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¡Bienvenidos a una nueva entrada de nuestro blog Semillas de Paz! Hoy les compartimos una experiencia única que trasciende las fronteras del aula y nos invita a conectar con el mundo natural de una manera profunda y sensorial. El 7 de noviembre de 2024, los estudiantes del curso Sociedad del conocimiento y poder: ciencia, tecnología y sociedad vivieron una jornada que rompió los límites tradicionales de la educación académica, fusionando la ciencia con el aprendizaje vivencial. Acompañados por las profesoras Diana Rosas y Gloria Guevara, se adentraron en un recorrido por la huerta universitaria y un laboratorio sensorial que ofreció mucho más que datos y teorías. Los invitamos a acompañarnos en este relato, donde exploramos el conocimiento ancestral, el poder de los sentidos y la conexión entre ciencia y naturaleza.

La profesora Diana Rosas, quien dirige este curso desde Bogotá como parte del proyecto Semillas de Paz, había viajado especialmente para estar en esta sesión final. Su llegada, junto a la de Gloria Guevara, profesora invitada y guía del día, le dio un toque especial a lo que prometía ser una jornada única. El primer destino de esta inmersión fue la huerta de la universidad, un espacio lleno de plantas que no solo embellecen el campus, sino que también contribuyen a transformar los desechos orgánicos en vida. La brisa fresca de la mañana y la serenidad del lugar acogieron a los estudiantes, quienes, aún cargados con la energía de semanas de intensas discusiones académicas, estaban a punto de sumergirse en una experiencia mucho más visceral.

Gloria Guevara, con su vasto conocimiento y su pasión por las plantas, comenzó con un recorrido por la huerta de la universidad, un espacio dedicado al cultivo de plantas y la protección de insectos polinizadores. El paseo se inició en una zona especial donde se procesan los desechos orgánicos para convertirlos en abono, contribuyendo al ciclo de vida de las plantas en el campus. Durante este recorrido, la profesora explicó con detalle los nombres y las características de las plantas, haciendo énfasis en cómo sus frutos y semillas tienen un papel crucial en la reproducción y dispersión de las especies. Fue un momento para reflexionar sobre la diversidad vegetal y cómo la humanidad ha interactuado con las plantas durante siglos, desde su uso en la alimentación hasta su presencia en rituales y tradiciones.

En medio de este recorrido, la profesora Diana les recordó a los estudiantes un concepto clave que habían explorado en las lecturas previas: el sensorium. Más que simplemente una serie de palabras o definiciones, este concepto invitaba a los estudiantes a estar plenamente presentes, a sentir el mundo como lo haría una planta, sin prisa, absorbiendo cada detalle. En lugar de una meditación formal, les animó a aplicar esta idea mientras observaban las plantas, tocaban sus hojas y respiraban el aire que las rodeaba. Era como un pequeño recordatorio de que la ciencia no solo se aprende en los libros, sino también con los sentidos, con el cuerpo, con la experiencia directa.

Los estudiantes, armados con cuadernos, cámaras y una renovada curiosidad, comenzaron a registrar todo: dibujos, fotos, notas, todo lo que les llamara la atención. De repente, la huerta no era solo un espacio verde; era un laboratorio vivo, un mundo de relaciones ecológicas, saberes indígenas y biodiversidad que se desplegaba ante ellos de manera tan palpable que se podía casi tocar. Tras este paseo, la clase se trasladó al laboratorio 102L, donde las sorpresas continuaron. En una mesa dispuesta con frutas de diferentes tipos y colores, la profesora Gloria Guevara había preparado un laboratorio sensorial. Los estudiantes se agruparon para comenzar la tarea de cortar las frutas y hacer un análisis más profundo. Pero no se trataba solo de la ciencia pura: era una inmersión en todos los sentidos. Mientras cortaban las frutas, observaban su textura, olían su aroma, saboreaban sus diferentes matices. Cada pedazo de fruta que pasaba de mano en mano no solo ofrecía una experiencia gustativa, sino una lección viviente sobre adaptación, supervivencia y conexión con el entorno.

Los grupos se fueron turnando para clasificar los frutos según sus características botánicas, pero el verdadero aprendizaje no solo ocurría en las hojas de sus bitácoras, sino en las conversaciones que surgían. Había debates sobre las relaciones de las plantas con los polinizadores, discusiones sobre los usos tradicionales de ciertos frutos, reflexiones sobre cómo la humanidad ha interactuado con la naturaleza a lo largo de la historia. Al final, cuando cada grupo terminó de clasificar y analizar las frutas, hubo un momento de degustación compartida. Pero no fue un simple “compartir frutas”; fue un ritual de conexión con lo que habían estudiado, un retorno a lo sensorial, al disfrute pleno de los frutos que habían examinado con tanto detalle. Cada pedazo de fruta que se pasaba entre los estudiantes llevaba consigo no solo el sabor, sino también la huella del conocimiento adquirido durante la jornada. Al saborear esos frutos, los estudiantes no solo estaban disfrutando de una deliciosa merienda, sino participando en un proceso de aprendizaje que había involucrado todos sus sentidos.

Esa última clase fue mucho más que una lección académica: fue un viaje de descubrimiento, una experiencia donde la ciencia, la tecnología, los saberes ancestrales y la vida misma se entrelazaron en una única narrativa. Los estudiantes salieron de allí con más que simples notas en su cuaderno. Salieron con una nueva forma de ver y sentir el mundo natural, sabiendo que, cuando se observa con atención y se respeta, incluso un pequeño fruto puede enseñarnos más de lo que imaginamos sobre la vida, la evolución y nuestra relación con el planeta. Al final del día, la huerta, el laboratorio y las frutas ya no eran solo conceptos abstractos o elementos de un currículo académico. Se habían convertido en parte de un conocimiento vivencial, profundo y transformador. Quizás el mayor aprendizaje de esa jornada no se encontraba en los datos y clasificaciones, sino en cómo los estudiantes comenzaron a ver el mundo que los rodeaba con una nueva mirada, llena de curiosidad, respeto y asombro.

Gracias por acompañarnos en este recorrido sensorial y académico que fusionó ciencia, naturaleza y saberes ancestrales. Esperamos que esta experiencia haya enriquecido su perspectiva sobre el mundo natural y cómo podemos aprender de él de manera más profunda y respetuosa. Los invitamos a seguir explorando nuestro blog, donde continuamos compartiendo avances del proyecto Semillas de Paz y, celebrando las conexiones invisibles entre la humanidad y su entorno. ¡Hasta la próxima, donde continuaremos descubriendo nuevos mundos juntos!

Tejiendo Ciencia en el Jardín 🌿🔬: Un Aprendizaje Vivencial que Cruza Fronteras Académicas 🌍📚

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