Hasta que la vergüenza cambie de bando

Los agresores sexuales han convertido la vergüenza en su mayor aliada para silenciar a sus víctimas. Saben que, al hablar, las víctimas serán cuestionadas y culpadas: “permitieron que sucediera”, “lo hicieron fácil”, “provocaron con su vestimenta o actitud”, “no gritaron lo suficiente” o “no se resistieron lo bastante”. Esta carga de vergüenza las consume, las lleva a callar y a ocultarse.

Gisèle Pélicot, una mujer francesa que fue drogada por su esposo y violada por más de 90 hombres en la última década (según lo que se conoce hasta ahora), ha decidido pedir un juicio público. A pesar de que esto expone su vida privada, Gisèle tiene claro que no tiene por qué avergonzarse. La vergüenza debe recaer sobre sus agresores y sobre quienes no hicieron nada para sacarla de ese horror.

Este tipo de violencia también se manifiesta en el ámbito laboral, donde en muchas empresas es un secreto a voces que los jefes acosan a sus empleadas. En ocasiones, las mujeres se ven obligadas a soportar insinuaciones o a ceder ante presiones sexuales si desean avanzar en su carrera, sabiendo que, de no hacerlo, corren el riesgo de ser despedidas o marginadas. Este abuso de poder, normalizado en muchos entornos, perpetúa un ciclo de silencios forzados y desigualdad.

En estos entornos laborales, la vergüenza también juega un papel clave para perpetuar la impunidad. Las víctimas temen denunciar por miedo a perder su trabajo, a ser estigmatizadas o simplemente porque piensan que no les creerán. La vergüenza se convierte en un mecanismo de control que silencia, y las empresas, en muchos casos, se convierten en cómplices pasivos al no tener políticas claras de prevención o sanción.

Pero este ciclo debe romperse. Tal como Gisèle Pélicot ha decidido llevar su caso a la luz pública, las trabajadoras deben sentirse respaldadas para hablar, sin temor a represalias. El cambio empieza cuando las empresas dejan de mirar hacia otro lado, cuando la vergüenza ya no recae sobre las víctimas, sino sobre los agresores y las instituciones que permiten este tipo de comportamientos.

Para que esto suceda, las empresas deben adoptar políticas claras, crear espacios seguros de denuncia y promover una cultura de respeto e igualdad. Y, sobre todo, los agresores deben enfrentar las consecuencias de sus acciones. Necesitamos con urgencia que la vergüenza cambie de bando, para que todas y todos podamos vivir en entornos libres de violencia.

Escrito por: Natalia Escobar Váquiro

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