Discurso ceremonia de grado agosto 6 de 2003
Cali, 6 de agosto de 2003
Dr. Francisco Piedrahita Plata
Hoy empezamos, de cierta manera, a cerrar
otro ciclo importante en la vida de nuestra Universidad. Un ciclo que
empezó en 1997 con un fundamental cambio curricular en los programas
de pregrado y con un proceso de diversificación de esos programas.
El cambio curricular buscaba mejorar, asegurar el aprendizaje
con el uso intensivo de estrategias activas por parte de los profesores
en los salones de clase; y fortalecer el componente de educación
liberal en los planes de estudio; esa educación liberal que, en
palabras de un académico norteamericano, nos libera de la esclavitud
del prejuicio y del provincialismo y nos permite ver al mundo como un
todo y a nosotros mismos en perspectiva. El cambio curricular ha avanzado
satisfactoriamente en estas dos dimensiones.
La diversificación en la oferta de programas de
pregrado buscaba, por una parte, ampliar el número de opciones
de carrera a la juventud de la región y del país y, por
otra, enriquecer el ambiente académico, cultural y social de nuestra
institución.
La Universidad Icesi había nacido en 1978 con su
programa de Administración de Empresas y en 1983 había comenzado
a ofrecer su programa de Ingeniería de Sistemas. Con ellos dos
solamente se mantuvo hasta 1997. Permítanme aquí una breve
digresión: en el lapso de los últimos nueve meses estos
programas recibieron la Acreditación de Excelencia por parte del
Ministerio de Educación Nacional, con las mejores calificaciones
otorgadas a programas de su tipo en el suroccidente Colombiano.
Pues bien, en 1997 comenzó a ofrecerse el programa
de Ingeniería Industrial, del cual hoy graduamos la tercera promoción.
En 1998 nacieron los programas de Economía y Negocios Internacionales,
Diseño Industrial e Ingeniería Telemática. Después,
en 1999, el de Contaduría Pública y Finanzas Internacionales
y, en el 2000, el programa de Derecho.
Los tres programas cuyos primeros graduandos reciben hoy
sus títulos profesionales han tenido un gran impacto en nuestra
institución. Sus cerca de 1000 estudiantes y los profesores que
sus disciplinas específicas han traído a la Universidad
han enriquecido tanto la discusión académica como el ambiente
físico y social del campus.
Economía y Negocios Internacionales no solo ha
fortalecido el estudio y mejorado la comprensión de los fenómenos
económicos, sino que ha servido de apoyo al importante proceso
de internacionalización de la Universidad. 63% de sus graduandos
de hoy tuvieron durante su carrera alguna experiencia en el exterior propiciada
por la Icesi.
Diseño Industrial cambió nuestro concepto
de creatividad. Estudiantes de overol, nunca antes vistos aquí,
transforman materiales, en el taller que se construyó para el programa,
y presentan propuestas de productos para mejorar las condiciones de vida
de los colombianos. Los graduandos de hoy fueron finalistas, y dos de
ellos triunfadores, en un concurso nacional de diseño para artesanías
realizado en Bogotá.
Ingeniería Telemática llegó a la
Universidad algún tiempo después que Internet. Y ve graduar
sus primeros profesionales cuando la red de redes acaba de cumplir 10
años de hacerse pública. Esos nuevos profesionales han sido
acogidos por importantes empresas de la región. Y las tecnologías
que han llegado a la Universidad con el programa nos permiten transmitir
hoy para el mundo, en particular para graduandos y familiares que no pudieron
estar aquí, esta ceremonia de grado. Es la primera vez que un evento
como este se transmite desde Colombia por Internet con la tecnología
de Web Cast.
Ahora bien, queridos graduandos, todos ustedes, los que
reciben hoy su título profesional y los que lo reciben de especialización
o maestría; todos han tenido la oportunidad de una magnífica
educación a la que tiene acceso solo una fracción minúscula
de la población. Y junto a esta oportunidad va la responsabilidad.
Va la responsabilidad de usar esa educación con sabiduría,
de usarla para beneficio de la sociedad y no solo para el beneficio personal
o el de la organización para la que se trabaja. Va la responsabilidad
de ayudar a hacer de Colombia un mejor lugar para vivir.
En esta breve lección de despedida quiero invitarlos
a comprometerse con la acción; quiero invitarlos a adoptar una
concepción de la vida buena que implica esfuerzo y toma de riesgos;
pero que debe conducir a mayores logros y satisfacciones para ustedes,
para quienes los rodeen y para la sociedad toda.
Con el permiso de algunos filósofos aquí
presentes, voy a presentar unas versiones esquemáticas, simplificadas
y trasladadas a nuestra realidad de hoy, de tres enfoques diferentes sobre
cómo algunos pensadores de la Grecia antigua definían la
vida buena. Los tres enfoques son el hedonismo, el epicureísmo
y el estoicismo. Estas presentaciones con seguridad lastimarían,
al menos por lo parciales, a sus proponentes originales; yo confío
en que ellos me perdonen allá en la distancia de los casi 25 siglos
que nos separan.
El hedonismo fue propuesto por Aristipo, cerca del año
400 antes de Cristo: sostiene que el primer propósito de la conducta
es la felicidad, y que la felicidad se logra produciendo sentimientos
de placer y evitando sentimientos de dolor. En su versión más
cruda esos sentimientos de placer equivalen a la gratificación
de los sentidos. Este hedonismo está muy presente en la Colombia
de hoy; es el que nos proponen los medios de comunicación y, en
particular, la televisión; es el de tanto reinado y tanto “reality
show”; el de presentadoras y presentadores; el de los calendarios,
el cine y la publicidad; el de la moda; el de la silicona; el del salón
de belleza y el gimnasio; el de la buena mesa; el de las fiestas en las
páginas sociales; el del traguito y la parranda de los sábados.
¿Y de los viernes? ¿Y de los “juernes”?
Cien años más tarde, hacia el 300 antes
de Cristo, Epicuro modificó la teoría del hedonismo y dio
origen al epicureísmo: él redefinió el significado
de lo placentero; enfatizó el evitar las penas y los placeres sensoriales
violentos; hizo hincapié en el cultivo de una apatía interior
o indiferencia a toda clase de estímulos o perturbaciones externas;
acentuó la moderación; predicó la renuncia al poder,
a la vida pública, a las ansias del cuerpo; y propuso a cambio
una conversación intelectual en un círculo pequeño
de amigos cercanos, indiferentes. En alguna ocasión Epicuro escribió:
“Gracias sean dadas a la bienaventurada Naturaleza que hizo que
las cosas necesarias sean fáciles de obtener y que las cosas difíciles
de alcanzar no sean necesarias”. El epicureísmo, sobre todo
en su aspecto, a mi entender, más negativo, está también
muy presente en nuestra Colombia actual; es el de la indiferencia y la
apatía respecto a la cantidad y a la magnitud de nuestros problemas
nacionales; el epicureísmo de los que no quieren acercarse al pobre
o al desplazado porque eso produce dolor; el de los que no quieren saber
de la política porque la encuentran sucia, desagradable; el de
los que no quieren enfrentar o, por lo menos, entender los asuntos públicos
porque los encuentran muy difíciles; en fin, el de los que quieren
estar cómodos, tranquilos; ya tienen su casa, su carro, su trabajo
y no aceptan que les pidan más.
Por la misma época de Epicuro, hacia principios
del siglo III antes de Cristo, Zenón de Chipre empezó a
enseñar un enfoque filosófico diferente. Lo hizo también
en Atenas, en un pórtico o, en griego, stoa; de ahí el nombre
de estoicismo que se dio a su filosofía. El estoico acepta el orden
de la naturaleza, el destino, como se presente. Para él son indiferentes
salud o enfermedad, riqueza o pobreza, alabanza o desdén de los
hombres. La felicidad consiste para él en la sabiduría y
esa sabiduría proviene de la virtud. Para el estoico hay cuatro
virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. En el
debate que se presentó en la Grecia posterior a Alejandro Magno
sobre si era necesario obrar, el estoicismo tomó partido por la
acción, por la participación en la vida social y política,
mientras el epicureísmo pregonaba el alejamiento de todo lo que
pudiera ocasionar preocupación. La ética del estoicismo
se convirtió en la ética de los líderes, especialmente
unos siglos después, en el Imperio Romano; implicaba para ellos
un papel de servidores más que de amos o señores. Colombia
necesita hoy muchos más estoicos, muchos líderes estoicos,
muchos Colombianos sabios comprometidos en la acción social y en
la acción política.
Reitero lo dicho atrás: he presentado versiones
parciales de las éticas de tres corrientes filosóficas;
pero esas versiones sirven para ilustrar mi mensaje.
Soy conciente de que es muy raro el caso de la persona
que vive ajustada estrictamente a algunas de esas tres versiones. La grandísima
mayoría vivimos de acuerdo a reglas que estarán en algún
lugar intermedio entre esos tres extremos. Todos hacemos algún
tipo de balance entre el hedonismo, el epicureísmo y el estoicismo
descritos. Pero creo que el balance ideal, el balance que Colombia demanda
en sus actuales circunstancias, está lejano de aquel en el que
se sitúa la mayoría de los llamados a ser líderes
en Colombia.
Permítanme expresarlo gráficamente. Si imaginamos
un triángulo equilátero y colocamos mis versiones de hedonismo
y epicureísmo en sus vértices inferiores y mi versión
de estoicismo en el vértice superior, pienso que los comportamientos
morales de la gran mayoría de los colombianos destinados a ser
líderes en virtud de su capacidad y su preparación se ubicarían
muy cerca de la línea horizontal que une los vértices inferiores:
entre hedonismo y epicureísmo; entre los placeres sensoriales y
la indiferencia; lejos del estoicismo.
Ustedes, graduandos, por su capacidad y su educación
privilegiada, están llamados, como nosotros sus maestros, a ejercer
liderazgo en esta Colombia en dificultadas que nos ha correspondido vivir.
Y ese liderazgo debe corresponder a una moral mucho más cercana
al vértice superior del triángulo propuesto; al vértice
del estoicismo.
Eso exige fortaleza de carácter; eso exige aceptar
situaciones que prueben nuestra capacidad, nuestra resistencia; aceptar
desafíos que nos saquen de nuestra zona de confort; que nos obliguen
a esforzarnos más, a extendernos, a estirarnos. Un poco de estrés
siempre es provechoso. Dispongámonos a aceptar dificultades.
Yo creo, con el filósofo vernáculo Estanislao
Zuleta, que “hay que poner un gran signo de interrogación
sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias,
sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello
que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión,
ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades”.
Ahora bien, el líder cuenta con una herramienta
muy valiosa para orientar el tipo de acción al que me he referido:
la construcción de visiones ambiciosas, compartidas.
Un ejemplo cuya efemérides se celebra en próximos
días viene como anillo al dedo.
A fines de agosto de 1963, hace cuarenta años,
Martín Luther King Jr., un joven pastor Bautista, de raza negra,
con Gandhi quizá uno de los más grandes líderes estoicos
del siglo XX, pronunció en Washington, Estados Unidos, ante una
audiencia inter-racial estimada en 200.000 personas, un discurso que marcó
la recta final hacia el reconocimiento de los derechos civiles plenos
de la minoría negra en ese país.
En su alocución, después de reconocer y
exponer las difíciles circunstancias en las que vivían los
de su raza, King describió en varias frases el sueño que
compartían la multitud presente y millones de americanos más.
Todas esas frases empezaban con la expresión “Sueño
que un día…” y a continuación detallaba una
situación futura, deseada.
Ese discurso memorable, modelo de la expresión
de una visión ambiciosa, compartida, llenó de valor a los
negros que aún vivían en el temor y convenció a la
mayoría de los opositores de la incontenible fuerza moral del movimiento
que respaldaba. Un año después, el Congreso de los Estados
Unidos aprobó la Ley de los Derechos Civiles de 1964 que acabó
con la segregación racial y prohibió la discriminación.
Al despedirlos hoy con nostalgia, queridos graduandos,
quiero invitarlos a soñar en visiones valiosas, ambiciosas, y a
comprometerse con la acción. Quiero invitarlos a soñar y
a construir un país que sea más digno de los hijos que ustedes
y los su generación van a engendrar.
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