Discurso de Claudia Blum

Cali, agosto 12 de 2006

Buenas tardes. Gracias por permitirme compartir este día tan importante e inolvidable para cada uno de ustedes.

Hoy, los nuevos egresados de esta prestigiosa Universidad comienzan una nueva etapa de sus vidas. El esfuerzo y la disciplina que han aplicado en su formación académica les ofrecen ahora promisorios destinos que, estoy segura, significarán logros para ustedes y beneficios para la comunidad.

Cuando me invitaron a pronunciar unas palabras en esta ocasión tan especial, me surgieron dos preguntas: La primera: ¿cuál es el mejor mensaje de vida que puede entregarse a quienes se disponen a iniciar nuevas actividades profesionales? La segunda: ¿cómo comunicar ese mensaje de la manera más clara y transparente?

La oportunidad de hablar en esta ceremonia de grado me llevó a reflexionar de nuevo sobre las motivaciones que han estado presentes en mi ejercicio profesional. ¿Cuál es la razón por la que puedo sentir hoy que he cumplido propósitos importantes? ¿Por qué puedo compartir orgullosamente con mis hijos, familiares y amigos una experiencia vital de realizaciones en diversas actividades?

La respuesta resultó más simple, pero a la vez más profunda, de lo que uno creería. El mensaje que hoy quiero transmitir a ustedes es el siguiente: lo más importante en la vida es hacer las cosas con amor.

Es un consejo que recibí de mis padres y que he tratado de inculcar a mi familia y a cada persona con la que he podido interactuar a lo largo de mi vida. Es una convicción que he practicado siempre y que, por mi experiencia, les digo que es tan válida y positiva como ninguna.

Ahora bien, se preguntarán ustedes qué significa hacer las cosas con amor. Antes de referirme a algunos de los muchos valores que se desprenden de este sentimiento, quiero manifestarles cuál ha sido el fundamento de mi manera de actuar en los diversos ámbitos en que he trabajado.

Todas las actividades que he desempeñado en mi vida podrían haberse planteado con una visión egoísta. Podría haber sido psicóloga sólo por triunfar en un ámbito profesional; o ejercido el periodismo sin sentido social; o trabajado por la cultura por una simple ambición intelectual; o estar en la política por un interés personal o de poder. Pero eso no habría sido honesto. Y en eso no consiste amar lo que se hace.

Amar lo que se hace implica encontrarle el sentido social a cada acción que emprendemos. Sólo si somos conscientes de las necesidades de la comunidad y del país en que vivimos, encontramos sentido y amamos lo que hacemos. Y del mismo modo, sólo si amamos lo que hacemos y le encontramos sentido, vamos a ser parte del progreso de la comunidad.

Veamos entonces cómo algo tan simple, y tan aparentemente obvio, llega a ser tan importante en la vida.

La primera reflexión es la más básica: uno tiene que hacer las cosas que le gustan. Es imposible amar algo que sentimos impuesto desde fuera, ajeno a nuestras necesidades, a nuestros ideales personales, a nuestra vida. En cambio, si hacemos lo que nos agrada, será más fácil que nos apropiemos de esa actividad, que la conozcamos mejor y, por consiguiente, que la hagamos bien, con responsabilidad y compromiso social. Tenemos que buscar la realización en aquello que nos gusta.

Podrían ustedes pensar que entonces uno termina haciendo siempre la misma labor. Pues les digo que no. Porque no se trata de realizarse o de sentirse motivado por una actividad en sí misma, sino por el logro que esa actividad nos produce a nosotros mismos y a la comunidad.

En mi caso personal, siempre he trabajado en temas que me gustan y me motivan, en especial porque mis actividades han estado orientadas principalmente al servicio público. Y en cada uno de mis frentes de trabajo, encontré en todo momento la manera de contribuir a realizar propósitos colectivos.

Así debe ser también para ustedes. Si quieren trabajar por construir organizaciones más eficaces, por diseñar eficientes sistemas de información, por tomar decisiones creativas en un mundo complejo, van a tener muy diversos escenarios para hacerlo. Lo importante es descubrir cómo cada labor nos ofrece la oportunidad de practicar lo que nos gusta, lo que aprendimos, en lo que nos hemos formado. Pero sobre todo, de aplicar ese conocimiento en beneficio de los demás.

Abordemos ahora un segundo punto de reflexión: hacer las cosas con amor significa hacerlas con disciplina y excelencia. Cuando uno ama lo que hace, se esfuerza, es responsable y da lo mejor de sí.

No me refiero a una disciplina irracional y rígida, que no se ajustaría al mundo complejo y cambiante de hoy. Hablo de disciplina en términos de persistencia, claridad de objetivos, previsión razonable de las actuaciones. Y me refiero a la búsqueda de la excelencia como actitud que nos impulsa a progresar, a no conformarnos simplemente con lo mejor que podamos.

En este punto quiero ser muy aguda. Hacer lo mejor que se puede es tan relativo que lleva a la mediocridad. Las tareas se deben hacer tan bien, como fruto del máximo esfuerzo, para que resulten útiles, cumplan su misión y tengan razón de ser de manera universal e indiscutible. Si esto es ser perfeccionistas, pues tenemos que serlo. Porque Colombia necesita del perfeccionismo para salir adelante y ser un día un país desarrollado que ofrezca bienestar para todos.

En el Congreso, cuando trabajaba en ponencias de proyectos de ley y de reformas constitucionales, algunos de mis colegas cuestionaban mis informes porque tenían cifras, estudios jurídicos, evaluaciones argumentadas, exámenes de posibles efectos sociales y económicos. Para muchos, todo ello resultaba excesivo; para mí, era una expresión del amor con que hacía mi trabajo.

Recuerdo también cuando pedía cumplimiento en la asistencia a las sesiones y algunos congresistas se molestaban porque consideraban que esa noción de eficiencia en el uso del tiempo era inaplicable para el mundo de la política. Asistir a las sesiones, escuchar a los otros y participar con argumentos es una demostración de disciplina que sólo es posible si uno ama lo que hace. Infortunadamente, en algunos sectores, la excelencia y el perfeccionismo se ven como antivalores y no como elementos positivos.

Hoy, con el tiempo, puedo dar fe de que las cosas han ido cambiando. Cada vez hay más congresistas que entienden la importancia de esos valores: la disciplina, el cumplimiento, la elaboración adecuada de las ponencias, la presentación técnica de argumentos. Y todo esto ha contribuido a que día tras día la rama Legislativa conquiste mayor independencia frente a otros poderes del Estado, y a que su trabajo tenga una identidad más propia entre los colombianos. Pero si algunos de los que iniciamos esos procesos de cambio nos hubiéramos rendido y hubiéramos dejado de lado el amor por nuestro trabajo, expresado en un afán de mejoramiento permanente, todo sería igual que antes.

Hay un tercer punto sobre el que creo pertinente reflexionar: hacer las cosas con amor nos permite tener disposición para la creatividad. Para la imaginación. Para evitar la monotonía que frena y obstaculiza las acciones.

Si amamos lo que hacemos, tendremos siempre la voluntad para encontrar respuestas adecuadas a los problemas más complejos. Por eso quiero decirles que no esperen a que otros les den las soluciones. Búsquenlas ustedes mismos, con la actitud innovadora que demanda el mundo de hoy.

Pero recuerden que la creatividad y la innovación deben andar de la mano con la firmeza y la perseverancia. Si a veces sus ideas les parecen irrealizables a otros, pero ustedes las perciben posibles, persistan. No se frustren ni se rindan cuando no puedan sacarlas adelante en el primer intento.

En el Congreso, donde a veces el cambio es un proceso muy lento, muchas veces impulsé leyes que mis colegas negaron una y otra vez. Con convicción y amor, persistí. Lo hice porque sabía que su aprobación significaba bienestar y contribuía a la construcción de un mejor país. Algunas finalmente fueron aprobadas, como las normas incluidas en la reforma política que han permitido reorganizar el sistema de partidos y que habían sido archivadas en cuatro legislaturas distintas.

Y esto nos lleva a un cuarto aspecto que merece nuestra reflexión: amar lo que se hace es afrontarlo con decisión y valentía. Es saber tomar decisiones sin aplazamientos ni vacilaciones. Cuando uno ama su trabajo, su entorno, su país, tiene el carácter suficiente para rechazar la desidia, la ineficiencia, la corrupción, la indiferencia o la irracionalidad. En todas las esferas profesionales esta actitud es primordial.

Hubo colegas congresistas que no comprendían el alcance de mis posiciones. Algunos me juzgaron como a una persona intransigente porque me opuse con firmeza a prácticas tradicionales de la política que siempre busqué reformar. Algo similar ocurrió cuando, a pesar de los graves riesgos personales, persistí en las reformas para fortalecer la justicia, revivir la extradición o aprobar el estatuto anticorrupción que ha permitido llevar a juicio a personas que atentaron contra el patrimonio público. Al final, la mejor satisfacción es el respaldo de una comunidad que sabe valorar el resultado de acciones positivas para todos.

Por falta de decisión y de valentía, no enfrentamos la permisividad que tanto daño le ha hecho al país. Hemos permitido el incumplimiento de la ley y de las reglas sociales. Se cree astuto al que es capaz de violar las normas sin ser descubierto, y se cree ingenuo al que las cumple. Se cree audaz al que engaña, al que pasa por encima de todas las reglas en busca del éxito fácil. Pero esta falacia es sólo una muestra de profundo desamor. Cuánto sufre una sociedad cuando un tramposo toma decisiones públicas en el Estado. Cuánto le cuesta a una empresa tener trabajadores sin principios éticos. Cuánto afectan a la economía los competidores desleales, los productos imperfectos y los servicios irregulares.

La transparencia, la rectitud y la honestidad son actitudes necesarias para el progreso personal y social. Ustedes enfrentarán muchas situaciones en las que tendrán que saber decir NO a lo arbitrario. A lo ilegal. A lo incoherente. En esos momentos tendrán que hacer gala de su valentía. Al final, la satisfacción personal del deber cumplido, de la conciencia tranquila, es lo que en verdad cuenta. La vida se encargará de enseñarles que son las personas con carácter, decididas, las que influyen positivamente en su comunidad.

Quiero llamar su atención ahora sobre el quinto aspecto de esta reflexión: cuando uno ama lo que hace, es capaz de trabajar con los demás en armonía. El trabajo de grupo, la posibilidad de interactuar, de escuchar, de aprovechar las energías colectivas, es fundamental para el avance de cualquier institución. Desde la más pequeña empresa privada hasta la sociedad como un todo.

Como líderes de una organización, o como parte de ella, la posibilidad de trabajar en equipo es determinante para el avance colectivo. Está muy bien que entreguemos lo mejor de nosotros en las responsabilidades que asumimos individualmente. Pero tan importante como esto es la capacidad de unir esfuerzos de manera constructiva. De motivar a los demás, y de motivarnos a nosotros mismos en el trabajo en equipo.

Aquí el amor se traduce en actuar con generosidad hacia los demás, respetar sus particularidades, escuchar con espíritu abierto sus ideas, reconocer la significación de cada uno dentro del equipo.

Amar nuestro trabajo significa, sobre todo, hacerlo pensando en la implicación social de lo que se hace. Ustedes saben muy bien, porque aquí lo aprendieron a cabalidad, que estamos inmersos en un entorno que tiene muchas facetas y variables. En un sistema complejo del que no somos parte aislada, y el cual debemos estudiar para considerarlo cuando diseñamos las estrategias de una organización empresarial o social. Un entorno que cambia según nuestras acciones individuales o de grupo. Un entorno que nos afecta y al mismo tiempo se transforma de manera positiva o negativa de acuerdo con nuestras decisiones.

El mejoramiento de nuestra familia, de nuestra ciudad, de nuestro departamento, del país entero, depende de lo que cada uno de nosotros haga en su trabajo diario. De la entrega, de la generosidad y, en especial, del amor que depositemos en cada una de nuestras actividades.

En mi caso personal, lo reitero, mi motivación ha sido el servicio público. Como psicóloga, aproveché esta profesión para conocer más a fondo las razones que mueven a las personas en sus actuaciones y descubrir problemáticas sociales yacentes en muchas crisis personales. Como directora en Proartes, trabajé en forma permanente por el avance cultural de la comunidad. Como congresista, encontré que el Estado es un escenario propicio para contribuir al avance social cuando uno trabaja con honestidad. Como vallecaucana, me esforcé por los proyectos de impacto regional. Como presidenta del Congreso, aproveché cada día para generar apertura y transparencia en una Institución que debe ampliar su legitimidad y convertirse de verdad en el foro de expresión de todas las opiniones del país.

Y en todas esas tareas la motivación social siempre estuvo presente. El logro personal, y en esto hago énfasis, no fue nunca mi propósito; esto es algo que llega por añadidura.

Ahora bien, cuando se trabaja en una empresa privada también se cumple una misión social. Por eso, cuando diseñen un nuevo producto, un nuevo sistema productivo, una nueva estrategia financiera, háganlo con honestidad, con responsabilidad, con la certeza de que cada logro particular repercute en la comunidad como un todo.

Una reflexión última: cuando uno hace las cosas con amor, tiene anhelos de aprender cada vez más y de plantearse nuevos retos. No podemos ser tímidos con el aprendizaje. No debemos temer al cambio y a la evolución.

No se conformen con las valiosas enseñanzas que adquirieron en estos años en la Universidad; preocúpense por enriquecerlas en forma permanente y mantenerse a la vanguardia del conocimiento. Propónganse en cada día de su vida aprender algo nuevo, asumir un nuevo reto, hacer algo significativo por los demás y enfrentar las dificultades sin temor.

No pierdan nunca esa inquietud de la juventud que los ha llevado a aprender tantas cosas en este tiempo. No pierdan la capacidad de sorprenderse con lo novedoso ni el afán de descubrir las cosas buenas que el mundo nos ofrece. No se limiten por los pesimistas que encontrarán en su camino y que tratarán de frenarlos o desalentarlos en su búsqueda. El día que dejen morir esa inquietud se habrán estancado para siempre.

Los cuatro períodos que estuve en el Congreso fueron un proceso de aprendizaje y mejoramiento continuo. Cuando lograba sacar adelante un proyecto, ya tenía listo otro para impulsar, que respondiera a una nueva necesidad social. No me gusta el anquilosamiento. Porque si amo lo que hago es para aprovechar al máximo el tiempo, para mejorar, para aprender. Los nuevos retos me permitieron encontrar siempre un nuevo sentido para la magna tarea de la representación ciudadana.

Amar lo que se hace, amigas y amigos graduandos, es mi mejor mensaje de vida. Tener disciplina, sentido de excelencia, perseverancia, carácter, creatividad, afán de aprendizaje, capacidad de trabajo colectivo, responsabilidad social.

Ustedes no se pueden anticipar a lo que será su vida en 20 ó 30 años, pero sí pueden soñarla y definir desde ya qué tipo de valores y actitudes los guiarán. La vida, compleja y cambiante, los llevará por caminos imprevistos. Pero lo más importante es que siempre amen lo que hagan, y su existencia será plena. Que amen la vida que van a construir en todas sus facetas. En sus familias. En su trabajo. En la comunidad en que viven. En el país que están ayudando a construir.

Hacer la tarea con pasión es fundamental para el progreso social que anhelamos. Imagínense lo que sería Colombia si los millones de personas que estudian y trabajan lo hicieran cada día con amor. ¿Es un mundo ideal? Tal vez sí, porque todavía no tenemos las condiciones para que todos nuestros compatriotas encuentren su espacio de realización personal.

Lamentablemente, importantes sectores de la sociedad colombiana dejaron de sentir amor por su misión en algún momento de la compleja y difícil historia que hemos tenido. Esto llevó a que se multiplicaran muchos de nuestros problemas. Felizmente, veo con optimismo cómo este sentimiento renace día a día en las nuevas generaciones de dirigentes y de trabajadores que entregan lo mejor de sí por sacar adelante a nuestra Nación.

Por fortuna, Colombia cuenta hoy con el liderazgo de un mandatario que entiende el valor de la reconciliación como uno de los factores esenciales para el desarrollo del país. Un gobernante que comprende que no podemos seguir alimentado sentimientos como la venganza y el revanchismo, pues lo único que logran es ahondar las heridas de la Nación. El esfuerzo que ha emprendido el presidente Álvaro Uribe para que haya más tolerancia, más diálogo, más capacidad de perdón, tal como se evidencia en la Ley de Justicia y Paz, requiere de mucha generosidad. Y eso es fruto de su profundo amor por nuestro país.

Para construir la Colombia próspera y en paz que tanto anhelamos, el primer paso es que personas como ustedes, que han tenido el honor de formarse en una de las mejores Universidades del país, trabajen con amor y compromiso por esta Patria que tanto espera de cada ciudadano. Que quienes están llamados a ocupar posiciones de liderazgo en organizaciones privadas y públicas, como los nuevos egresados de la Icesi, amen su trabajo y tengan conciencia de su misión vital.

Amigos graduandos: de todo corazón, les deseo lo mejor. Les deseo una vida maravillosa. Amen y aprovechen constructivamente las oportunidades que van a tener. Y en unos años, espero que en algún lugar de su memoria recuerden que alguien, el día de su grado, les reiteró que en el amor por el trabajo generoso y desinteresado está la semilla que nos permitirá construir colectivamente el país que todos soñamos.

Muchas gracias.

 
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