirse a lo que se espera de cualquier profesional colombiano, sobre cuyos hombros recae una doble responsabilidad: la de ser profesional y la de ser profesional en un país que exige de sus élites el compromiso con la construcción de un país más próspero y equitativo.

Este compromiso puede parecer abrumador, aunque resulta ineludible. Si quieren ser consecuentes con lo que han logrado hasta hoy, no pueden perder de vista que son los depositarios de una tradición de conocimiento y de la responsabilidad que viene con él, en lo que toca a la preservación y transformación de una forma evolucionada de vida, cualquiera sea el espacio profesional en que les toque desempeñarse. No riñe, sin embargo, con el compromiso igualmente importante que tenemos con la búsqueda de la felicidad y con la realización de nuestras aspiraciones y posibilidades.

Aunque en días como hoy enfrentamos el futuro con esperanza, no sabemos en realidad qué tanto de ese devenir depende de nosotros o en qué medida será moldeado por eventos externos. Como en el cuento de Borges, el futuro se parece más a un jardín de senderos que se bifurcan infinitamente. Las biografías son fascinantes porque nos hacen conscientes de los factores que determinan que en la vida de una persona las cosas tomen un rumbo en lugar de otro. En algunos casos se trata de eventos fortuitos; en otros, quizá en la mayoría, del puro azar. En otros, más afortunados según algunos, de decisiones tomadas concienzudamente, aunque nunca sepamos con certeza a dónde van a conducirnos.

En el pasado estas reflexiones pertenecían más al terreno de la literatura y la filosofía que al mundo de la educación. Por mucho tiempo los sistemas educativos hicieron caso omiso de ellas. Una vez finalizada la educación, las sendas de las personas eran predecibles. El destino de las mujeres estaba escrito; el de los hombres de ciertos grupos sociales respondía a prejuicios sobre cuáles carreras eran respetables y productivas, y el de las clases pobres sencillamente estaba condenado a repetirse.

Por fortuna para las nuevas generaciones, la educación de hoy reconoce que hay opciones y se aparta así del camino del conformismo y la aceptación (a propósito, la convicción sobre el papel transformador de la educación, tanto para las personas como para la sociedad es la que me ha mantenido vinculada al trabajo en el sector educativo por casi 20 años). Entre los objetivos de la educación aparecen ahora en un lugar preferencial la autonomía y la capacidad para tomar decisiones y elegir. Los proyectos de vida y los planes de carrera son sólo una expresión de esta relativamente nueva manera de educar, que nos hace más responsables, más conscientes de la manera como queremos vivir la vida.

Sé de la importancia que la Icesi le da a esta dimensión en la formación de sus egresados y puedo decirles que tienen suerte. No quiero ni pensar en cómo luciría el mapa de decisiones y hechos fortuitos que me condujeron acá el día de hoy, y puedo suponer que hacia delante ustedes tienen un rumbo más claro. No olviden sin embargo, que así como esta ceremonia significa al mismo tiempo el fin y el comienzo de algo, en la vida van a encontrar muchos finales. Y que sin importar si estos finales son buenos o malos, deben llevar a nuevos comienzos.

La formación que han recibido, y cuya culminación hoy celebran, es apenas el comienzo de un largo proceso de aprendizaje personal y profesional. Es sólo la base para nuevos aprendizajes, tanto dentro como fuera de las aulas. Muchos de los que estamos aquí hoy estamos ejerciendo una profesión que nunca estudiamos, que aprendimos a lo largo de la vida gracias precisamente a los años formativos de la universidad. No importa qué tanto hayamos pensado sobre nuestro proyecto de vida, el rumbo lo vamos encontrando un poco a golpes, con aciertos y errores, construyendo permanentemente una imagen nueva, cada vez más real, de nosotros mismos, distinta quizá de la que teníamos el día del grado, o de la que otros –padres y maestros- se habían forjado.

Encontrar el propio camino requiere valor, perseverancia y, aunque suene extraño en este contexto, mucho amor. Amor por lo que se hace. “Encuentren ese amor” fue el mensaje simple y sabio del genial creador de Apple, Steven Jobs, a la promoción de Stanford en 2005. Cultívenlo, háganlo crecer y sobre todo disfrútenlo. Es la única manera como van a alcanzar satisfacción en una vida de trabajo, que es lo que les espera ahora, o unos años más tarde, a cada uno de ustedes.

Sólo me resta felicitarlos y desearles lo mejor. Que pueda cada uno de ustedes encontrar y mantener ese amor.

Muchas gracias.

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