Las etiquetas electrónicas (ESL) son cada vez más omnipresentes en el punto de venta y en el ramo de la alimentación estos rótulos son un fenómeno al alza.
Las etiquetas de papel que marcan los precios (a menudo eternamente cambiantes) en las estanterías de los supermercados están abocadas a extinguirse como los dinosaurios. Las etiquetas electrónicas (ESL) son cada vez más omnipresentes en el punto de venta y en el ramo de la alimentación casi todos los retailers disponen a día de hoy de este tipo de rótulos digitales en sus establecimientos (al menos en un buen número de ellos).
El auge de las etiquetas electrónicas en el retail, un tema está acaparando actualmente un buen número de focos en la feria EuroShop, trae bajo el brazo toda una plétora de ventajas para los supermercados y los hipermercados. La ventaja más conspicua de estos rótulos es que permiten variar los precios (lastrados actualmente por múltiples cambios como consecuencia de la inflación) en cuestión de segundos y hacerlo además renunciando al papel y a la necesaria mano de obra que demandan los tradicionales rótulos impresos.
De acuerdo con un reciente estudio llevado a Alemania por EHI Retail Institute, alredor del 30% de los retailers adscritos al ramo de la alimentación se han colgado ya del brazo de las etiquetas electrónicas.
En tierras germanas Rewe tiene la vitola de pionero en la pujante tendencia de las etiquetas electrónicas. La cadena teutona de supermercados introdujo por primera vez este tipo de rótulos en 2013. Y actualmente 3.600 de sus tiendas están equipadas con esta tecnología, mientras que 2.140 puntos de venta apuestan por un modelo híbrido y amalgaman los tradicionales rótulos de papel con las etiquetas electrónicas. Además, Rewe ha implementado asimismo en 330 supermercados una nueva generación de etiquetas electrónicas cuya pantalla es totalmente gráfica.
De menos predicamento goza, sin embargo, esta tendencia en los supermercados orientados a los descuentos como Lidl y Aldi. La introducción de las etiquetas electrónicas implica, al fin y al cabo, una inversión millonaria. Así y todo, Aldi está ya desplegado este tipo de rótulos tanto en sus filiales alemanas como en sus puntos de venta en el extranjero.
A la elevada inversión que llevan aparejadas las etiquetas electrónicas hay que añadir además las rupturas en la cadena de suministro a las que se enfrentaron durante el año pasado los proveedores de este tipo de rótulos, cuyos precios emprendieron la cuesta hacia arriba en los últimos meses.
La sección de frutas y verduras es particularmente idónea para la entrada en escena de las etiquetas electrónicas
Por su parte, Lidl se ha rendido también a los encantos de las etiquetas electrónicas, aunque apuesta por ellas única y exclusivamente (al menos por ahora) en la sección de frutas y verduras de sus supermercados.
Que las etiquetas electrónicas hayan desembarcado en primer lugar en la sección de frutas y verduras de Lidl no obedece en modo alguno a la casualidad. La cadena de supermercados se vale de este tipo de rótulos para modificar a la baja los precios y evitar que se queden en las estanterías productos de naturaleza perecedera.
Las etiquetas electrónicas cargan también, no obstante, sobre los hombros con algunas desventajas. Algunos consumidores temen que, apoyándose en los rótulos digitales, los precios en los supermercados protagonicen continuos altos y bajos (y terminen pareciéndose hasta cierto punto a los volubles precios de las estaciones de servicio).
Al consumidor puede generarle, en todo caso, frustración que por culpa del denominado «dynamic pricing» que hacen posible las etiquetas electrónicas el precio de los productos que ha arrojado en el carrito de la compra sea en caja más elevado que la cifra mostrada inicialmente en los rótulos.
Así y todo, y aunque el «dynamic pricing» es una técnica perfectamente posible gracias los rótulos electrónicos, esta estrategia no tiene demasiado sentido (al menos hoy por hoy) en los retailers adscritos al ramo de la alimentación. Al fin y al cabo, en este ramo la sensibilidad del cliente al precio es extraordinariamente elevada, advierten los expertos.
Otro desafío que emerge directamente del vientre de la cada vez más ubicuas etiquetas electrónicas son las baterías agazapadas en las entrañas de estos dispositivos. Tales baterías deben ser reemplazadas cada dos años, lo cual supone inevitablemente costes adicionales para los retailers. Quizás por esta razón algunos proveedores están comercializando ya rótulos pertrechados de módulos solares que permiten utilizar la iluminación artificial de los supermercados como fuente de energía.