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Discurso de Manuel José Cepeda Espinosa
Ex Magistrado de la Corte Costitucional
Cali, febrero
21 de 2009
Agradezco al Señor Rector, y a las directivas del ICESI por haberme dado la oportunidad de compartir con los graduandos de esta prestigiosa universidad algunas ideas sobre algo que les sonará extraño: las causas justas y los legados éticos, tema al cual me gusta referirme cuando me encuentro con estudiantes de mi universidad, los Andes.
Antes de entrar en materia, felicito a sus progenitores, en especial a cada una de las madres. Les aseguro que están más contentos que ustedes. Este evento es fruto del esfuerzo académico de los graduandos, pero también de los sacrificios y aportes de sus padres, quienes desde que los matricularon en el jardín infantil sabían que ese era el primer paso para llegar hasta aquí. Sin fatiga ni descanso, con la paciencia tranquila y firme que nace de la esperanza, los acompañaron a lo largo de una jornada cuya culminación hoy nos hemos congregado a celebrar. Graduandos, aplaudamos a sus seres más queridos.
En cuanto a ustedes, exalto sus méritos como estudiantes y su determinación de no desaprovechar el privilegio de acceder a la universidad, en particular a una de alta reputación académica como el ICESI. Cuando ustedes nacieron solo el 4.4% de los colombianos tenía educación superior. Según el último censo, ese privilegio lo tiene ahora el doble, en términos porcentuales.
Recuerdo esto porque los caprichos del azar impusieron que en mis tareas como magistrado, una líder desplazada, que había logrado tras esfuerzos sobrehumanos que sus dos hijos sacaran el bachillerato pero no conseguía crédito para financiarles la universidad, me preguntara si como juez no me parecía injusta su situación. La pregunta me siguió rondando. Así que en homenaje a esa madre anónima les planteo este predicamento, no jurídico, sino ético.
¿Será injusto que sean ustedes los que hoy obtienen un grado universitario mientras en Colombia muchas personas a pesar de sus esfuerzos nunca accederán a la universidad?
Les hago esta pregunta, no para desconocer sus méritos, sino para animarlos a reflexionar sobre cada uno de los pasos importantes que darán a lo largo de su ciclo vital. Las generaciones que los antecedieron pudieron despreocuparse de lo que aconsejaba Sócrates, cuando advertía que “la vida no examinada no vale la pena ser vivida”. Pero ustedes no pueden darse ese lujo. Por una sencilla razón: ustedes pertenecen a lo que podríamos llamar la generación de la lucidez, es decir, la generación que más allá de las fronteras tradicionales sabrá ver, tendrá que ver, hacia donde se dirige la humanidad y probablemente incidirá en un cambio de ruta, para evitar los males que están a la vuelta de la esquina o ya se nos vinieron encima. Son muchos y muy variados, pero les menciono sólo cinco.
Empiezo por el que puede volverse una catástrofe global: el cambio climático. La amenaza es tan grave e inminente que hasta Hollywood decidió tomar cartas en el asunto y premiar con un Oscar el documental sobre el tema: “Una verdad incómoda”. Simultáneamente, prestigiosos economistas británicos y expertos de Naciones Unidas habían advertido sobre la urgencia de encontrar la vía del crecimiento económico verde. Por eso, hace dos años, muchos Jefes de Estado reunidos en París firmaron un extraño documento intitulado “Llamamiento a los ciudadanos de la tierra”, en el cual les piden auxilio a ustedes, inescapablemente, ciudadanos del planeta tierra. Estos líderes reconocen que “hoy sabemos que la humanidad está destruyendo, a una velocidad aterradora, los recursos y equilibrios que han permitido su desarrollo y que determinan su futuro… Estamos tomando conciencia de que… la supervivencia de toda la humanidad está en peligro”. Luego, agachan inusualmente la cabeza y confiesan lo siguiente: “Hoy, ha llegado el momento de la lucidez. De reconocer que hemos llegado al límite de lo irreversible, de lo irreparable”. Como quien dice, apague y vámonos. Pero ¿para dónde?
En lo que a mí respecta, probablemente ya no estaré por aquí. En cambio, en 50 años, ustedes sí estarán, y muy bien acompañados. Registremos este dato, uno de los tantos que muestra eso que los jefes de estado y de gobierno llamaron “velocidad aterradora”. En 1945, o sea, cien mil años después de que el homo sapiens salió de la sabana africana, éramos 2.300 millones de humanos. Tan solo 60 años después, en 2005, la humanidad llegó a seis mil cuatrocientos millones de personas. Los esfuerzos por reducir las tasas de natalidad han servido, pero las proyecciones actuales indican que en el año 2050 ustedes estarán acompañados por nueve mil doscientos millones de coterráneos, contribuyendo a calentar excesivamente el planeta al consumir energía contaminante de CO2. Cada día nacen 200000 bebés en la tierra.
Estimativos conservadores advierten que si continuamos como vamos se derretirá buena parte de Groenlandia y de los dos polos, el nivel de los océanos pude subir hasta 6 metros y veremos cerca de 100 millones de nuevos desplazados, los ambientales, en todos los continentes. Ayer las proyecciones sobre el nivel de los océanos aumentaron hasta 11.5 metros!
Por fortuna, uno de los principales responsables con China de esta situación alarmante, es decir, los Estados Unidos, decidió empezar a rectificar el rumbo. Su Agencia de Protección Ambiental, la EPA, anunció el pasado miércoles que va a regular por primera vez las emisiones de dióxido de carbono y otros gases con efecto invernadero. Así lo había ordenado la Corte Suprema de Justicia norteamericana hace dos años, pero el ejecutivo desatendió la orden. Ahora el presidente Obama dispuso cumplirla rápidamente. Es una buena noticia que le dará impulso a la ronda de la ONU sobre cambio climático que se llevará a cabo en diciembre de 2009 en Copenague.
Otro motivo de profunda incertidumbre y sufrimiento planetario - descrito con lucidez por el Señor Rector - es la crisis actual, con un nuevo episodio escalofriante cada mes. Los medios de comunicación la han presentado como una crisis financiera que se extendió a toda la economía. Un Ministro británico dijo hace dos semanas que es más grave que la de los años 30 del siglo pasado. Pero ¿no será acaso una crisis con otras dimensiones? Ya se reconoce que es también una crisis del modelo regulatorio: falta de regulación, poca regulación, mala regulación o, lo que es peor, nadie sabe cuál es la regulación que ahora se necesita. Por ejemplo, se empieza a hablar de la necesidad de un regulador a nivel mundial de los mercados financieros dentro de la nueva arquitectura institucional global que el presidente de Francia Nicolás Sarkozy propone diseñar. Al respecto, el jueves pasado el primer ministro británico Gordon Brown dijo con escepticismo que no veía ninguna posibilidad de crear un nuevo cargo que se llame Regulador Financiero Global. Mientras se resuelve semejante desacuerdo, en Estado Unidos el presidente Obama decidió elevar el status de un cargo rutinario, el de Jefe de Regulaciones, y nombrar ahí a un famoso constitucionalista de la Universidad de Chicago, Cass Sunstein, el cual dicho sea de paso admira el desempeño de la Corte Constitucional de Colombia. Hablan los líderes, pero son los ciudadanos los que tiene ante sí el desafío mayor, al ver que los líderes anuncian cada mes un nuevo plan de rescate y, sin embargo, la nave no sale a flote. Los ciudadanos de la tierra se preguntan si lo que les tocó presenciar es una crisis de mayor calado: una crisis del conocimiento. Es que a veces parece que nadie sabe cuáles son las medidas idóneas y efectivas para hacerle frente a este descalabro económico. Los alemanes lo entendieron así. Por eso, el pasado 10 de febrero la prensa informó que el ministro de hacienda de Alemania, un veterano de 64 años, renunció, y en su reemplazo fue nombrado un economista de 34 años. Un joven, con ideas frescas. ¡A ver que se le ocurre!
La ascendencia de un joven economista alemán contrasta con la caída de muchas vacas sagradas. Las de Wall Street han salido pidiendo escusas o huyendo. Y en Europa, se ha anunciado el fin del secreto bancario suizo, el cual tiene raíces en el medioevo. El anuncio le correspondió hacerlo al principal banco suizo, la UBS. Este banco aceptó divulgar las cuentas de norteamericanos que estaban evadiendo impuestos ocultando su dinero en suiza y reconoció que era cómplice de la defraudación del fisco norteamericano, por lo cual pagará una multa de 780 millones de dólares. Se estima que personas prestantes de Estados Unidos escondieron 20 billones en la UBS en los últimos 5 años. ¡Qué cifra! Pero no es tanto: la UBS perdió 50 billones de dólares en la crisis financiera de los créditos inmobiliarios y recibió dentro del plan de rescate del gobierno Suizo 60 billones, en octubre del año pasado.
Esta es la otra dimensión de la crisis, la dimensión ética: las grandes estafas financieras, los engaños, los fraudes, la supervisión superflua, las multas irrisorias, el archivo de las denuncias. Es lo que algunos llaman la crisis moral del capitalismo. Es gravísimo, pero sería un error seguir el ejemplo de unos activistas franceses que crearon el así llamado “partido anticapitalista”. Por ahí no es la cosa.
He mencionado dos gravísimos problemas globales que son visibles. Ahora me referiré a tres que no son tan visibles: la desaparición de lenguas, las tragedias humanitarias y el hambre. ¿Cómo responderían este examen sorpresa?
Primero, una pregunta inusitada: ¿Cuántas lenguas están en peligro y por ende cuántas culturas se desvanecerán con su desaparición? Del total de 6912 lenguas identificadas por la UNESCO, 2511 están en peligro de desaparecer. La amenaza no es el inglés, sino los idiomas regionales dominantes, según un informe publicado este 19 de febrero. En Colombia 15 etnias están en peligro de extinción, principalmente por la barbarie de las FARC y el ELN.
Segunda pregunta, aparentemente “light”: ¿Qué famoso actor de cine estuvo la semana anterior en Sudan, para que el mundo viera la pavorosa condición de los desplazados en la frontera con Chad quienes huyen del genocidio que los persigue? Es que ante la invisibilidad de ciertos dramas, estrellas de cine regalan su tiempo a la ONU para que los televidentes, al mirarlas, también vean lo que está pasando: Angelina Jolie trabaja por los desplazados; George Clooney lo hace contra el genocidio. Fue él quien la semana pasada estuvo en Sudan, pero el tema es tan sensible que le quitaron la protección y ningún camarógrafo apareció. Nadie lo vio en directo por televisión. Eso generó un miniescándalo, suficiente para que ustedes lo vean ahora en You Tube y para que el presidente Obama le diera una cita para discutir cómo se puede resolver esa crisis humanitaria. Además, la Corte Penal Internacional ya está considerando si ordena la detención del presidente de Sudan. Otra buena noticia es que en Cambodia se inició el juicio, respaldado por la ONU, por el genocidio de por lo menos 1,5 millones de camboyanos cometido por los jemeres rojos liderados por Pol Pot. Uno de los juzgados dijo que había torturado 15.000 personas solo porque “quería ser un buen comunista”.
Tercera pregunta, vital: ¿Qué porcentaje de los alimentos producidos en el mundo es botado? El 50%, porque no cumplen con ciertos elevados estándares de calidad, según un informe reciente del organismo especializado de la ONU. Además, muchos de los no botados se pierden. En Gran Bretaña, por ejemplo, la tercera parte de los alimentos comprados no son consumidos sino desechados.
Les hablo sobre temas que les conciernen a ustedes, ciudadanos del mundo. Ustedes, además de ser parte de esta nueva generación de ciudadanos de la tierra, son colombianos, ciudadanos de un país que va de crisis en crisis, de sobresalto en sobresalto y que tiene, en su pasivo, demasiados errores en esta insensata carrera de destrucción. Los vergonzosos “records” colombianos tocan diversos ámbitos, no solo ecológicos, éticos, sociales, culturales y humanitarios. Como son bien conocidos, no los voy a mencionar.
Prefiero resaltar la otra cara de la moneda: aquí estamos celebrando su grado, con optimismo. Un optimismo basado, no en las ilusiones, sino en los resultados alcanzados en razón de pequeños o grandes esfuerzos. Así se ha construido Colombia. Es el hábito de superar obstáculos que parecerían inamovibles, es la costumbre de resistir tragedias inimaginables, es la manía de “echar pa’ lante” cuando las casandras advierten que vamos hacia el abismo, es la capacidad de volver cada crisis una oportunidad, lo que hace de los colombianos un pueblo sobreviviente, y, además, sorprendentemente feliz. Así lo han medido encuestas elaboradas en el marco del Sondeo Mundial de Valores, para extrañeza de los expertos extranjeros que solo ven en su televisión el impulso destructivo de una pequeñísima minoría de colombianos.
Algunos de esos expertos piensan que somos locos o bobos por vivir tan felices mientras se derrumba la casa. Deberían repasar a Nietzsche que recomendaba para ser feliz “vivir peligrosamente”. En realidad, quienes organizaron este sondeo mundial de valores, en especial el profesor Ronald Inglehart de la Universidad de Michigan, subrayan que existe una correlación casi perfecta entre la felicidad de un pueblo y la realización de elecciones periódicas durante más de un siglo. Dejo a los expertos en estadística criticar los asuntos técnicos de esa extraña correlación. Me limito a resaltar que una de las fortalezas de Colombia está precisamente en sus instituciones centenarias, en esas reglas de juego fundamentales que mal que bien han permitido que resolvamos en paz muchos desacuerdos, mientras unos pocos se empeñan en insistir en las vías violentas.
Dentro de esas fortalezas institucionales que ayudan a explicar por qué Colombia ha resistido tantos problemas, se encuentra la administración de justicia, a la cual pertenecí transitoriamente. Permítanme esta cuña: solo dos países en el mundo pueden enorgullecerse de tener un poder judicial que de manera ininterrumpida durante más de un siglo ha controlado al Legislativo y al Ejecutivo para que respeten la Constitución, la regla de reglas, la base de todas las instituciones. Colombia es uno de ellos. Y no lo valoramos, como no apreciamos a cabalidad tantas otras fortalezas institucionales, las cuales son los pilares que mantienen en pie el edificio Colombia. En esas encuestas mundiales y regionales aparece que los colombianos confían relativamente más que en todos los otros países latinoamericanos en sus altas cortes, la Corte Constitucional y la Corte Suprema de Justicia, según la pregunta efectuada (confía el 52% de los encuestados, Latinobarómetro, 2006).
¿Será que los colombianos, por una extraña razón, pensamos que habrá justicia?
Digo extraña razón porque ha hecho carrera la tesis de que lo que es justo depende de cada individuo. Este relativismo ético, unido a otros factores, nos ha llevado a despreocuparnos por examinar qué de nuestra vida es justo o injusto. Para qué perder tiempo en eso, pensarían algunos cuando empecé por plantarles el predicamento de si era injusto que ustedes –y no otros- se estuvieran graduando de esta universidad en el día de hoy.
Pero, en realidad, todos tenemos ideas fuertes sobre lo que es injusto. En otras palabras, si bien existen desacuerdos profundos sobre qué es lo justo, es posible identificar una línea divisoria compartida por muchos para establecer dónde empieza lo injusto. No se trata de una teoría de los abogados ni de los filósofos. Es lo que muestra un experimento que vale la pena recordar. Se llama el juego del ultimátum. Se realizó así.
Estudiantes voluntarios, provenientes de diversas culturas, fueron divididos en dos grupos. A cada individuo del primer grupo, llamado de oferentes, le dieron 10 dólares. A los del otro grupo, llamado de receptores, se les dijo que algún oferente, escogido al azar, les ofrecería una parte de los 10 dólares. El receptor tenía la opción de recibir o rechazar lo que el oferente le regalara. Si aceptaba la plata, se quedaría con la porción de los 10 dólares ofrecida. Si la rechazaba, tanto el receptor como el oferente se quedarían sin nada. Se pensó que los receptores aceptarían cualquier cantidad de dinero ofrecida, para no quedarse sin nada. Pero no resultó así. Las personas receptoras preferían rechazar ofertas pequeñas, perder la plata que les estaban regalando y dejar también al oferente en ceros. ¿Si ustedes participaran en el experimento, qué oferta rechazarían por considerarla injusta? En el experimento, fueron rechazadas las ofertas inferiores a 1.94 dólares -cerca del 20% del ponqué-. Este, en promedio, es el límite de lo injusto para los receptores. Lo interesante del experimento es que los oferentes anticiparon, sin conversar ni conocer a su pareja receptora, que algo así podría suceder. La oferta más frecuente estuvo entre 3 y 4 dólares. Más interesante aún: el juego se hizo con estudiantes de carreras que enseñan a maximizar utilidades y a obrar racionalmente a la luz de criterios de optimización, incluso en la cuna de los legendarios Chicago Boys.
De las conclusiones obvias de este juego, cabe subrayar tres. Primero, los seres humanos tenemos una idea intuitiva de lo que es una distribución injusta de recursos, oportunidades y resultados. Segundo, esa idea es compartida por personas de distinta formación y pertenecientes a diversas culturas. Tercero, la idea de lo injusto es tan fuerte que las personas están dispuestas a castigar el comportamiento injusto de los otros, aún soportando un costo económico para ellas mismas y a pesar de que nadie se entere de su decisión.
Así que he venido aquí solo a una cosa: a apelar a su sentimiento de justicia para hacerles una invitación. En esta nueva etapa de sus vidas, además de trabajar, comprométanse para siempre a ser emprendedores de alguna causa justa. La causa que ustedes quieran -una ahora, otra distinta después- pero no dejen que el paso del tiempo, las presiones cotidianas, las necesidades que nunca faltan, releguen eternamente a un rincón olvidado ese sentimiento de justicia.
Está bien que trabajen con dedicación en la profesión que escogieron, con pasión en lo que les gusta hacer, con honestidad en los proyectos que diseñen para construir sus sueños. Ojalá apunten al éxito y alcancen resultados admirables. Pero los invito a sacar un poco de su tiempo para ayudar a superar situaciones que ustedes juzguen injustas.
Tranquilos. No los invito a ser madres Teresa de Calcuta. Desde ya expreso mi respeto por quienes aspiren a seguir el ejemplo de esa mujer excepcional. No obstante, es claro que Colombia necesita del trabajo de ustedes para hacer crecer el ponqué que se va a repartir, para mejorar el ingreso de todos.
Si bien debemos crecer más, y más rápido, el crecimiento por sí solo es insuficiente para superar las injusticias presentes. Es cierto que el Estado tiene deberes que cumplir para lograr lo que la Constitución que nos rige llama un “orden justo”, no cualquier orden. Sin embargo, la sociedad también los tiene. Cada uno de nosotros tiene el deber de afrontar, no solo el déficit fiscal entregando parte de su ingreso como contribución tributaria, sino sobre todo el déficit de solidaridad, entregando parte de su tiempo como contribución a la superación de injusticias presentes. ¿Cuánto tiempo? Cada uno sabrá lo que puede dar ahora y lo que puede dar después. Lo importante, como en cualquier invitación, es cumplir la cita y llegar a tiempo.
Es que el tiempo tiene una dimensión ética. Los siguientes datos ilustran las implicaciones éticas de que ustedes, a quienes justamente se les reconoce el privilegio de ser egresados del ICESI, se demoren en atender la invitación que les estoy formulando.
La mitad de los habitantes del planeta vive con menos de 2 dólares al día. Mil millones de personas sobreviven con menos de un dólar por día. Mil millones de personas se acuestan con hambre todas las noches. Mil quinientos millones de personas nunca se tomarán un vaso de agua limpia en toda su vida. La cuarta parte de las muertes anuales se deben a enfermedades infecciosas, muchas relacionadas con la diarrea por beber agua sucia. 800.000 personas son objeto de trata de seres humanos con fines de explotación sexual y ese comercio criminal de personas, esa forma de esclavitud moderna, al mover 20 billones de dólares ya va a desplazar al tráfico de armas como el segundo negocio global ilícito.
En Colombia, aunque hemos mejorado, las cifras también son impactantes. Por ejemplo, aquí va, ahora sí, su último quiz: ¿en el sector rural, cuántas personas tienen acceso a agua tratada potable o desinfectada? El 12%, según el Inventario Sanitario realizado en 2002. Tampoco hay agua potable en nueve municipios grandes de Cundinamarca, cercanos obviamente a Bogotá no a Quibdó, por lo cual el gobernador emitió una alerta y suspendió temporalmente el flujo por el acueducto.
Otra manera de ver el problema es a partir de indicadores de desigualdad. Colombia es un país muy desigual. Mientras que, según el Dane, en Colombia el 20% más rico recibe el 61.8% del ingreso, el 20% más pobre obtiene el 2.7%. Un instituto londinense (Centre for Economic Policy Research) estimó que el mundo es aún más desigual: al empezar el milenio, el 20% más rico del planeta se quedaba con el 82.7% del ingreso, mientras que el 20% más pobre obtenía tan solo el 1.4%. El gráfico correspondiente se asemeja a una finísima copa de champaña, para infortunio de los que menos tienen.
Entre tantas necesidades y angustias, ustedes sabrán encontrar alguna causa justa a la cual regalarle algo de su tiempo. Identifíquenla, asígnenle unas horas, piensen qué hacer y, sobre todo, hagan algo, de manera constante, en un gesto de generosidad a todo lo largo del resto de sus vidas.
En aras de la claridad, no los invito a donar dinero a alguna fundación u ONG, - aunque eso sin duda ayuda - sino a regalar su tiempo, es decir, lo que ustedes son como personas, incluyendo lo que aprendieron en esta universidad. Conviértanse, por tan solo unas horas semanales pero durante toda su vida, en hijos de Don Quijote, así no encuentren un Sancho Panza que les sirva de escudero.
Me preguntarán, con razón, si no es demasiado pronto para asumir semejante compromiso. Al contrario, cuando uno es joven cuenta con un exiguo capital económico, pero tiene un inmenso capital ético. Cuídenlo, inviértanlo bien, háganlo crecer. Sueñen con sus planes, pero también sueñen con su legado, desde ya, porque construir un legado ético toma más tiempo que obtener un ingreso estable. Así lo supo la Madre Teresa de Calcuta para quien ganar dinero era perder tiempo en la construcción de su legado ético. Pero así también, de otro modo, lo asumió Bill Gates, quien una vez se consolidó como la persona más rica del mundo, decidió dejar su empresa en otras manos para tener tiempo de dedicarse a dirigir su fundación y a pensar en cómo ayudar mejor a los que padecen alguna injusticia inadmisible. Fue un gesto tan inusual, que Warren Buffet, otra de las personas más ricas del mundo, decidió no hacer su propia fundación sino donarle su fortuna a la de Bill Gates, con la condición de que la plata se invirtiera en causas sociales a un ritmo anual acelerado. Ellos saben que el tiempo es dinero, pero también que el paso del tiempo es más injusticia, en las condiciones actuales.
Para animarlos, les recuerdo que en Colombia, según la encuesta realizada en 2003 por la Asociación Internacional para el Esfuerzo Voluntario, más de 700.000 personas de manera estable donan su tiempo a una causa social.
Me dirán ustedes, ¿cómo concebir su legado ético, cuando el final de sus días aún está tan lejos? Bueno, imagínense como les gustaría ser recordados por quienes tuvieron el gusto de recibir lo que ustedes generosamente les regalaron. En otros tiempos esa memoria era plasmada en un epitafio “esas pocas palabras grabadas en la piedra (que) resumen con majestad impersonal todo lo que el mundo necesita saber de nosotros”, según Marguerite Yourcenar (Memorias de Adriano).
Sin embargo, los epitafios que les voy a leer son sorprendentes. El de John Maynard Keynes, el gran economista que se volvió a poner de moda para impulsar las economías en recesión, dice así en tono irónico: “Me hubiera gustado beber más champaña”. El de Karl Marx dice, en tono serio recordando una de sus frases célebres: “Los filósofos solo han interpretado el mundo de varias maneras; el punto es cambiarlo”. Ya que he mencionado a la Madre Teresa, recordemos el epitafio de un jerarca de la Iglesia, el reputado Cardenal Richelieu, regente del Rey Luis XIII, el justo: “Aquí yace un famoso Cardenal, que hizo más el mal que el bien. El bien que hizo, lo hizo mal. El mal que hizo, lo hizo bien”. Eso no es nada. Al titán que lideró el derrumbe de la monarquía con la Revolución Francesa, no le fue mejor. Esto dice el epitafio en la tumba de Maxime Robespierre: “Transeúnte, no llores mi muerte. Si yo viviera, tu estarías muerto”. Es que al final de sus días, erró el camino.
¡Qué lejos se encuentran estos epitafios de la belleza inigualable de una inscripción votiva o funeraria latina! Lo que sucede es que hasta los epitafios pueden ser injustos. A veces los escriben los enemigos. Ese es el punto: comprometerse con una causa justa, puede traerles enemigos. Pues, bienvenidos sean, si cada enemigo es alguien que ya no puede derivar beneficio de alguna injusticia.
Encontrarán, quizás, hasta una constelación de intereses creados. Pues bien, “atrévanse a perturbar el universo” (Lawrence Durrell). O, si les parece demasiado, “salten hasta el sol – quizás no lo alcancen, pero al menos se elevarán del piso” (Zora Neale Hurston). Y los que saltarán con ustedes, gracias a su generosidad, escribirán: “lo pudo tener todo, pero prefirió dar más”. Y hasta lleguen a decir: “logró lo imposible, porque vio lo invisible.”
Confío en que así será. Felicitaciones y les deseo lo mejor.
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