RESEÑAS

DOI: 10.18046/recs.i21.2388

 

Educación y civismo. Los casos de Pereira y Manizales entre 1925 y 1950

 

 

ENRIQUE RODRÍGUEZ-CAPORALLI*

* Universidad Icesi (Cali, Colombia)

 

Civismo y educación en Pereira y Manizales (1925-1950). CORREA, JHON JAIME. (2015). Pereira: Universidad Tecnológica de Pereira, 2015, .

 

Aunque a primera vista pareciera disponerse de una respuesta precisa o al menos delineada con claridad sobre el proceso de modernización urbana en Colombia durante la primera mitad del siglo XX, la verdad es que solo se dispone de una serie de indicaciones generales que dan cuenta en muy poca medida de cómo se desarrolló ese proceso, y esto es aplicable tanto para ciudades en donde la producción académica ha sido mayor, como Bogotá o Medellín, como para ciudades de mucha más baja producción, que serían las del resto del país. Aunque hay trabajos significativos sobre otras ciudades, unas más grandes otras más pequeñas, es relativamente escaso el material disponible; pero sobre todo la circulación y discusión del mismo es mínima, y trabajos valiosos que permitirían hacerse a una imagen un poco más completa quedan generalmente confinados a la discusión local. Asunto para nada menor, pero que impide comprender mejor las regularidades y las heterogeneidades de la modernización urbana en el país.

Un trabajo particularmente valioso en la vía de aportar a este conocimiento, es el elaborado por el profesor Jaime Correa. Su libro pretende mostrar el proceso modernizador en Pereira y Manizales a partir de tres elementos: en primera instancia lo que el autor llama las sociabilidades cívicas; en segunda instancia el ornato urbano, y finalmente la educación. Hay de entrada además un valor agregado muy importante en este trabajo, escaso en la historia urbana tradicional, y es la intención de comparar entre ciudades los mismos procesos en las mismas temporalidades.

El libro, elaborado a partir de la tesis doctoral del profesor Correa, está organizado siguiendo una estructura quizá demasiado apegada al informe final de la tesis. La primera parte da cuenta de los referentes conceptuales seguidos en la investigación, entre los que destacan la idea de cultura cívica y socialidad; el autor aborda el civismo, de manera un tanto problemática, como una ideología, noción que aclara poco con relación al civismo. En la segunda parte se da cuenta del papel de las élites de Pereira y Manizales en la constitución de las sociabilidades cívicas, dando énfasis a los rituales públicos y su relación con instituciones como la Iglesia católica. Hay un apartado importante, aunque no incorporado plenamente al texto, acerca de dos documentales importantes sobre Manizales y Pereira, que de todos modos constituyen un interesante llamado de atención sobre otras fuentes posibles de explorar para la historia urbana.

La tercera parte se centra en el ornato urbano, siguiendo las principales líneas que en cada ciudad tuvo esa preocupación, y en el cual se muestra cómo el cuidado de la ciudad y de lo público adquirieron connotaciones morales importantes, con represalias pecuniarias incluso. Finalmente, el trabajo presenta las relaciones entre educación y cultura cívica, en la que más que examinar el sistema escolar, asunto al que también se alude, se centra en las campañas cívicas como estrategia pedagógica para producir y mantener una cierta propuesta de civilidad urbana. El libro cierra con una reflexión sobre los límites de este proyecto de civilidad desde tres entradas: los límites de la legitimidad de las sociedades de mejoras públicas, las dificultades de lograr estos cambios en lo que el autor llama ciudad escindida, y las fisuras que encontró el proyecto modernizador en un escenario político como el de la crisis de unidad territorial en el antiguo departamento de Caldas.

Uno de los principales méritos del libro es su preocupación por caracterizar de manera detallada las élites que lideraron este proceso, caracterización que constituye una prosopografía de los personajes de ambas ciudades. Un elemento central de esta caracterización es que Correa hace evidentes algunos de los mecanismos que las llevaron a constituirse como élites, y cómo esto incidió en la visión de ciudad que se estaba modernizando, a la vez que en las formas de participación posibles de una ciudadana en construcción, y en general en la formulación más simbólica de un proyecto de sociedad, por más que este término resulte problemático. Esta caracterización detallada no omite, sin embargo, un cierto esquematismo, una idea de homogeneidad de la élite en torno un proyecto unificado, que si bien no debe confundirse con una lectura simplificadora que hasta hace poco se impuso como forma dicotómica de entender la relación entre élites y otros grupos sociales en las ciudades a comienzos del siglo XX. Ver en las élites exclusivamente un grupo hegemónico ha descuidado sus evidentes fracturas y los modos como construyeron los pactos que les hicieron posible convertirse en tales.

En el marco de esta caracterización de las élites, el trabajo del profesor Correa aborda con claridad la mezcla entre ideales modernos, funcionales a un nuevo tipo de empresario y político que emergía en ambas ciudades, pero también constitutivos de su concepción de sí mismos y del mundo, con los valores más tradicionales, como los promovidos por la Iglesia católica, de profundo arraigo en los habitantes de ambas localidades. A lo largo del texto se muestra, de manera clara y bien documentada, cómo una de las primeras tareas que debieron afrontar fue concebir una respuesta armónica a esa aparente contradicción entre valores que podrían ser contrapuestos, o que al menos así podrían verse en principio. Es una suerte de liberalismo a la colombiana, más allá de que los políticos fuesen liberales o conservadores, en donde la sujeción a la doctrina de la Iglesia debía complementarse con las ideas de democracia que se abrían camino. En este sentido, como uno de varios ejemplos, se podría resaltar la manera como el profesor Correa examina el cuadro de honor de las sociedades de mejoras, compuesto por mujeres, y el modo como se fue dando lugar a la mujer, sin alterar por ello el equilibrio religioso y patriarcal. Lo mismo puede decirse de la unión del civismo con estos valores religiosos, una suerte de civismo por mandato católico, y no como una expresión del compromiso ciudadano con valores públicos seculares.

Lo anterior permite afirmar que emplear con cierta libertad la noción de sociabilidad resulta, nuevamente, en un gran acierto, porque permite ver qué tipo de relaciones sociales se ponen en juego mediante la conformación de entidades cívicas que hacen posible una forma de acción que se cristaliza en discursos y prácticas, de alguna manera resultado de ciertas formas de deliberación entre estos grupos de élite y no solo como la traducción local de ideas hegemónicas.

Al lograr esas dos cosas, mostrar como grupos sociales concretos armonizaron ciertos ideales, en el marco de una moral religiosa, con formas de sociabilidad cívica, se construye un argumento muy interesante que pone en cuestión los mitos fundacionales en muchas ciudades acerca del civismo y de la armonía y compromiso de todos con unos proyectos supuestamente generalizados y compartidos.

En medio de estos aciertos es pertinente señalar que hay algunos puntos que resulta indispensable revisar. En primer lugar, la idea de ciudad escindida: su uso parece mantener, a contrapelo con otros pasajes del texto, aún una cierta noción de dominación bastante instrumental. La metáfora, tomada de la obra de Jose Luis Romero, tiene límites que han sido bastante discutidos, pues oculta que en las ciudades (no solo en las pequeñas) es inevitable la contigüidad espacial, el contacto físico y cotidiano, en casas y oficinas y en otros lugares urbanos en los que es difícil identificar límites. Los contactos producen formas entrecruzadas de relación que no disuelven las diferencias sociales y económicas, pero que deben ser leídas de modos distintos a los que supone la imagen de la escisión. En particular, la metáfora restringe lo que puede ser entendido en las dinámicas urbanas, porque no se avanza mucho en una concepción de la vida urbana como escenario donde este contacto cotidiano debe ponerse en juego.

Esta metáfora de escisión afecta también el modo como se concibe la educación, que se presenta como un modo a través del cual se expresa cierta ideología, y no como un campo de debates en los que sin duda la alianza con la Iglesia católica fue decisiva, pero que debió estar lejos de la unidad de propósitos que por momentos muestra la obra. Las campañas educativas que muestra el texto reflejan a partes iguales los valores modernizantes y tradicionales, pero sobre todo evidencian la lucha por acomodarlos en un todo coherente que dé salida a los pactos que trabajosamente deberían estar lográndose entre los intereses contrapuestos de algunos sectores.

Finalmente, el gran ausente es el Estado. Hay poco o nada sobre sus características locales y regionales, y en especial cómo las instituciones hicieron posible que estos proyectos se cristalizaran de cierta manera. Aunque no hay evidencia de ello, su ausencia quizá sea un eco de la visión que lo presenta como un mero instrumento de las élites, asunto que más que un punto de llegada es un proceso que hay que evidenciar.

No se podría terminar esta reseña sin señalar que en las conclusiones de su trabajo, el profesor Correa propone una agenda de investigación para las ciudades del eje cafetero. Con equilibrio y mesura señala la importancia de entender los procesos participativos y de movilización social sin maniqueísmos, sin desconocer las ignominiosas asimetrías en las que se escaparon las élites, para descifrar de mejor manera el modo como la historia urbana puede permitirnos pistas para hacer mejores ciudades. Un aporte valioso y necesario ante los desafíos urbanos actuales que esperan que las soluciones provengan de un futuro que no se alcanza.