Parque de L´Anse Aux Meadows en Canadá (I)

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Muchos de los vikingos que llegaron a Islandia procedentes de Noruega a mediados del siglo ix eran ricos propietarios rurales o aristócratas feudales que huían del sistema político impuesto por Harald, el de los Hermosos Cabellos, unificador de los treinta cantones noruegos tras su victoria en la batalla de Hafrsfjord, que no reconocía sus derechos tribales y gravaba la posesión de terrenos con fuertes impuestos. Los demás eran fugitivos que tenían cuentas pendientes con la justicia o simples aventureros en busca de una nueva oportunidad. En Islandia se encontraron con los «papar», cristianos anacoretas de origen irlandés que habían llegado allí huyendo del mundo y que en seguida decidieron abandonar la isla para no verse obligados a convivir con los paganos. Jorge Luis Borges apunta que los colonizadores de Islandia eran en su mayoría paganos que «huían de la fe del Cristo Blanco, así lo llamaban, y traían consigo los cantos mitológicos y épicos que formarían con el tiempo la Edda Mayor». El caso es que todos huían por algo.

Los colonos noruegos instauraron lo que está considerado como el primer parlamento del mundo, el Al-Ithing, órgano supremo de justicia que podía tomar decisiones pero no imponerlas, carecía de poder ejecutivo pero ostentaba el legislativo y el judicial, con lo que su autoridad era sólo relativa y obligaba moralmente a sus encausados o legitimaba la actuación de las partes. El Allthing se reunía cada año en las yermas llanuras volcánicas de Thingvellir y estaba dominado por los godar, sacerdotes y dirigentes políticos procedentes de las familias más influyentes del país. Entre otras decisiones importantes tomó la de cristianizar la isla en torno al año 1000.

Hasta aquí la historia más o menos documentada. El resto de la epopeya vikinga no dispone de otra fuente informativa que las propias sagas, poemas épicos que los sagnamenn repetían en asambleas, banquetes o veladas y que se mantuvieron en la tradición oral de los islandeses durante un par de siglos antes de convertirse en literatura escrita a finales del xn o principios del xiii. Las sagas narran hechos reales o, al menos, acontecimientos que pudieron ser reales, desvirtuados por los adornos literarios y las exégesis de sus autores o intérpretes. Sin embargo, sólo dos de estas sagas se refieren a los intentos de colonización llevados a cabo por un puñado de vikingos a comienzos de este milenio con el único objetivo de alcanzar una nueva y prometedora tierra situada más allá de todo mar conocido, hacia poniente. La saga de los Groenlandeses y la saga de Erik El Rojo son la crónica posible del primer descubrimiento de América.

 

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Viaje con escalas

Alrededor del año 960, Thorvald Asvaldsson, residente en Jaederen, cerca de la actual Stvangr, en Noruega, tuvo la mala fortuna de asesinar a uno de sus vecinos y se vio obligado a emigrar a Islandia para escapar de la venganza de los parientes. La justicia había fallado en su contra, pero, incapaz de cumplir la sentencia, reconocía el derecho de los perjudicados al desquite. Thorvald se instaló en el norte de Islandia, en Drangaland, y, con el tiempo, la propiedad de la tierra pasó a manos de su hijo Erik, apodado El Rojo, casado con una joven islandesa de buena familia. Pero Erik heredó de su padre algo más que una explotación agrícola; mató en una reyerta a dos de sus vecinos y el tribunal de Thing le declaró fuera de la ley por espacio de tres años. Temeroso de las represalias, tuvo que seguir de nuevo el ejemplo de su padre y emigrar; corrro no podía volver a Noruega y el clima político en otras posesiones vikingas no era el más recomendable, decidió poner rumbo al noroeste y buscar el remoto país que había divisado un tal Gumbjorn cuando su barco fue arrastrado por la tormenta al oeste de Islandia.

La costa que divisó Erik coincidía con la descripción que había oído muchas veces del viaje de Gumb-jórn, sacudida por el viento y las olas, escarpada, peligrosa y prácticamente inaccesible. Tras los acantilados se vislumbraban cimas cubiertas de nieve. Al no poder desembarcar y antes de caer en la tentación de regresar, decidió dejarse llevar hacia el sur por la misma corriente que empujaba a los témpanos flotantes, dobló el cabo Farvel y desembarcó en la costa sudoeste de Groenlandia, mucho más acogedora que la inhóspita costa oriental debido al atenuante climático que proporciona la corriente cálida del Golfo. Durante sus tres años de destierro se dedicó a buscar parajes favorables para el establecimiento de una colonia duradera y a su regreso demostró ser un buen publicitario cuando engatusó con las excelencias de su Tierra Verde, Groenlandia, a un buen número de colonos —o de fugitivos— que, a bordo de veinticinco barcos, se hicieron a la mar en el año 985 convencidos de cambiar a mejor. Sólo catorce terminaron la travesía, algunos se dieron la vuelta y el resto naufragó. Los supervivientes se instalaron en la costa occidental de Groenlandia bajo el liderazgo de Erik El Rojo. Lo más difícil ya estaba hecho. Para unos navegantes capaces de unir la costa de Noruega con la de Islandia a través de los archipiélagos de las Shetland y de las Feroe, e Islandia con Groenlandia, el siguiente paso, llegar a tierras americanas, era algo relativamente fácil de conseguir. La distancia que los separaba del Nuevo Mundo era menor que la que habrían tenido que recorrer para regresar a casa.

El primer europeo que, según las sagas, tocó tierra al otro lado del Atlántico fue Bjórn Herjolfsson, un colono que se perdió en plena travesía cuando intentaba reunirse con su padre en Groenlandia. Quince años más tarde Enksson, hijo de Erik El Rojo, decidió explorar esa supuesta tierra de características tan favorables que el relato de Herjolfsson se obstinaba en situar en algún punto al oeste de los yermos groenlandeses. Leif compró el barco a Bjórn y rehizo su travesía en sentido inverso, de norte a sur, llegando en poco tiempo a una costa pedregosa que bautizaron con el nombre de Helluland, Tierra de las Piedras Planas, que no tenía ninguna ventaja apreciable con respecto a Groenlandia, más bien al contrario. Se trataba con toda probabilidad de la costa sur de la isla de Baffin. La siguiente escala fue en un paraje más atractivo, un terreno de suaves colinas cubiertas de bosques que, sin demasiada imaginación, llamaron Markland, Tierra de Forestas, situada según las hipótesis en algún punto de la costa del Labrador. Pero Leif seguía sin dar con el lugar que tan buen efecto había producido en Bjorn Herjolfsson. Embarcaron de nuevo y pusieron rumbo al sur, navegando a lo largo de la costa hasta dar con una ensenada bien protegida, de tierras fértiles y gran cantidad de agua dulce. Los salmones eran abundantes tanto en el mar como en el río, los bosques cercanos proporcionaban caza y madera y, por si fuera poco, encontraron variedades silvestres de vid y de trigo. Decidieron instalarse allí para pasar el invierno convencidos de que por fin habían encontrado el lugar que buscado- Construyeron un poblado que llamaron Leifsbudir, las Casas de Leif, y a la primavera siguiente regresaron a Groenlandia sin ver un solo rastro de seres humanos y después de bautizar la colonia como Vinland, tierra de vino, en alusión a las cepas silvestres que eran tan abundantes en aquellos parajes.

 

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Se ha buscado denodadamente cualquier resto de este emplazamiento invernal. Una vez desmenuzada y analizada la información contenida en las sagas y de considerar las variaciones cronológicas que pudieran haber influido en las apreciaciones de los navegantes se llegó a la conclusión de que Vinland podía situarse en el extremo norte de la isla de Terranova. Helge Inqstad, un noruego especialista en vikingos, propuso una nueva traducción del toponimo «Vinland» que desestima su vinculación con cualquier palabra que tenga que ver con el vino o las uvas, es decir, arremetió contra una de las pistas más polémicas rastreadas por los investigadores de las sagas. Ingstad averiguó que el prefijo «vin» se había utilizado en Escandinavia para designar algo bueno, rico, fértil, y que numerosas localidades actuales de los países nórdicos comienzan por «vin» sin que exista relación directa con las viñas, las uvas o la producción de alcohol.

Pero sigamos con los vikingos. Tras el éxito de Leif se acometieron nuevas exploraciones de las tierras boscosas de occidente. El hermano de Leif, Thorvald, se hizo a la mar en el mismo veterano barco de los dos viajes anteriores, llegó a las Casas de Leif y pasó en ellas tres inviernos. Se adentraron un poco en el país y, casi por coincidencia, tuvieron un mal encuentro con los indígenas, hasta ahora inéditos, que le costó la vida al jefe de la expedición. Antes de morir Thorvald tuvo el tiempo y la frialdad de decir a sus compañeros: «Es un paнs rico este que hemos encontrado, una capa de grasa viste mis entraсas». Los vikingos llamaron a los indígenas skraelingar, cobardes, por su forma de eludir el combate cuerpo a cuerpo y la costumbre de confiar todo encuentro guerrero a la eficacia de sus arcos y flechas. Los antropólogos todavía no han podido precisar si los skraelingar eran indios o esquimales.

Años después, en el 1010, Thorfin Karlsefni, un comerciante que había hecho su escala invernal en Groenlandia, organizó una expedición colonizadora en toda regla compuesta por tres barcos y ciento cuarenta tripulantes, hombres y mujeres, además de animales domésticos, herramientas, víveres y armas. La aventura contaba con el patrocinio de Erik El Rojo y del resto de su clan. Sin embargo, debido al rechazo de los indígenas y las rencillas internas, el proyecto fracasу y los supervivientes regresaron a Groenlandia para evitar males mayores. Tras esta experiencia negativa de los colonos comienza a prevalecer la idea de que no merecía la pena invertir esfuerzos en la conquista de un mundo distante, con los inevitables peligros que rodean a un viaje de estas características, reforzados, además, por la actitud hostil de las poblaciones indígenas. Mбs valнan las pobres y seguras tierras groenlandesas que todas las riquezas de Vinland.

Durante varios aсos se emprendieron nuevos viajes exploratorios a tierras americanas pero ya sin el aliciente de una rбpida y provechosa conquista. Los resultados no cubrían las expectativas y la colonización de Vinland fue cayendo poco a poco en el olvido. Tal vez Leif Eriksson había aprendido de su padre el secreto de promocionar con acierto sus descubrimientos y luego la realidad no resultу ser tan apetecible como pretendнan los primeros exploradores. La sociedad vikinga del aсo 1000 consideraba mucho el valor personal y la única manera de ganar fama y prestigio era a través del espíritu combativo, sobre todo si estaba recompensado con la posesión de tierras.

Os dejamos unas imágenes impresionantes del parque: Imágenes

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