CURRIE Y COLOMBIA: EL ASESOR QUE VINO DE LEJOS
BORIS SALAZAR
Economista. Universidad del Valle. MA. Graduate Faculty New School for Social Research. New York. NY. Ph.D (c) en Economía Graduate Faculty New School for Social Research. New York. NY. Jefe del Departamento de Economía, Universidad del Valle. bsalazar@emcali.net.co
Fecha de recepción 17-10-2002 Fecha de aceptación 10-2-2003
RESUMEN
Este artículo presenta y defiende una tesis sobre el impacto del trabajo de Currie como asesor económico en Colombia. Lo que diferencia a Currie de los economistas que han dirigido después la política económica del país es su extrema independencia con respecto a los organismos internacionales de crédito y a las modas teóricas dominantes. La independencia con la que siempre trabajó no fue sólo el producto de su elección individual, sino de las muy especiales condiciones que rodearon su arribo y permanencia en Colombia. Currie fue independiente porque podía serlo y porque lo eligió también. Es lo que este artículo pretende argumentar.
PALABRAS CLAVES
Política Económica, Desarrollo económico. Productividad marginal, Crecimiento endógeno, New Deal.
ABSTRACT
This paper presents and define a tesis about the impact of the Currie´s woek as economic asesor in Colombia. What made different Currie from othere ecomists maging the Colombia economic policy is his extreme independence respect to credit international organism and to the dominant theories modas. His independence was the product not only of his personal election, but the product of the special conditions involved in his arrive and steady in Colombia. Currie was independent because he could been it and because he elected it this is what this paper wants to argue.
KEYWORDS
Economic Policy, New Deal, Economic Development, Marginal Productivity, Endogenous Growth.
Clasificación: B
Cuando Lauchlin Currie llegó a Colombia por primera vez en 1949, como jefe de la primera misión del Banco Mundial a un país en desarrollo, Colombia estaba fuera del mundo, debatiéndose entre las ruinas dejadas por el asesinato de Gaitán, los miles de muertos de la violencia clásica y la liviandad intelectual del discurso conservador que pretendía imponerse a sangre y fuego. La especie de los economistas profesionales aún no existía y las decisiones de política económica eran tomadas por abogados que se hacían llamar hacendistas y trataban de cuadrar las cifras del presupuesto nacional y promover el desarrollo con la ayuda de las ideas de algún economista muerto cuyo nombre ninguno sabía a ciencia cierta. Sin embargo, lo que algunos sí sabían era que el país necesitaba ferrocarriles, energía eléctrica, equipos agrícolas y puertos (Sandilands, 1990, 161). El arribo de la misión dirigida por Currie era una respuesta a esas inquietudes. Lo que él hizo, lo sabemos todos, habría de ir mucho más allá de la aprobación o desaprobación de una lista de proyectos. Estas líneas intentan sugerir una interpretación de lo que Currie logró en los casi cuarenta años que vivió y pensó en Colombia. Tratan de resaltar el papel de la historia, de lo contingente y de lo particular en el desarrollo de la política y de la teoría económica. Tratan, también, de subrayar el extraño tejido que se forma cuando la historia de un individuo y la de un país se entrecruzan en circunstancias particulares e irrepetibles.
En su primer recorrido por Colombia, Currie se encontró con una fiesta para los ojos de un asesor internacional: "pobreza generalizada en medio de una gran riqueza de recursos naturales (...) bajo nivel de la administración pública y (...) falta de respeto por la ley" (Sandilands, op. cit., 164, LC, de ahora en adelante). Cincuenta y tres años más tarde el diagnóstico podría ser el mismo, con una diferencia terrible: el tiempo transcurrido. Ni la pobreza generalizada ni la desigualdad ni el bajo nivel de la administración pública ni la baja productividad agrícola ni la falta de respeto por la ley han desaparecido.
Algunos rasgos, por supuesto, han cambiado de forma, otros han empeorado, pero el conjunto todavía puede pasar como una descripción realista del estado de la economía colombiana. Si tan poco ha cambiado, ¿cuál fue el efecto, entonces, del trabajo de Currie en Colombia? ¿Cómo podemos haber regresado al mismo punto después de más cincuenta años de política económica para el desarrollo? Más aún, ¿cómo podemos estar en la misma situación si hoy el país cuenta con el grupo de economistas mejor preparado que ha tenido en toda su historia? Dejando a un lado cualquier pretensión de interpretar la historia colombiana de los últimos cuarenta años, y tratando de entender el papel de la profesión en lo ocurrido, adelanto la siguiente hipótesis: los resultados obtenidos por Currie como asesor son el efecto de su independencia relativa frente a las modas teóricas, a los organismos internacionales, a las comunidades académicas y al poder en general. Quizás el paralelo con Keynes sea válido: sólo asesores o hacedores de política económica de una independencia extrema, que ya se encuentren más allá del bien y del mal con respecto a sus carreras y al éxito, pueden protegerse de las tentaciones normales del poder y de las modas. Las políticas económicas aplicadas en Colombia después de la intervención de Currie han sido de este mundo y han seguido el vaivén de las modas teóricas y del poder de los organismos internacionales, sin olvidar las pequeñas disputas internas. Repito: es sólo una hipótesis con respecto al papel de la profesión económica en lo ocurrido. La historia del período está por hacerse.
AFUERA, ADENTRO
¿De dónde venía Currie? Los datos no dejan lugar para la duda: Currie era un economista canadiense que había participado en forma activa y crucial en la planeación y puesta en marcha del New Deal del gobierno de Roosevelt. Era, además, un pensador original que había formulado, por su cuenta, algunas de las ideas básicas de lo que, unos años más tarde, habría de proponer Keynes (Sweezy, 1993). Y era, también, un investigador empírico que había construido las primeras series sobre la oferta monetaria en los Estados Unidos, y en el mundo conocido, en un tiempo en el que los economistas más importantes confundían el crédito con el dinero. Como habría de decirlo, muchos años después, Richard M. Goodwin: ¡Después de un siglo de estar hablando de dinero, nadie había intentado contarlo! (LC, 26).
En el año de la llegada de Currie a Colombia, el macartismo estaba en pleno furor en los Estados Unidos, y él mismo (LC, 145) debió declarar ante el famoso Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso (HUAC, en inglés), que dirigía el célebre senador McCarthy. Para bien de Colombia, Currie no podía regresar a los Estados Unidos. Aunque Sandilands (LC, 160), en su biografía, no lo dice así, es claro que optar por quedarse en Colombia y renunciar a la ciudadanía estadounidense, en lugar de regresar a los Estados Unidos, implicaba que regresar al Norte en esas condiciones era demasiado arriesgado y costoso. En este mundo posible Currie se quedó en Colombia, dirigió la misión del Banco Mundial y se entregó, después del golpe de Rojas Pinilla, a los suaves placeres de la ganadería de leche en la sabana de Bogotá. Hay otros mundos posibles, por supuesto. En otro, por ejemplo, Currie habría regresado a los Estados Unidos, habría superado con valentía la persecución del macartismo y algún director de Hollywood habría hecho una película, ganadora del Oscar, contando sus tribulaciones en la pantalla. En otro mundo posible habría sido exonerado de todo cargo y habría regresado a Washington como el gran artífice de la nueva política de desarrollo acelerado del Banco Mundial. Pero esos mundos no ocurrieron, y el único que conocemos es éste en el que Currie se queda en Colombia y participa, como asesor, investigador, profesor y escritor, en lo que sería la "invención" de la economía colombiana, como profesión y como realidad para el estudio y para la transformación. Aunque suene a lugar común, a vano homenaje tardío, debo decir que la economía colombiana de hoy no sería lo que es de no haber mediado la presencia y la actividad infatigable de Lauchlin Currie.
La llegada de Currie pone a la Colombia de masacres, pobreza y bellos paisajes en contacto con un mundo que le era extraño. El mundo de los economistas profesionales, que había surgido del New Deal, y de las ideas de Keynes, implicaba la existencia de un puñado de personajes a quienes la división social e intelectual del trabajo les había concedido un poder inusitado: el poder de cambiar el orden económico, a través de usar las posibilidades potenciales que ofrecía el sistema de mercado. Y Currie era uno de los supremos y más entusiastas practicantes de ese poder. Piénsese, entonces, en lo que pudo haber producido ese encuentro entre uno de los economistas más fuertes del mundo desarrollado, y un país cuyo único contacto con el mundo era el café que exportaba hacia Estados Unidos y Europa y los viajes de estudio o de recreo de los miembros de su élite. La historia del impacto de Currie sobre la economía colombiana es la historia de este encuentro y de los distintos caminos que tomó en el tiempo.
La precaria situación colombiana le permitió a Currie pensar, como un enigma o como un rompecabezas, entendido a la manera de Kuhn, el problema de cómo lograr el desarrollo sostenido de una economía aquejada de la mayor parte de los males que garantizaban el atraso y el estancamiento. Tenía la ventaja de venir de afuera, de no ser colombiano, de no pertenecer a la élite del país, o alguna de sus facciones, de no estar matriculado en ninguna de las escuelas conocidas del pensamiento económico, de no estar a la moda de las últimas corrientes de la teoría económica, de no figurar (más tarde) en la nómina de las entidades internacionales de crédito y fomento. Todo esto llevaba a una sola conclusión verdadera: sin compromisos con nadie, y sobre todo sin compromisos directos con la élite colombiana, Currie siempre pudo ser un pensador independiente. Fuera del mundo de Washington, sin el control directo de los organismos internacionales de crédito, trabajando como asesor en un país extranjero, Currie era el extraño que podía ver mucho más que los nativos, porque no tenía compromisos con nadie, salvo con su propio pensamiento. En una profesión tan marcada por la existencia de corrientes dominantes (mainstream), por la presencia de paradigmas con impacto real sobre lo que se hace y cómo se hace, y por instituciones que generan lealtad y formas cerradas de ortodoxia, trabajar desde la posición del extraño que sólo responde a sus propios procesos de pensamiento, y a sus interacciones con colaboradores y críticos, es algo fuera de lo común, un evento extraordinario.
La presencia de Currie generó una ventaja adicional para el surgimiento y consolidación de la investigación económica y de la economía como profesión en Colombia:
TEORÍA DESPUÉS DE LA TEORÍA
De un momento a otro, los economistas colombianos -y los que aspiraban a serlo, sobre todo- podían conversar con alguien que estaba en capacidad de conversar con la teoría económica contemporánea, que tenía preguntas propias sin resolver, y que al aplicar lo que sabía no dejaba de pensar en la formulación teórica más adecuada para las ideas que la intuición le había dado. Pero esto no debe conducir a la idea errónea de la llegada, desde tierras lejanas, del sabio que lo sabía todo. Si hubiera sido así, habría habido muy poco que aprender de Currie. Lo que ocurrió fue distinto. Currie llegó con algunas intuiciones acerca de la teoría del crecimiento sostenido. Buena parte de ellas provenía de su interacción con Allyn Young, su profesor en Harvard en los años treinta. Pero no eran más que intuiciones, fragmentos de un todo posible que Currie todavía no había logrado armar. El caso colombiano le brindó la oportunidad de buscar la teoría que le permitiera formular una política coherente de crecimiento para la estancada economía colombiana de esa época. Currie conocía la teoría de Allyn Young, pero no tenía una formulación precisa de ella. Le faltaba construirla y generar, además, las intuiciones que le permitieran aplicarla al caso colombiano. De alguna forma, sin embargo, la teoría ya estaba trabajando en su cerebro. El propio Currie lo dice así en un artículo sobre la enseñanza de la economía:
Nótese la forma en que Currie plantea su llegada a una intuición decisiva. Mediante procesos que no podemos descifrar aquí, Currie conocía el significado del concepto de "desempleo disfrazado", pero no sabía cómo aplicarlo a la economía colombiana. La teoría ya estaba allí, sin haber sido encontrada una formulación apropiada, pero antes de llegar a ésta apareció, de repente, la intuición que aclararía las implicaciones del concepto para el problema colombiano. Esta intuición, sin embargo, estaba atravesada por lo analítico. La mitad de la fuerza laboral colombiana estaba desempleada, no según la definición del Dane, sino según lo planteado por la teoría económica: su producto estaba muy por debajo de su nivel potencial.
Es en la Operación Colombia en donde aparece por primera vez su famoso diagnóstico acerca de la deficiencia de demanda en la forma de desempleo disfrazado en el campo. Currie, el pragmático que debe producir un plan de desarrollo cualititativo en muy poco tiempo se une al Currie teórico para desechar las teorías del desarrollo dominantes en el momento. El capítulo 6 de su Desarrollo económico acelerado (1968) puede leerse como un ajuste de cuentas con esa fiesta metafórica que era la teoría del desarrollo de la época. Desde la teoría del "despegue" de Rostow, pasando por las distorsiones del lado de la oferta de Nurkse, y por la teoría de la causación circular y acumulativa de Myrdal (con el que, debe decirse, Currie [ 1968, 95-96] es injusto en su evaluación, quizás por que en ese momento todavía no había resuelto su propio problema teórico), hasta el Gran Empujón de Rosensestein- Rodan, el pragmático revisa con los ojos de la intuición que dan muchos años de asesoría internacional las limitaciones de los diagnósticos y recomendaciones de las figuras dominantes en ese campo. Como se trataba de un festival metafórico (síntoma de que las cosas no andaban del todo bien en la teoría existente), Currie también acuña su propia metáfora: la del rompimiento o de la ruptura con el desempleo disfrazado del campo, a través de la generación de empleos con mayor ingreso per cápita en sectores con elasticidades-ingreso de la demanda mayores a uno.
Pero lo que Currie no encuentra satisfactorio en las teorías existentes no está en el orden de lo pragmático. No se trataba de hallar la poca pertinencia o la ineficacia de las políticas provenientes de los teóricos de moda. No. El problema, aunque Currie no lo dijera en forma explícita, era teórico. Lo que no había en ninguno de ellos era una teoría del crecimiento que permitiera fundamentar sus propuestas políticas. Currie, el pragmático, detecta un problema del lado de la demanda que los otros no han visto (salvo Myrdal, para ser justos), embelesados como están con la oferta, el ahorro insuficiente, y las brechas de capital y divisas. Pero el problema que Currie señala como de falta de movilidad de la fuerza de trabajo y por tanto, de deficiencia en la demanda, tampoco está fundamentado en su trabajo, por la sencilla razón que Currie, el pragmático, no le ha dado suficiente tiempo a Currie, el teórico, para que hiciera la reflexión requerida para llegar a una solución teórica a un problema teórico. Es tal el ajuste de cuentas teórico de Currie que hasta se atreve a poner en duda la secuencia optimista del desarrollo económico proveniente de la teoría de Smith -la misma de la que su maestro Young derivara la teoría que vendría más tarde a resolverlo todo- y en un arrebato subdesarrollista castiga el optimismo de los que querían aplicar la secuencia clásica a los países subdesarrollados.
¿Cuándo, entonces, llegó el tiempo de formular la teoría del crecimiento en forma explícita? Una vez planteada la intuición que aparece en la Operación Colombia, y una vez planteada y puesta en marcha la estrategia del sector líder, Currie se dedicó a pensar, otra vez, el problema del crecimiento. Es emocionante ver la serie de artículos que sobre los problemas de las teorías del crecimiento y del desarrollo aparecen a comienzos de los años ochenta (como resultado de reflexiones surgidas a finales de los setenta en un grupo de discusión del DNP, y en un curso de posgrado de alguna universidad de Bogotá [Currie, 1993, 195]), y que sólo terminan muy cerca de su muerte, en 1993. Un solo problema parece obsesionarlo: cómo encontrar una formulación exacta, exhaustiva y satisfactoria del núcleo de la teoría del crecimiento que su profesor de Harvard, Allyn Young, había planteado en su famoso discurso de 1928, ante la sección F de la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia. Es el regreso a una teoría que no había dejado de estar, en forma implícita, pero siempre activa, en el centro de sus trabajos pragmáticos en el campo del crecimiento económico. El propio Currie lo cuenta así:
Entre el Currie del artículo de 1981 y el Currie de su último artículo sobre la teoría del crecimiento, hay una diferencia decisiva. Mientras el primero intentaba (como lo seguirá haciendo en dos artículos posteriores) postular y demostrar la existencia de una línea de continuidad neoclásica en la teoría del crecimiento -una línea que comenzaría con Smith, continuaría con Marshall y Young, y vendría a completarse en nuestros días con los trabajos de Solow y Fabricant (Currie, 1993, 214)-, el segundo mostraba, en detalle, los puntos de ruptura de la secuencia Smith-Young con los postulados de la teoría neoclásica del crecimiento, basada en la productividad marginal de los factores. En efecto, Currie introduce la distinción indispensable, y muy poco notada en la literatura sobre el tema, entre la participación de la mano de obra, o de otro factor, en el ingreso nacional y su contribución al producto y al crecimiento de éste. La razón es doble: de un lado, la relación entre contribución y rendimientos es demasiado tenue (expresión de Currie):
Del otro, la verdadera magnitud de la contribución de un factor al crecimiento no puede localizarse en un sector sino que se extiende al conjunto de la economía y es el producto de las múltiples interacciones entre factores, productos y mercados en una economía capitalista. Dice Currie:
El punto decisivo de Currie es que no hay ninguna conexión necesaria entre la teoría de la productividad marginal de los factores y la teoría del crecimiento. Incluso el artífice de la teoría neoclásica del crecimiento, Robert Solow (1957) encuentra que sólo una mínima parte del crecimiento puede atribuirse a la contribución de los factores, y que la mayor parte parece pertenecer al célebre residuo en el que todo cabe: desde el cambio técnico hasta el cambio institucional, pasando por la cultura y el clima. Es obvio que el haber elegido la función de producción neoclásica para construir una teoría del crecimiento fue un recurso brillante para alguien que trabajaba en la tradición de construir modelos neoclásicos. Pero Currie nunca perteneció a esa tradición. Él mismo confesaba que su capacidad para trabajar con símbolos ni siquiera se acercaba al promedio de los humanos y que, por eso, prefería formulaciones de tipo literario.
Sin embargo, el realismo de Currie con respecto a sus capacidades matemáticas no explica del todo lo ocurrido. En realidad, lo que hizo Currie fue elegir una teoría del crecimiento (que podría convertirse en un modelo1) por fuera de la tradición neoclásica del equilibrio (aunque no lo viera así en un comienzo). Eligió la olvidada y muy poco usada teoría del crecimiento de Allyn Young, que combinaba un mecanismo de crecimiento, que se perpetuaba a sí mismo, con una economía en desequilibrio. Young, modesto, como no se cansaba de repetirlo Currie, se había limitado a afirmar que lo suyo no era más que una variación en la obra maestra de Adam Smith. Pero la variación iba más allá de la obra maestra hasta el punto de lograr otra pequeña obra maestra independiente de la primera. En lugar de plantear que el tamaño del mercado limitaba la extensión de la división del trabajo, Young propuso una variación que consistía en hacer que la extensión y la profundidad de la división del trabajo dependieran de la extensión y de la profundidad de la división del trabajo. Y no era una tautología, como lo aclaró Currie varias veces, sino una forma distinta de pensar el problema del crecimiento: en lugar de verlo, en términos contables, como el efecto de la acumulación de capital, el crecimiento es visto como una secuencia que se refuerza a sí misma. Según Currie:
Así mismo, el Currie del último artículo cuestiona la novedad y pertinencia de la nueva teoría del crecimiento. Siguiendo las premisas teóricas de Young, Currie encontró un eslabón suelto en la armazón de la nueva teoría del crecimiento de Romer y Lucas: no sólo la nueva teoría estaba orientada hacia el lado de la oferta, dejando a un lado el papel de la demanda, sino que no presentaba una conexión necesaria entre la disminución de los costos (vía tecnología y la adopción de bienes no-rivales) y el aumento de la demanda (Currie, Ibid. , 387). Currie reconoció que en el enfoque de Romer había elementos de las teorías de Marshall y Young, pero detectó que las imposiciones formales de la teoría del equilibrio general no le permitieron ir lo suficientemente lejos en la construcción de una teoría del crecimiento endógeno.2
Pero como lo señalaba Luis Bernardo Flórez (1993, 450-451), ninguno de estos aportes originales de Currie a la reconstrucción de la teoría del crecimiento y a la crítica de la teoría neoclásica del crecimiento tuvieron consecuencia alguna sobre el desarrollo de la investigación económica en Colombia. Por eso, no es sorprendente que la arrogancia de los presentadores y ejecutores del plan de desarrollo del gobierno de Gaviria -supuestamente basados en las enseñanzas de la nueva teoría del crecimiento- no les haya permitido, al menos, hacer una lectura informativa del aporte teórico de Currie al problema del crecimiento, antes de lanzarse a las aguas peligrosas de los estudios y modelos de moda y de la descalificación a ultranza de todo lo que no se moviera dentro del horizonte de la última onda académica del Norte.
EL PAPEL DE LOS ECONOMISTAS
Esto me lleva de nuevo a la pregunta que hiciera más arriba: ¿qué ocurrió en estos treinta años, desde la puesta en marcha del Plan de las Cuatro Estrategias, para que todo esté de nuevo tal como estaba3 a la llegada de Currie en 1949? No voy a hacer ni una lista ni voy a intentar una narrativa rápida de lo ocurrido en estas tres décadas. Voy a concentrarme en los cambios ocurridos en la profesión y en la forma de hacer política económica en Colombia. El cambio más fuerte ha sido la consolidación de la economía como una profesión a la manera que existe en los Estados Unidos. Es obvio que este cambio ha estado restringido a las prácticas más sofisticadas: aquellas que combinan la asesoría de alto nivel con la investigación y con la enseñanza en ciertas facultades de Economía. Lo que no es equivalente a postular la existencia de una comunidad académica en Economía en Colombia. Como lo planteé en un trabajo anterior, no sólo no existe esa comunidad, sino que en episodios como el del desencuentro de Currie con los marxistas, como en el posterior desconocimiento sistemático de su aporte a la teoría del crecimiento, puede leerse la historia del desplazamiento de la reflexión teórica por la participación en la política económica del Estado. En el episodio relatado en Jalil y Salazar (1999) el desencuentro fue el resultado de la evidente inconmensurabilidad de los paradigmas desde los cuales se intentaba pensar el problema del desarrollo económico. En el olvido sistemático del trabajo posterior de Currie y sus consecuencias teóricas, el problema va más allá: se trata de la inexistencia en Colombia de las condiciones y del clima para que la reflexión teórica genere rendimientos crecientes y cree la masa crítica para la consolidación de un diálogo alrededor de la teoría económica. En el caso de Currie, su parábola vital nos deja una lección: la reflexión teórica no se detiene nunca, los problemas siguen allí, generando preguntas, buscando la formulación más precisa, reconstruyendo el campo de la reflexión.
Más aún: el tiempo de la reflexión es distinto del tiempo de la intervención pragmática. Currie sólo alcanzó las consecuencias teóricas de su intervención práctica mucho tiempo después, en un tiempo que estaba más relacionado con el famoso artículo de su maestro Young, más de cincuenta años atrás, que con el presente de políticas pasajeras y planes de desarrollo olvidables. Que su último artículo sea una crítica radical del uso de la teoría de la productividad marginal de los factores para explicar el crecimiento económico es mucho más que una anécdota: es una lección contundente para los que al llegar al paraíso prometido del diseño y ejecución de política económica cierran para siempre las puertas de la reflexión y se entregan a los placeres fáciles de la propaganda y de la repetición pedante de las últimas modas.
La concentración de los mejores recursos de la profesión en la asesoría al Estado en materia de política económica debe ser considerada en sus implicaciones fundamentales. Que esa concentración ha sido considerada, desde hace tiempo, como decisiva por los miembros más reconocidos de la profesión puede verse en la difícil relación que Currie tuvo con sus colegas de aquí y de otros lugares en los tiempos en que sus propuestas de política estaban sobre la mesa. Sandilands cuenta la violenta oposición que el Plan de las Cuatro Estrategias tuvo entre 1971 y 1972. Miguel Urrutia, el actual gerente de la Junta Directiva del Banco de la República, y en ese entonces ya miembro de esa misma Junta, decidió no sólo dirigir una oposición cerrada y radical al plan de Currie, sino que trajo desde Canadá a un par de Currie, y contradictor suyo en política económica para el desarrollo, Gustav Ranis, con el propósito explícito de arruinar la aplicación del plan (LC; 255). Ranis defendió la tesis de moda en el momento en materia de desarrollo: la de Harris y Todaro, y recibió una respuesta muy dura por parte de Currie. El debate terminó en las páginas del Economic Journal, a dónde Ranis envió una nota crítica que Currie respondió en la misma forma. Como lo narra Sandilands (LC, 256), el efecto de la conferencia celebrada en la Universidad de los Andes fue contraproducente para sus organizadores: la moral de los seguidores del plan se elevó con la lucha y el llamado Grupo de los Miércoles comenzó a reunirse en forma semanal. Uno de los seguidores de Currie era Eduardo Sarmiento. De nuevo, las cosas no parecen haber cambiado mucho en estos treinta años.
Aunque el plan de Currie fue puesto en marcha con evidente éxito, y aunque las altas tasas de crecimiento de los años setenta nunca volvieron a repetirse en Colombia, sus ideas fundamentales dejaron de ser la guía de la política económica en las décadas de los años ochenta y noventa. No apareció tampoco un nuevo Currie. En lugar del pensador que ponía en marcha sus intuiciones, se consolidó un sistema de relevos, a través del cual equipos de economistas, conectados a distintas entidades internacionales (el Fondo Mundial, el Banco Mundial, la Cepal), proponían algún plan al príncipe de turno, y lo ejecutaban después de los ajustes y cambios correspondientes. Dos factores contaban en forma crucial en el tipo de plan y en sus alcances: la teoría del ajuste o de la estabilización que el equipo profesaba y las instituciones internacionales con la que estaba ligado. El primero variaba según la moda teórica predominante en el momento, vía la orientación de los departamentos de Economía del Norte en los que se graduaban sus practicantes. El segundo dependía de la historia y de las preferencias de cada uno. En ambos casos, la historia de la orientación de la política económica en Colombia, tal como ocurre con la historia de la teoría económica, dependió en una proporción muy alta de las contingencias históricas, sociales y personales de la formación de los economistas participantes y de los contextos en los que debieron interactuar. E. Roy Weintraub, uno de los historiadores contemporáneos del pensamiento económico lo plantea así en su último libro:
En el caso colombiano, esas contingencias de tiempo, de lugar y de experiencia condujeron a un giro radical en el objeto de la política económica. Mientras que para Currie, como para las dos generaciones de economistas que se forjaron o crecieron con el New Deal, el objetivo de la política económica era buscar el pleno empleo de la fuerza laboral y el crecimiento acelerado de la economía, para las generaciones posteriores el objetivo era lograr las reformas estructurales que garantizaran la acción plena y libre del mercado. Sin embargo, la orientación de Currie, por su heterodoxia particular, no puede interpretarse con los ojos de hoy. Que nadie intente situarlo, por fuera del tiempo, en el campo de los opositores al mercado o a la globalización de la economía. Currie creía firmemente en las explicaciones de mano invisible y confiaba en la acción de las fuerzas del mercado. Sus recomendaciones apuntaban hacia lograr la mayor movilidad posible de los factores y los arreglos institucionales que permitieran la acción plena del mercado. Un observador desprevenido podría verlo como un precursor de los asesores de hoy. Pero no hay tal: a diferencia de los asesores de hoy, Currie creía que era posible alcanzar la senda de máximo crecimiento a través de acciones de política económica que, como el sector líder, garantizaran la transición hacia un crecimiento más acelerado.
A diferencia de lo que ocurre hoy con la élite de economistas colombianos, Currie era un pensador que conocía muy bien los vacíos teóricos de su influyente obra en materia de política económica. Esto puede parecer extraño en un pensador que insistía en usar los conceptos teóricos más sencillos y elementales para producir análisis y políticas acerca de la realidad. Si se trata de usar los conceptos más básicos, ¿no bastaría con ir al libro de texto, encontrar el concepto requerido y aplicarlo sin demora? He aquí la respuesta de Currie:
Podría decirse que se trata de la versión económica de aquel dicho que todos conocemos, "la prueba del budín está en comérselo", pero no es así. El que quiera aprender a usar los conceptos básicos de la teoría económica de ese modo podría indigestarse con ellos, o hasta disfrutarlos y engordar, pero no aprenderá mucho acerca de su uso. El punto es que los conceptos de la teoría no vienen listos para ser usados ni para ser consumidos. Hay que aprender a usarlos y esto sólo se puede hacer a través de su aplicación sistemática. Entre la teoría del libro de texto, o del artículo de revista especializada, y su aplicación efectiva a la solución de problemas hay una distancia muy grande que sólo puede ser superada mediante el oficio y la construcción paciente de una heurística propia.4 Por eso, en el caso de Currie, la máxima claridad acerca del problema del crecimiento llegó al final de su vida, cuando había logrado decantar las intuiciones y las teorías con las que había luchado durante décadas. Se dirá que hay vías o caminos más económicos para llegar al conocimiento. Que un economista matemático podría haber llegado a los mismos resultados por un atajo más corto, con armas analíticas más potentes, sin tantos rodeos verbales innecesarios. Es posible. Pero es también posible que ese joven economista brillante no se hubiera atrevido a jugar por fuera del paradigma dominante y no se hubiera arriesgado a perder su escaso tiempo en problemas que no estuvieran en la agenda competitiva del presente. Esto nos conduce al problema decisivo del conocimiento en cualquier disciplina: ¿vale la pena apostar por una teoría o por un problema que no produce ningún dividendo teórico en el presente y que tiene, además, un futuro incierto? La respuesta más directa es que sólo lo harán los que siguen el principio básico de la tenacidad y se desvían de alguna forma, en una proporción mayor o menor, del camino que produce la utilidad más segura.
Dicho esto, debo colocar mi caso en una perspectiva más exigente. Creo que es difícil imitar la lección de Currie en toda sus implicaciones. Creo, incluso, que no puede ser un modelo a seguir para las nuevas generaciones. Las mismas razones que lo hicieron el economista más independiente que uno pueda imaginar en este mundo de comunidades académicas, organismos internacionales y altos salones de la política económica, son las que lo hacen casi imposible de imitar por alguien que quiera realizar una carrera que, como la suya, logró combinar la influencia política del más alto nivel, muy cerca del oído y del cerebro del príncipe, con la independencia más absoluta de pensamiento. Es posible lograr lo segundo, al precio de olvidarse de lo primero. O es muy probable lograr el éxito al precio de sacrificar la independencia. Comprendo que el caso de Joseph Stiglitz podría usarse como contra ejemplo. Stiglitz fue primero un teórico del más alto nivel, que corrió el riesgo de apostar a teorías alejadas de la ortodoxia, aunque dentro de sus límites, y que sólo después llegó al ejercicio exitoso e independiente de la política económica. Pero hay dos elementos históricos y contingentes que podrían hacer su caso un poco más débil como contra ejemplo. Se requirió, también, de la existencia de un presidente amante del riesgo que, como Clinton, apostara por el teórico de la excepción extraña -como le gustaba llamarlo a Dornbusch, desde la orilla de la ortodoxia-, y de un extraordinario período de prosperidad inesperada para que este caso paradójico pudiera ocurrir.
CONCLUSIÓN
La relación entre Currie y Colombia es uno de esos extraños procesos que resultan del cruce privilegiado y único de múltiples factores históricos y de eventos personales. El que Currie viniera del Norte y nunca perteneciera del todo a Colombia (a pesar de sus evidentes lazos con el país en todos los sentidos), le dio la independencia que sólo unos pocos pueden alcanzar en el mundo de la política y de la teoría económica. Viendo el estado actual de la economía colombiana, los tiempos de Currie suenan como una época legendaria y lejana, casi irreal, en la que la economía crecía por encima del 6% anual, y el asesor económico más importante pensaba que era posible crecer con estabilidad en los precios. Descontando los evidentes cambios históricos ocurridos, queda la pregunta: ¿qué les ha ocurrido, en las dos últimas décadas, a los economistas mejor preparados que ha tenido el país en toda su historia?
NOTAS AL PIE DE PÁGINA
1. Como de hecho lo hizo con Alvaro Montenegro (LC, 341, nota 11). El título del artículo es muy elocuente: "Crecimiento con estabilidad: Un modelo".
2. La evolución posterior del pensamiento de Romer en la materia lo condujo a romper con las formas de modelar de la economía ortodoxa. La intuición de Currie resultó correcta después de todo.
3. Es obvio que hay diferencias entre los dos momentos, incluso progreso evidente. Lo que quiero resaltar es la persistencia de ciertos hechos y la profundización de los rasgos más negativos.
4. Alguna vez en Cali, en 1982, Currie afirmó que no creía mucho en la sabiduría de los economistas jóvenes. Decía que un buen economista necesitaba de la experiencia para alcanzar la sabiduría. No hablaba sólo de su caso. Los economistas jóvenes pueden construir modelos brillantes, sin duda. Pero la sabiduría requiere de algo más.
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