La denominada cuarta revolución industrial dará lugar a la consolidación de nuevos tipos de intercambio, basados en tecnologías digitales de plataforma, que se caracterizarán por generar cambios disruptivos en la mayoría de funciones, agentes y resultados de la economía. Estos nuevos intercambios propiciarán la aparición de nuevos modelos de negocio. ¿Cuál será el modelo óptimo para competir en ese contexto? ¿Qué estrategias pueden ayudar a la hora de operar con modelos de este tipo?
Joan Torrent-Sellens
La irrupción y el acelerado crecimiento de las plataformas digitales han generado un intenso debate acerca de su naturaleza colaborativa o de competencia monopolística. En este artículo se pasa revista a este debate y se propone su superación. La importancia disruptiva de los nuevos intercambios de plataforma, determinan nuevos patrones de comportamiento, nuevos factores productivos, nuevas estructuras de mercado, nuevas funciones de resultado de la economía y, por ende, nuevos modelos de negocio. Además, se señala la necesidad de centrar el foco en la forma de intercambio de la cuarta revolución industrial y en sus principales modalidades de negocio. Para finalizar, se presentan recomendaciones estratégicas para la transición hacia esta nueva forma disruptiva de organización de la actividad económica.
Nuevos intercambios, viejas controversias
Durante los últimos años, los economistas hemos vertido ríos de esfuerzos en dilucidar si las nuevas formas de intercambio que se realizan en las plataformas digitales de igual a igual (peer-to-peer, o P2P), y que han sido organizadas bajo el denominador común (sharing economy), tienen naturaleza colaborativa o de plataforma. Por un lado, se han enfatizado sus características alternativas en la medida en que los mercados P2P se basan en la colaboración, la descentralización y la libre distribución de factores, bienes, servicios y usos. Esta es la tesis defendida por, entre otros autores, Yochai Benkler, profesor y codirector del Berkman Klein Center for Internet & Society de la Universidad de Harvard1. En su análisis argumenta la novedad histórica que supone la producción social: distribuida, descentralizada y masiva, y que se realiza en las redes y plataformas de colaboración.
Estas nuevas formas disruptivas de producción común (“procomún”) han sido contrastadas especialmente en el ámbito tecnológico o de los contenidos digitales, como en la Wikipedia, el “software libre” o las licencias abiertas de los bienes comunes creativos (creative commons). En el mismo contexto, economistas procedentes de la ortodoxia de la disciplina como Jean Tirole, premio Nobel de Economía en 2014 y profesor y presidente de la Tolouse School of Economics, han destacado la relevancia de volver a conectar la economía de mercado con el interés general a través de la economía del bien común. En esta consecución del bien común, las plataformas digitales jugarían un papel fundamental, en el sentido de que podrían configurar nuevas formas más distribuidas de producción y organización de mercados.
Por otra parte, también se ha constatado que los mercados P2P determinarán una nueva etapa del capitalismo, con nuevas iniciativas y estructuras empresariales y de consumo, pero con sus típicos objetivos, especialmente la búsqueda de la maximización del beneficio por parte de las iniciativas privadas de negocio. Esta interpretación, que se fundamenta en las potencialidades que generan las plataformas para realizar intercambios masivos.
Russell W. Belk4, de la York University ha señalado que iniciativas de negocio como Uber o Airbnb serían iniciativas de pseudo-sharing, en el sentido de que se habrían aprovechado de la moda de la economía colaborativa para desarrollar típicas iniciativas de negocio privado, eso sí, utilizando todo el enorme potencial tecnológico que ofrecen las plataformas digitales para minimizar los costes de transacción, generar economías a través del ahorro de costes económicos, pero también efectos sociales y ambientales, e involucrar a los consumidores o usuarios en las actividades de las plataformas.
A través de la investigación sobre las revoluciones industriales –es decir, del conjunto de cambios disruptivos en la tecnología y la estructura económica que se interconectan con cambios sociales y culturales de primer orden, el análisis social y, cómo no, la economía–, se observa que, en cada una de las revoluciones, se ha consolidado un factor o un conjunto de factores productivos como fuente del crecimiento económico, del cambio competencial en el empleo y de la estructuración social.
Así, en la primera revolución industrial, la irrupción de la máquina de vapor consolidó el proceso de sustituto económico? Y, más particularmente, ¿estos nuevos factores se vincularán de forma más directa con los modelos de producción de plataforma o con los modelos de producción colaborativos? Sin duda, los cambios en el empleo, la sociedad y la cultura serán muy distintos en función de si se consolidan factores productivos asociados a las plataformas o factores asociados a la colaboración.
Pero, del mismo modo que sucedió a principios de la primera, la segunda y la tercera revolución industrial, en los inicios de la cuarta revolución industrial, muchas de las nuevas alternativas de producción van siendo comprendidas y adoptadas por el sistema económico, que está en constante evolución. Todavía es muy pronto para comprobar si caminamos hacia una estructura económica de competencia monopolística de plataforma o hacia configuraciones más descentralizadas y distribuidas, o incluso, lo más probable, hacia una configuración mixta de ambas expresiones.
Sin embargo, lo que sí parece empezar a estar muy claro es que el comportamiento de agentes y mercados, la naturaleza del intercambio y las principales funciones de resultado de la economía se están transformando profundamente. Precisamente, por el momento actual del ciclo histórico de transformación, creo que nuestra principal función como economistas es analizar e interpretar este proceso de cambio. Estudiar y adaptar los nuevos comportamientos, intercambios y funciones de la economía. Y, además, hacerlo sin prejuicios ni condicionantes previos.
¿Economía colaborativa o de plataforma?
Recientemente, se ha ido imponiendo una clasificación de las plataformas a través de su afán de lucro, su capacidad de autoorganización y sus relaciones internas de poder. Las plataformas que, a través de su actividad, persiguen un afán de lucro y no permiten el desarrollo de gobernanzas participativas, como Uber o Airbnb, se situarían en el terreno de la economía de plataforma, mientras que las plataformas sin afán de lucro, más abiertas, sostenibles y transparentes, se situarían en el terreno de la economía colaborativa. No obstante, no creo que esta aproximación sea del todo completa. Es evidente que algunos de los efectos económicos y sociales de estas plataformas no son siempre positivos.
Pero el análisis económico ha evidenciado, en múltiples ocasiones, que los efectos de la tecnología no son buenos ni malos por sí mismos: todo acaba dependiendo de los usos concretos que hagamos de la tecnología y de nuestra capacidad para redistribuir los costes y los beneficios que se generan. Del mismo modo, también hemos aprendido que, sin innovación tecnológica, el progreso material –y también el inmaterial– de la humanidad dejaría mucho que desear. Por consiguiente, el análisis económico de las plataformas debe encajar con el pensamiento económico general y con la interpretación que la economía hace del cambio tecnológico. De hecho, el mismo análisis económico nos señala que, para interpretar correctamente el cambio tecnológico, debemos centrarnos en cómo este transforma el comportamiento de los agentes, el intercambio y la estructura de los mercados. Precisamente, esta es la novedad que debería ocuparnos.
Los intercambios de plataforma suponen por sí mismos un conjunto de transformaciones de tal magnitud que debemos focalizar nuestro esfuerzo en comprenderlos.
Las plataformas que, a través de su actividad, persiguen un afán de lucro y no permiten el desarrollo de gobernanzas participativas, como Uber o Airbnb, se situarían en el terreno de la economía de plataforma, mientras que las plataformas sin afán de lucro, más abiertas, sostenibles y transparentes, se situarían en el terreno de la economía colaborativa
Joan Torrent-Sellens
Catedrático de Economía y director del Grupo de Investigación Interdisciplinar sobre las TIC, i2TIC
Universitat Oberta de Catalunya (UOC)