Santiago de Cali, 16 de Agosto de 2003
DISCURSO DE GRADO
Por: Francisco Piedrahita Plata
Rector, Universidad Icesi
Es muy honroso para mí estar hoy aquí presidiendo
esta hermosa ceremonia para entregar sus diplomas de grado
a 44 nuevos Administradores de Empresas, a 12 nuevos Ingenieros
de Sistemas, a 21 nuevos Ingenieros Industriales y, por primera
vez en la historia de la Universidad Icesi, a 7 Diseñadores
Industriales, a 4 Ingenieros Telemáticos y a 63 Profesionales
en Economía y Negocios Internacionales. Además,
vamos a otorgar el título de Especialista, en diferentes
campos, a 110 damas y caballeros y el de Maestría en
Administración a 16 profesionales. Comparto la emoción
y el orgullo que sienten tanto ustedes, queridos graduandos,
como sus padres, cónyuges y demás familiares
o amigos que los acompañan.
Hoy empezamos, de cierta manera, a cerrar otro ciclo importante
en la vida de nuestra Universidad. Un ciclo que empezó
en 1997 con un fundamental cambio curricular en los programas
de pregrado y con un proceso de diversificación de
esos programas.
El cambio curricular buscaba mejorar, asegurar el aprendizaje
con el uso intensivo de estrategias activas por parte de los
profesores en los salones de clase; y fortalecer el componente
de educación liberal en los planes de estudio; esa
educación liberal que, en palabras de un académico
norteamericano, nos libera de la esclavitud del prejuicio
y del provincialismo y nos permite ver al mundo como un todo
y a nosotros mismos en perspectiva. El cambio curricular ha
avanzado satisfactoriamente en estas dos dimensiones.
La diversificación en la oferta de programas de pregrado
buscaba, por una parte, ampliar el número de opciones
de carrera a la juventud de la región y del país
y, por otra, enriquecer el ambiente académico, cultural
y social de nuestra institución.
La Universidad Icesi había nacido en 1978 con su programa
de Administración de Empresas y en 1983 había
comenzado a ofrecer su programa de Ingeniería de Sistemas.
Con ellos dos solamente se mantuvo hasta 1997. Permítanme
aquí una breve digresión: en el lapso de los
últimos nueve meses estos programas recibieron la Acreditación
de Excelencia por parte del Ministerio de Educación
Nacional, con las mejores calificaciones otorgadas a programas
de su tipo en el suroccidente Colombiano.
Pues bien, en 1997 comenzó a ofrecerse el programa
de Ingeniería Industrial, del cual hoy graduamos la
tercera promoción. En 1998 nacieron los programas de
Economía y Negocios Internacionales, Diseño
Industrial e Ingeniería Telemática. Después,
en 1999, el de Contaduría Pública y Finanzas
Internacionales y, en el 2000, el programa de Derecho.
Los tres programas cuyos primeros graduandos reciben hoy
sus títulos profesionales han tenido un gran impacto
en nuestra institución. Sus cerca de 1000 estudiantes
y los profesores que sus disciplinas específicas han
traído a la Universidad han enriquecido tanto la discusión
académica como el ambiente físico y social del
campus.
Economía y Negocios Internacionales no solo ha fortalecido
el estudio y mejorado la comprensión de los fenómenos
económicos, sino que ha servido de apoyo al importante
proceso de internacionalización de la Universidad.
63% de sus graduandos de hoy tuvieron durante su carrera alguna
experiencia en el exterior propiciada por la Icesi.
Diseño Industrial cambió nuestro concepto de
creatividad. Estudiantes de overol, nunca antes vistos aquí,
transforman materiales, en el taller que se construyó
para el programa, y presentan propuestas de productos para
mejorar las condiciones de vida de los colombianos. Los graduandos
de hoy fueron finalistas, y dos de ellos triunfadores, en
un concurso nacional de diseño para artesanías
realizado en Bogotá.
Ingeniería Telemática llegó a la Universidad
algún tiempo después que Internet. Y ve graduar
sus primeros profesionales cuando la red de redes acaba de
cumplir 10 años de hacerse pública. Esos nuevos
profesionales han sido acogidos por importantes empresas de
la región. Y las tecnologías que han llegado
a la Universidad con el programa nos permiten transmitir hoy
para el mundo, en particular para graduandos y familiares
que no pudieron estar aquí, esta ceremonia de grado.
Es la primera vez que un evento como este se transmite desde
Colombia por Internet con la tecnología de Web Cast.
Ahora bien, queridos graduandos, todos ustedes, los que reciben
hoy su título profesional y los que lo reciben de especialización
o maestría; todos han tenido la oportunidad de una
magnífica educación a la que tiene acceso solo
una fracción minúscula de la población.
Y junto a esta oportunidad va la responsabilidad. Va la responsabilidad
de usar esa educación con sabiduría, de usarla
para beneficio de la sociedad y no solo para el beneficio
personal o el de la organización para la que se trabaja.
Va la responsabilidad de ayudar a hacer de Colombia un mejor
lugar para vivir.
En esta breve lección de despedida quiero invitarlos
a comprometerse con la acción; quiero invitarlos a
adoptar una concepción de la vida buena que implica
esfuerzo y toma de riesgos; pero que debe conducir a mayores
logros y satisfacciones para ustedes, para quienes los rodeen
y para la sociedad toda.
Con el permiso de algunos filósofos aquí presentes,
voy a presentar unas versiones esquemáticas, simplificadas
y trasladadas a nuestra realidad de hoy, de tres enfoques
diferentes sobre cómo algunos pensadores de la Grecia
antigua definían la vida buena. Los tres enfoques son
el hedonismo, el epicureísmo y el estoicismo. Estas
presentaciones con seguridad lastimarían, al menos
por lo parciales, a sus proponentes originales; yo confío
en que ellos me perdonen allá en la distancia de los
casi 25 siglos que nos separan.
El hedonismo fue propuesto por Aristipo, cerca del año
400 antes de Cristo: sostiene que el primer propósito
de la conducta es la felicidad, y que la felicidad se logra
produciendo sentimientos de placer y evitando sentimientos
de dolor. En su versión más cruda esos sentimientos
de placer equivalen a la gratificación de los sentidos.
Este hedonismo está muy presente en la Colombia de
hoy; es el que nos proponen los medios de comunicación
y, en particular, la televisión; es el de tanto reinado
y tanto “reality show”; el de presentadoras y
presentadores; el de los calendarios, el cine y la publicidad;
el de la moda; el de la silicona; el del salón de belleza
y el gimnasio; el de la buena mesa; el de las fiestas en las
páginas sociales; el del traguito y la parranda de
los sábados. ¿Y de los viernes? ¿Y de
los “juernes”?
Cien años más tarde, hacia el 300 antes de
Cristo, Epicuro modificó la teoría del hedonismo
y dio origen al epicureísmo: él redefinió
el significado de lo placentero; enfatizó el evitar
las penas y los placeres sensoriales violentos; hizo hincapié
en el cultivo de una apatía interior o indiferencia
a toda clase de estímulos o perturbaciones externas;
acentuó la moderación; predicó la renuncia
al poder, a la vida pública, a las ansias del cuerpo;
y propuso a cambio una conversación intelectual en
un círculo pequeño de amigos cercanos, indiferentes.
En alguna ocasión Epicuro escribió: “Gracias
sean dadas a la bienaventurada Naturaleza que hizo que las
cosas necesarias sean fáciles de obtener y que las
cosas difíciles de alcanzar no sean necesarias”.
El epicureísmo, sobre todo en su aspecto, a mi entender,
más negativo, está también muy presente
en nuestra Colombia actual; es el de la indiferencia y la
apatía respecto a la cantidad y a la magnitud de nuestros
problemas nacionales; el epicureísmo de los que no
quieren acercarse al pobre o al desplazado porque eso produce
dolor; el de los que no quieren saber de la política
porque la encuentran sucia, desagradable; el de los que no
quieren enfrentar o, por lo menos, entender los asuntos públicos
porque los encuentran muy difíciles; en fin, el de
los que quieren estar cómodos, tranquilos; ya tienen
su casa, su carro, su trabajo y no aceptan que les pidan más.
Por la misma época de Epicuro, hacia principios del
siglo III antes de Cristo, Zenón de Chipre empezó
a enseñar un enfoque filosófico diferente. Lo
hizo también en Atenas, en un pórtico o, en
griego, stoa; de ahí el nombre de estoicismo que se
dio a su filosofía. El estoico acepta el orden de la
naturaleza, el destino, como se presente. Para él son
indiferentes salud o enfermedad, riqueza o pobreza, alabanza
o desdén de los hombres.
La felicidad consiste para él en la sabiduría
y esa sabiduría proviene de la virtud. Para el estoico
hay cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza
y templanza. En el debate que se presentó en la Grecia
posterior a Alejandro Magno sobre si era necesario obrar,
el estoicismo tomó partido por la acción, por
la participación en la vida social y política,
mientras el epicureísmo pregonaba el alejamiento de
todo lo que pudiera ocasionar preocupación.
La ética del estoicismo se convirtió en la
ética de los líderes, especialmente unos siglos
después, en el Imperio Romano; implicaba para ellos
un papel de servidores más que de amos o señores.
Colombia necesita hoy muchos más estoicos, muchos líderes
estoicos, muchos Colombianos sabios comprometidos en la acción
social y en la acción política.
Reitero lo dicho atrás: he presentado versiones parciales
de las éticas de tres corrientes filosóficas;
pero esas versiones sirven para ilustrar mi mensaje.
Soy conciente de que es muy raro el caso de la persona que
vive ajustada estrictamente a algunas de esas tres versiones.
La grandísima mayoría vivimos de acuerdo a reglas
que estarán en algún lugar intermedio entre
esos tres extremos. Todos hacemos algún tipo de balance
entre el hedonismo, el epicureísmo y el estoicismo
descritos. Pero creo que el balance ideal, el balance que
Colombia demanda en sus actuales circunstancias, está
lejano de aquel en el que se sitúa la mayoría
de los llamados a ser líderes en Colombia.
Permítanme expresarlo gráficamente. Si imaginamos
un triángulo equilátero y colocamos mis versiones
de hedonismo y epicureísmo en sus vértices inferiores
y mi versión de estoicismo en el vértice superior,
pienso que los comportamientos morales de la gran mayoría
de los colombianos destinados a ser líderes en virtud
de su capacidad y su preparación se ubicarían
muy cerca de la línea horizontal que une los vértices
inferiores: entre hedonismo y epicureísmo; entre los
placeres sensoriales y la indiferencia; lejos del estoicismo.
Ustedes, graduandos, por su capacidad y su educación
privilegiada, están llamados, como nosotros sus maestros,
a ejercer liderazgo en esta Colombia en dificultadas que nos
ha correspondido vivir. Y ese liderazgo debe corresponder
a una moral mucho más cercana al vértice superior
del triángulo propuesto; al vértice del estoicismo.
Eso exige fortaleza de carácter; eso exige aceptar
situaciones que prueben nuestra capacidad, nuestra resistencia;
aceptar desafíos que nos saquen de nuestra zona de
confort; que nos obliguen a esforzarnos más, a extendernos,
a estirarnos. Un poco de estrés siempre es provechoso.
Dispongámonos a aceptar dificultades.
Yo creo, con el filósofo vernáculo Estanislao
Zuleta, que “hay que poner un gran signo de interrogación
sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus
consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección
por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación,
ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar
nuestras posibilidades”.
Ahora bien, el líder cuenta con una herramienta muy
valiosa para orientar el tipo de acción al que me he
referido: la construcción de visiones ambiciosas, compartidas.
Un ejemplo cuya efemérides se celebra en próximos
días viene como anillo al dedo.
A fines de agosto de 1963, hace cuarenta años, Martin
Luther King Jr., un joven pastor Bautista, de raza negra,
con Gandhi quizá uno de los más grandes líderes
estoicos del siglo XX, pronunció en Washington, Estados
Unidos, ante una audiencia inter-racial estimada en 200.000
personas, un discurso que marcó la recta final hacia
el reconocimiento de los derechos civiles plenos de la minoría
negra en ese país.
En su alocución, después de reconocer y exponer
las difíciles circunstancias en las que vivían
los de su raza, King describió en varias frases el
sueño que compartían la multitud presente y
millones de americanos más. Todas esas frases empezaban
con la expresión “Sueño que un día…”
y a continuación detallaba una situación futura,
deseada.
Ese discurso memorable, modelo de la expresión de
una visión ambiciosa, compartida, llenó de valor
a los negros que aún vivían en el temor y convenció
a la mayoría de los opositores de la incontenible fuerza
moral del movimiento que respaldaba. Un año después,
el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Ley de
los Derechos Civiles de 1964 que acabó con la segregación
racial y prohibió la discriminación.
Al despedirlos hoy con nostalgia, queridos graduandos, quiero
invitarlos a soñar en visiones valiosas, ambiciosas,
y a comprometerse con la acción. Quiero invitarlos
a soñar y a construir un país que sea más
digno de los hijos que ustedes y los su generación
van a engendrar.
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