A
Jugársela por el País
Palabras del Ministro de Educación Nacional Francisco José
Lloreda Mera Ceremonia de Grado del ICESI Cali, Febrero 2 de 2001
Me propongo una tarea difícil, mas no imposible. Reafirmar en quienes
están convencidos y persuadir a quienes no, de un propósito maravilloso.
Los invito a jugársela por el país. A empeñar su vida por él, si
fuere necesario. Un mal negocio, dirán la mayoría. Uno pésimo, dirán
otros. El mejor negocio, digo yo. Si Colombia sale adelante ganamos
todos. Si logramos superar la violencia; si logramos que a los pobres
les vaya bien; si logramos arrinconar la corrupción, tendremos un
mejor país. Donde la vida sea sagrada, donde todos participemos
de las oportunidades, donde la honestidad sea una virtud social.
Un país con problemas, pero más normal. Para evitar asignarle las
palabras del escritor nigeriano Wole Soyinka, sobre Ruanda: "La
Nación está clínicamente muerta. No nos encontramos ante una nación,
sino ante un desolladero".
Colombia ya es un desolladero, deben estar pensando algunos de ustedes.
Aún no, les respondo yo; pero avanzamos hacia allá. Y no por culpa
de los diálogos de paz, como también pueden estarlo pensando algunos
de ustedes. Y no solo por culpa de los violentos; o de los políticos,
o de los funcionarios públicos. Si aceptamos nuestra condición de
ciudadanos, tenemos que aceptar también que lo bueno y lo malo que
pasa en el país tiene que ver con nosotros; en mayor o menor medida,
claro está. Y así como podría ser injusto inculpar a alguno de nosotros
de la última masacre paramilitar. de la miseria que corroe las venas
del Pacífico o de un reciente hallazgo de corrupción, sería apresurado
sostener que no tienen nada que ver con nosotros.
Quizá no por acción, lo admito, pero sí por omisión y no una puntual:
hablo de una omisión prolongada ante al país.
Para los griegos lo más importante era lo público. Sin desconocer
a los Dioses, ni los designios de la naturaleza, depositaban su
confianza en los hombres. En su capacidad para conducir su propia
libertad. Por eso inventaron la polis, la comunidad de ciudadanos;
y todos participaban de su administración. Eran políticos, en sentido
amplio, y etímológico. De ahí nació el más revolucionario de los
inventos sociales, la democracia. Ahí nacieron las leyes, perfeccionadas
en Roma: hechas por los mismos que debían cumplirlas. Y nadie se
negaba a cumplir sus obligaciones políticas con la comunidad. En
palabras de Fernando Savater: " Vivian muy pendientes de la polis,
y éste era su principal negocio". Nosotros, por el contrario, añade
el filósofo "somos ante todo particulares y por tanto nuestra entrega
a la cosa pública es bastante limitada.
" Ojalá fuera limitada; es esporádica y precaria. Pocas veces recordamos
que ser ciudadanos no solo implica derechos sino obligaciones; y
cuando lo hacemos, lo hacemos con desgano. Bien para protestar por
una medida fiscal, o rechazar las atrocidades de paras y guerrilleros.
Cada uno convulsiona, al ritmo de sus intereses. Para muchos, hasta
ahí llega su sentido de patria. Dicho de otra manera, confundimos
lo que 'nos duele' con 'país'. Medimos el país en razón de nuestras
necesidades; lo soñamos en la medida de nuestros intereses. Podría
decir que ello es humano, sí; lo que se aparta de lo humano es que
nos importe tan poco lo que ocurre a los demás seres humanos. Vivimos
como el simpático Sancho Panza en nuestra ínsula de Barataria; de
espaldas al país de los demás. Olvidando como en la canción, que
nosotros somos los demás de los demás.
La nuestra pareciera a veces ser una sociedad drogada, en términos
de Aldous Huxley, quien contempló en su libro Un mundo feliz, un
Estado en el que la gente mantenía satisfecha debido a una mezcla
de drogas, que evitaban que los ciudadanos pensaran sobre política:
es decir, que pensaran sobre su propio destino. Resulta por tanto
paradójico lo que ocurre en Colombia. Nos afecta de alguna manera
lo que pasa. Podría incluso ser apresurado afirmar, como ya lo hice,
que vivimos a espaldas del país; aceptaría en gracia de discusión,
que vivimos de lado. Lo grave de 'vivir de lado' ante el país es
que sólo lo vemos para unas cosas (las que afectan nuestros intereses)
y no para otras. Y entre el listado de 'otras cosas' está lo público;
está la política. Lo que entendemos por ella, pues a veces ni siquiera
nos tomamos el trabajo de empezar a conocerla.
No pretendo generalizar. El país cuenta con cientos, con miles de
colombianos comprometidos con su futuro. En el sector académico
y fundacional, en el sector privado y también en el público, hay
personas extraordinarias haciendo cosas extraordinarias. No se trata
de que todos se vuelvan activistas políticos, en el sentido criollo
de la palabra; se trata que todos, a su manera y desde su campo
de acción, sean políticos en el sentido más grande, como la entendían
los griegos. El nuestro es un país de exclusiones sociales y económicas;
y de exclusiones políticas. Pero en este caso (de la política) y
a diferencia de los otros dos, prima la auto exclusión. Se toma
distancia y se produce un vacío; vacío que es aprovechado por quienes
no ven en lo público una oportunidad de servicio, sino un modo de
vida, no por altruismo, sino para enriquecerse.
Estas frases atropelladas
no son más que un llamado desesperado para que se la jueguen por
el país. Para que se sumen, en palabras de San Francisco de Asís,
"a ese puñado de almas dispuestas a dejarse incendiar para romper
las tinieblas, ya que una sola chispa basta. " Para que se interesen
por lo público, pues es asunto de todos. Para que se aventuren y
engrandezcan lo público y lo rescaten de la jauría. Colombia necesita
más políticos; le sobran politiqueros. El país necesita personas
comprometidas, independientemente de su profesión, de su oficio.
Y son los más preparados, intelectual y moralmente, los llamados
a dar ejemplo. Las elites de las que hablaba Luis Carlos Valenzuela;
no hablo de unas elites económicas; hablo de la urgencia de crear
una nueva dirigencia: un contingente de colombianos dispuestos a
darle una mano al país, ahora.
Hemos perdido la capacidad de asombro. Nos hemos acostumbrado a
vivir en medio de la barbarie, de la miseria y de las ratas. Es
posible que ello se deba a una actitud desesperada para seguir adelante.
Se blinda el corazón y se acallan los sentidos: para no ver, para
no oír, para no sentir. Para vivir el día a día, sin mayores traumatismos,
a la deriva. Haciéndole el quite a la realidad; medida engañosa
de supervivencia. Uno no escoge donde nace, pero uno si escoge que
hace con las oportunidades: y mientras más oportunidades se tienen
en la vida, es mayor la responsabilidad. Ustedes, y la mayoría de
los que estamos aquí, somos privilegiados. De 1000 colombianos que
ingresan a primaria terminan 600; de los 600 sólo 100 terminan bachillerato;
de los 100, 30 ingresan a la educación superior, y 3 se gradúan:
0.3%. ¡Ustedes son parte de este 0.3%!
Hay que romper con el pasado y atreverse al futuro. El pasado nos
subyuga, el pasado nos esclaviza. El pasado es un somnífero al que
nos aferramos cuando la debilidad nos invade. Bien lo decía el escritor
Ryzsard Kapuscinski, en una entrevista publicada en "Fin de Siglo":
El rasgo principal de una sociedad en crisis consiste en que uno
no ve el futuro ... y esa falta de perspectiva resulta mucho más
nociva, mucho más peligrosa. " Sobretodo en nuestro país, donde
se sobrevive al día. Donde un estornudo de orden público resfría
la economía; donde cada cual no solo administra su 'ínsula', sino
que se aprovisiona de las energías necesarias para pasar el día.
Donde el grueso del equipo de campaña son los recuerdos y no los
sueños. Las remembranzas y reminiscencias, de las que escribía Eduardo
Caballero, que presagian la muerte mas nunca la vida.
Pero ver el futuro
requiere coraje; coraje para desafiar el individualismo. El que
amenaza dominarlo todo, abusando de sus beneficios. "Ninguna sociedad
decente puede sobrevivir a menos que exista un mínimo de valores
comunes decía Isaiah Berlín, filósofo de occidente. Ello es factible
sólo si atemperamos nuestra existencia a una causa más grande que
la que nos dicta el egoísmo. "Si no aprendemos a limitar con firmeza
nuestros deseos y evidencias, y a subordinar nuestros intereses
a criterios morales, nosotros, la humanidad, simplemente nos destruiremos,
mientras salen a relucir los peores aspectos de la naturaleza humana",
afirma Solzhenitsyn. Similar pensaba Nikolai Lossky: "Si una personalidad
no se orienta a valores más elevados que su propio ser, inevitablemente
tomarán el mando la corrupción y la decadencia
No podemos perder la fe en Colombia; ello equivale a perder la fe
en nosotros mismos. No podemos perder la capacidad de ilusionarnos;
ello equivale a estar muertos. Mi propósito hoy no es otro en últimas,
que pedirles que no se dejen tentar por la desilusión que se pasea
por la patria. ¡Menos cuando se trate de nuestro país!. A diferencia
de lo que muchos creen cada uno de ustedes sí hace la diferencia.
Es probable que no cambiemos el mundo, pero sí podemos hacer mucho
por Colombia. Que no nos sorprenda la muerte poniendo un pie delante
del otro en el camino incorrecto. No olviden lo que dijo Bioy Casares
al preguntársela si le seguía pareciendo corta la vida; respondió
con sinceridad pasmosa: "Cortísima. Cuando se la empieza a conocer,
llega el momento donde lo previsible es morir". Amigas y amigos
graduandos del ICESI: ¡que no nos sorprenda la muerte estando en
deuda con nuestro país!.
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