Discurso
ceremonia de grado febrero 16 de 2002
Cali,
16 de febrero de 2002
Dr.
Francisco Piedrahita Plata
A
mediados de 1997, cuando aquellos que hoy concluyen sus estudios de pregrado
estaban cursando sus primeros semestres, y como producto de una seria
reflexión, Icesi introdujo cambios profundos en su Proyecto Educativo.
En conformidad con la solicitud de Reconocimiento como Universidad que
por esa época se había presentado al Ministerio de Educación,
se inició un proceso de diversificación que nos ha llevado
de dos a ocho programas de pregrado en distintas áreas del conocimiento.
Se modificaron los planes de estudio de las carreras buscando un balance
entre una educación liberal, más integral, y la formación
profesional. Se promovió con éxito una transición
hacia el empleo en la clase de estrategias activas de aprendizaje. Comenzó
un proceso que busca fortalecer, a lo largo y ancho de los planes de estudio
una serie de capacidades intelectuales, de comunicación, de trabajo
personal efectivo y de trabajo efectivo con otros. Se transformó
el programa de Bienestar Universitario. Se facilitó el acceso y
el entrenamiento para el manejo de las Tecnologías de la Información
y las Comunicaciones. Se dio impulso a diversas iniciativas que pretenden
enriquecer la perspectiva global del egresado. Cabe aquí informar
que el 25% de los que hoy se gradúan de programas de pregrado que
los hacían elegibles para experiencias internacionales de estudio
o de trabajo, tuvieron ese tipo de experiencia facilitada por la Universidad.
Ellas y ellos pasaron entre dos y diez meses en Estados Unidos, Francia
o Canadá.
Todos estos
cambios fueron acompañados de un acelerado plan de fortalecimiento
del cuerpo profesoral de la Universidad, en particular del de profesores
de tiempo completo. Ese grupo no sólo ha duplicado su tamaño
sino que por su avanzada formación académica, por su pericia
docente y por su experiencia profesional es el principal motivo de orgullo
de esta institución.
Pero en 1997
también se dio otro paso. Quizá el más exigente de
todos. La Universidad escogió una lista de once valores, o virtudes,
como eran mejor conocidas en el pasado, que deberían caracterizar
a todos nuestros egresados, independientemente de su disciplina académica,
si de verdad iban a salir preparados tanto para el eficaz ejercicio de
una profesión como para una ciudadanía responsable y transformadora
y una “vida buena”, en el sentido aristotélico. Una
vida moralmente útil.
Esa lista
está conformada por autonomía, perseverancia, autoestima
y curiosidad intelectual como factores de enriquecimiento individual.
Por responsabilidad, integridad, honestidad, justicia, tolerancia y solidaridad
como factores críticos de construcción de tejido social.
Y finalmente, por el respeto a la naturaleza que nos rodea.
La preocupación
por la enseñanza de las virtudes es tan antigua como la humanidad
misma. Y lo es también el reconocimiento de la dificultad de esa
enseñanza.
Se ha discutido
siempre si el hábito de un buen comportamiento es el que fortalece
una actitud, una creencia, un valor. O si son esos valores de las personas,
esas creencias las que llevan al buen comportamiento.
Nosotros
creemos que los valores, el medio ambiente, los comportamientos y las
consecuencias de estos comportamientos interactúan permanentemente
y se modifican mutuamente.
Por eso,
mientras impulsamos la reflexión moral en varios de nuestros cursos,
intentamos mantener los más altos estándares de comportamiento
en toda la Institución.
James Freedman,
hasta hace poco Presidente de la prestigiosa Universidad de Darmonth en
los Estados Unidos, escribió en un ensayo titulado “Idealismo
y Educación Liberal”: “Los estudiantes aprenden valores
observando cómo los profesores se desempeñan dentro y fuera
de clase. Profesores objetivos en su búsqueda de la verdad, cuidadosos
al sopesar evidencias, respetuosos al tolerar el desacuerdo, francos en
su reconocimiento de errores, y considerados y decentes en su tratamiento
de otros seres humanos”. Y escribió allí también:
“La aspiración de una educación liberal es ayudar
a los estudiantes a desarrollar los recursos intelectuales, emocionales
y morales necesarios para enfrentar efectivamente algunos momentos desesperados
de desilusión que inevitablemente oscurecerán sus vidas
y nublarán los supuestos que conforman los simientos de su personalidad”.
Hoy dejan
ustedes estos claustros, queridos graduandos, para continuar sus vidas
como profesionales, como miembros de familia, como ciudadanos en medio
de una sociedad descuadernada, fragmentada, afectada por la corrupción,
la desconfianza, la injusticia, la violencia.
Y yo quiero
aprovechar la ocasión para repasar brevemente con ustedes tres
de esos valores que escogió la universidad hace cinco años.
Son tres que se relacionan íntimamente entre sí y que están
en la raíz de la solución a muchos de nuestros problemas:
la responsabilidad, la honestidad y la integridad.
Nuestras
definiciones pueden parecer engañosamente breves, a saber:
Responsabilidad : Dar cuenta de sus propios actos y de aquello que se
le encomiende.
Honestidad:
Proceder con honradez, rectitud y veracidad en todas las acciones de la
vida.
Integridad:
Ser intachable y consistente entre lo que se cree, se dice y se hace.
Pero encierran
el núcleo de sus significados y conforman, entre las tres, las
cualidades de una persona de excelencia moral y firmeza; de una persona
de carácter.
Y más
personas de carácter son las que necesitan con urgencia nuestra
ciudad y nuestro país. Personas responsables, cumplidoras, maduras,
capaces de rendir cuentas por sus acciones u omisiones. Personas honestas,
transparentes, que no juegan “a evitar que los cojan”. Personas
íntegras, auténticas, que no conocen la hipocresía
y evitan el eufemismo. En fin, personas confiables, las únicas
con las que se podrá reconstruir nuestro deshilachado tejido social.
Más
de uno de nuestros males tiene su origen en la falta de carácter
y de confiabilidad de los que detentan el poder.
Muchos de
ustedes deben haber leído “El Nuevo Traje del Emperador”,
un famoso cuento del inmortal escritor danés del siglo XIX Hans
Christian Andersen. Narra cómo dos bribones que se hacen pasar
por sastres de la más alta costura aprovechan la debilidad de carácter
de un gobernante vanidoso y la de sus ministros y seguidores para enriquecerse
en pocos días. Ofrecen fabricar para el emperador un traje con
el material más exquisito jamás imaginado. No sólo
tendría colores magníficos y diseños bellísimos
sino la peculiar propiedad de hacerse invisible a toda persona que no
estuviera capacitada para el cargo que desempeñaba o que fuera
excepcionalmente tonta. Obviamente, todo era una farsa.
El cuento
termina cuando por fin un niño denuncia la completa desnudez del
emperador que desfila por las calles de la ciudad, estrenando su supuesto
traje y pretendiendo ver, tanto él como sus ministros y seguidores,
las bellezas del tejido. De esa manera, creían ocultar su ineptitud
o su estulticia.
Colombia,
el Valle y Cali se han convertido en los últimos años en
teatros donde diferentes versiones de “El Nuevo Traje del Emperador”
se presentan continuamente.
Sastres han
sido por tres años los guerrilleros de las FARC y emperador nuestro
presidente arropado con el traje invisible del proceso de paz.
Sastres fueron,
según se colige de un reportaje en la edición de El Tiempo
de ayer, los señores Rodríguez Orejuela y emperador un ex-dirigente
deportivo caleño que, ahora, cuando pretende volver a dirigir el
fútbol colombiano, reconoce que ni él, ni sus colaboradores
, ni los gobiernos de turno, se dieron cuenta de que hace unos años
andaba desnudo por el mundo representando al país.
Sastres son
los directivos de SINTRAEMCALI y emperador el Superintendente de Servicios
Públicos vestido hace dos años con el incorpóreo
proceso de Intervención y la transparente, por inexistente, mejoría
de nuestras Empresas Municipales.
En fin, hay
tantos sastres y tantos nuevos trajes para tantos de nuestros líderes.
Nosotros, en la mayoría de los casos, actuamos como muchos de los
súbditos del cuento de Andersen y, por temor de parecer tontos,
también decimos ver el nuevo traje del emperador.
Y esa falta
de carácter colectiva se aprecia también con frecuencia
en la empresa, en la universidad, en la Junta de Acción Comunal,
etc. Parece haberse convertido en una contagiosa epidemia.
La responsabilidad,
la honestidad y la integridad, esas virtudes que caracterizan la excelencia
moral, que hacen a las personas confiables, son condiciones fundamentales
para las relaciones entre personas, para la amistad, para formar comunidad.
Bertrand
Russell, el filósofo y matemático británico, ganador
del premio Nobel de Literatura de 1950, promulgó en alguna ocasión
un decálogo de mandamientos que, según sus palabras, complementaban
y no reemplazaban al de Moisés y contenían lo que él
consideraba la esencia del enfoque liberal.
Por su pertinencia
en relación al tema que he venido tratando, comparto algunos de
esos mandamientos:
- No piense que vale la pena proceder ocultando evidencia, pues, con seguridad,
esa evidencia saldrá a la luz.
- Cuando encuentre oposición, aún de su cónyuge o
sus hijos, trate de vencerla con argumentos y no con autoridad, pues una
victoria que depende de autoridad es irreal e ilusoria.
- No use el poder para suprimir opiniones que usted cree perniciosas,
pues, si lo hace, las opiniones lo suprimirán a usted.
- Encuentre más placer en disentir inteligentemente que en asentir
pasivamente, pues si usted valora la inteligencia como debería,
lo primero es un asentimiento más profundo que lo segundo.
- Sea escrupulosamente veraz, aún si la verdad es inconveniente,
pues es más inconveniente cuando usted trata de ocultarla.
- No sienta envidia de quienes viven en un paraíso de tontos, pues
sólo un tonto pensaría que aquello es felicidad".
La razón
debe servir de apoyo siempre a la responsabilidad, a la honestidad y a
la integridad.
Permítanme
terminar hoy, señoras, señoritas, señores graduandos
recordando algunas palabras de Sócrates en ese inmortal diálogo
con Critón que ustedes leyeron en su curso de Etica y Organizaciones.
Discuten los dos amigos la propuesta de Critón de pagar un soborno
para sacar al filósofo de la cárcel y huir de Atenas y de
la ejecución de la sentencia de muerte, programada para el día
siguiente. Sócrates inicia así el diálogo que lo
llevará a rechazar la propuesta: “Mi querido Critón,
aprecio muchísimo tus cálidos sentimientos; suponiendo que
tengan alguna justificación ... Tengo que considerar si debo seguir
tu consejo o no. Tú sabes que éta no es una nueva idea para
mí; ha sido parte de mi naturaleza nunca aceptar consejo de mis
amigos a no ser que la reflexión muestre que ese es el mejor camino
que la razón ofrece. Yo no puedo abandonar los principios que siempre
sostuve, simplemente porque me haya sucedido este accidente”.
Vayan pues
Icesianos; trabajen en la reconstrucción de nuestra sociedad recordando
que, como diría el mismo Sócrates “la bondad y la
integridad, las instituciones y las leyes, son las más preciosas
posesiones de la humanidad”.
Nosotros
los observaremos con esperanza.
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