UN VIERNES CUALQUIERA
Escrito por: Adriana Portocarrero
Estudiante Maestría en Gerencia para la Innovación Social
Son las 9 de la mañana y la plaza se llena poco a poco, familias completas se acercan y se sientan en los alrededores con gestos de espera, algunos observan con curiosidad las carpas dispuestas al lado de la iglesia. La chiva, como cada viernes, llega cargada de mercancía y enseres, pero en esta ocasión también trae habitantes de Albán y alguno que otro visitante de Cartago.
Don José Antonio camina de un lado a otro ultimando detalles, organizando plegables, entregando sillas, asegurándose que todo esté listo. Es la primera feria ambiental y del agua en El Cairo.
Ubicado a 252 kilómetros, casi a cinco horas de Cali, El Cairo está a un paso de la Serranía de Los paraguas, uno de los atractivos turísticos más llamativos de este municipio del norte del Valle. Además de ser famoso por la muerte de unos de los guerrilleros más nombrados en los años 60, Jacinto Cruz Usma – Sangre negra, El Cairo y sus corregimientos son famosos por su arquitectura. Parece un pedacito de Colombia atrapado en la época colonial, sus casas espaciosas pintadas de colores alegres: rojos, azules, naranjas verdes y amarillos, le valieron el reconocimiento por parte de la Unesco como Paisaje Cultural Cafetero.
Además, está construido sobre la montaña en forma de cuadricula, esto hace que cada calle tenga de fondo un paisaje exuberante, donde hacen juego perfecto diferentes tonalidades de verdes, y se puede apreciar la cordillera con toda su imponencia. Este municipio, principalmente cafetero que fue fundado por colonias antioqueñas en 1919, se ha visto obligado a cambiar paulatinamente sus cultivos de café por otros productos que le permitan las subsistencias de las casi 9500 personas que habitan en su área urbana, corregimientos y veredas.
Como la mayoría de los municipios de este país, El Cairo ha sufrido los estragos del conflicto y las acciones de los grupos armados. Perdió no sólo habitantes, sino también su tejido social, sostenido por organizaciones de base campesinas. No ha sido ajeno a la propagación de cultivos ilícitos, y al quedar sobre el corredor entre el Valle y el Chocó, ha visto de cerca el accionar de la desaparición forzada y los asesinatos selectivos como producto del narcotráfico.
Pero en esta mañana de viernes, ninguno de estos temas está en las conversaciones cotidianas de los habitantes de El Cairo, toda la atención está en eso que sucede en la plaza, en las carpas con mapas, juguetes, carteleras, plantas y folletos. En esos niños que pasan de un lado al otro siguiendo las instrucciones de Don José Antonio.
El Cairo está compuesto por cinco corregimientos: La Guarida, San José, Playa Rica, Albán y Bellavista. Don José Antonio Torres hace parte de la Asociación de Usuarios del Acueducto rural de Albán. Este campesino y líder comunitario recibió en el año 2013 el reconocimiento al Mérito Ambiental Cerro El Torrá, otorgada por la Corporación Serraniagua, que lo destaca como la personalidad cívica que más aportes ha hecho a la conservación de los recursos hídricos y la biodiversidad.
Y no es para menos. Este hombre de pocas palabras, de sonrisa tímida, pero de un enorme espíritu comunitario, ha hecho posible que toda la comunidad de Albán haga parte de la conservación de las microcuencas, la articulación de acueductos rurales comunitarios, el empoderamiento de grupos campesinos y de usuarios, el mejoramiento de la estación meteorológica de Albán, el trabajo organizativo y la gestión de eventos y recursos para la gestión del recurso hídrico.
Pero la tarea no fue fácil. La Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios, obligaba a los todos los acueductos rurales a organizarse y formalizarse para un manejo integral de dichos acueductos. En 1994 la Ley 142 reestructuró la prestación de los servicios públicos domiciliarios en Colombia. Hasta ese momento el Estado era el encargado exclusivo de la prestación de los servicios de aseo, agua potable, electricidad y telefonía, entre otros. En 1991 la Constitución Colombiana les permitió a los particulares y las comunidades organizadas proveer sus propios servicios domiciliarios. Esto generó, sobre todo en las zonas rurales y en las periferias urbanas del país, que sean las mismas comunidades las que se hagan cargo de la prestación de servicio público de agua. Sin embargo, el Estado no reconoce a estas organizaciones como actores claves en la prestación de servicios al verlas como un problema que pone en riesgo el futuro del sector, al no contar con los recursos necesarios para expandirse, mantener inversiones y sostener todo el equipamiento del servicio.
Sin entender mucho de tecnicismos, Don Juan Antonio sí comprendía, por la experiencia que le había dado trabajar la tierra, que algo se debía hacer para cuidar las cuencas de su territorio, pero sobre todo para asegurar el recurso hídrico de sus hijos. Así que, con otros líderes, hombres y mujeres, empezó la conformación de la Asociación de Usuarios del Acueducto – Agualbán.
Primero se capacitaron, luego crearon un modelo de costos para que el pago por el recurso fuera justo: cada uno pagaría la cantidad de agua que consumía. Pero para el resto de los habitantes esto no tenía sentido ¿Por qué pagar por el agua que podían captar del río sin necesidad de un acueducto? ¿Por qué invertir en el cuidado de una cuenca que estaba dada por la naturaleza desde tiempos inmemoriales y que era para todos?
La Asociación emprendió entonces una serie de actividades de sensibilización, visitas casa a casa, reuniones en el salón comunal, conversaciones en el granero, en la plaza, incluso el párroco se convirtió en un vocero del pago periódico por el servicio de agua. Pero fue poco lo que pudieron lograr. Llevaron a cabo, paso a paso, todo lo que el programa de la superintendencia les exigía para la formalización del acueducto, pero la gente seguía sin pagar, y lo que era peor, su principal fuente hídrica seguía siendo víctima del daño ambiental, de ese que se hace por descuido.
Los dueños de animales seguían descargando las heces a los ríos, se captaba de manera inadecuada el agua de las orillas de las quebradas, se estaban talando las especies de árboles que estaban alrededor de los nacimientos; estaban atentando contra lo más preciado que tenían: sus recursos naturales.
Con un poco de impotencia, pero con el empuje que dan esas cosas que nacen desde el corazón, Don José Antonio junto a sus compañeros de la Asociación, siguieron siendo la voz de ese medio ambiente que estaba siendo cada vez más maltratado. Entre una actividad y otra, recibió una invitación por parte de una docente de la Institución Educativa Nuestra Señora de Las Mercedes para hablarle a los niños sobre cómo funcionaba un acueducto.
Para sorpresa de Don José Antonio, quien terminó aprendiendo fue él, al estar rodeado de niños, niñas y jóvenes que entendían por qué era necesario cuidar los recursos naturales que tenían y ver con qué atención y disposición recibían su charla, supo cómo llegar a todos los habitantes de Albán. Comprendió que los niños eran indispensables en este tipo de iniciativas para generar conciencia ambiental. Integró a los niños, estudiantes de todas las edades, a las actividades de la Asociación, les enseñó no solamente cómo funcionaba el acueducto, sino que era necesario un trabajo en conjunto para conservar ese paisaje que veían a diario.
Estos niños se convirtieron entonces en los embajadores de la Asociación en sus propias casas, les explicaron a sus padres por qué era necesario pagar por el servicio, cómo eso los beneficiaba y porqué esas actividades que habían hecho siempre, generación tras generación, los estaban dejando sin recursos naturales. Pero no sólo fueron embajadores, se convirtieron además en gestores de eventos, de actividades educativas, incluso fueron ellos quienes le dieron nombre a la Asociación y diseñaron su logo.
Promovieron la visita en forma de paseo familiar al nacimiento de la fuente hídrica más importante de Albán para que todos vieran de dónde venía el agua que tomaban. Trabajar con los niños y jóvenes del corregimiento no sólo logró el sostenimiento del acueducto y el cuidado integral del recurso hídrico, sino que también impulsó una forma diferente de impartir educación ambiental. Trajo además otros entendimientos, como la importancia de la organización comunal, el agua como parte del desarrollo local y el papel clave que tienen las comunidades organizadas en el entendimiento de sus problemáticas sociales y ambientales.
Este reconocimiento se puede leer en el texto: Comunidades organizadas y el servicio público de agua potable en Colombia: una defensa de la tercera opción económica desde la teoría de recursos de uso común, los autores resaltan el impacto y la influencia que tienen los Acueductos rurales en Colombia como gestores de procesos sociales:
Hoy son más de 12.000 los acueductos comunitarios dispersos por todo el territorio nacional. Las características que tienen estos sistemas son muy disimiles, lo que evidencia una vez más la riqueza con que cuenta la sociedad para hacerle frente a la ausencia y problemas del Estado y del mercado (…) También se constituye en un importante escenario para mostrar el efecto político que tiene en la sociedad, ya que en él se da un nicho de participación, organización y autogestión. Los acueductos comunitarios se han configurado como instancias del trabajo en las que confluyen múltiples actores de la sociedad civil, como organizaciones no gubernamentales ambientalistas; activistas defensores de los derechos económicos, políticos y sociales; familias con necesidades y, en general, un conjunto amplio de trabajo económico-político (Galán, 1998).
El Cairo, un territorio donde el estado hace muy poca presencia, por no decir que ninguna, con enormes problemas de acceso, lleva décadas con intentos de carretera que son borrados por los deslizamientos o por la negligencia de las autoridades; sobreviviente de un conflicto que sigue teniendo eco en las memorias y en las cicatrices, es la mejor muestra de que las comunidades impulsan desde su interior procesos para el mejoramiento de sus problemas, son ellas quienes buscan soluciones, quienes trasforman sus realidades. Son las principales protagonistas de esos procesos de innovaciones social, sin conocer los conceptos y términos, sólo estableciendo lazos de empatía y amor por sus territorios y sus vecinos.
El Cairo y Albán son ejemplos palpables de ese proceso de resiliencia, donde las dificultades se convierten en oportunidades, en renacimiento y en transformación.
Esa mañana de viernes, los niños, niñas y jóvenes de la Asociación de Usuarios del Acueducto – Agualbán eran los anfitriones de la primera feria ambiental del municipio. Ellos mismos convocaron a la autoridad ambiental regional, a la Corporación Serraniagua, conformada en el mismo municipio como parte de otra iniciativa ambiental, y a otros actores de diferentes lugares del departamento.
Son las 11 de la mañana y la plaza está mucho más llena, las familias pasan por cada uno de los stands y los expositores, niños e integrantes de la Asociación en su mayoría, se lanzan a hablar del agua, de sus fuentes hídricas, de la fauna y flora que tienen en sus alrededores, de las actividades que han adelantado con el recurso económico del acueducto. Sobre la calle principal, juegan con dados gigantes, rayuelas y rompecabezas. Algunos niños pintan mientras los más grandes disfrutan de las degustaciones de bocados típicos y otros simplemente observan cómo este pueblo alejado, escondido en la cordillera, se llena de vida un viernes cualquiera.
Moncada, J. Pérez, C. Valencia, G. Comunidades organizadas y el servicio público de agua potable en Colombia: una defensa de la tercera opción económica desde la teoría de recursos de uso común. Obtenida el 26 de abril de 2016, de http://www.scielo.org.co/pdf/ecos/v17n37/v17n37a6.pdf