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¡Bienvenidos de nuevo al blog Semillas de Paz! Nos alegra profundamente que estén aquí, una vez más, listos para acompañarnos en este viaje de aprendizaje y descubrimiento. Hoy, queremos compartir con ustedes la continuación de nuestra experiencia reciente en la COP16 en Cali, donde nos acompañó María Aleidy en una actividad dedicada a los estudiantes de antropología que participan en el semillero del calendario lunar Inga. Tras participar en su panel, nuestra joven investigadora, María Aleidy Chindoy, se enfrentaba a un nuevo compromiso. En nuestra agenda, una reunión aguardaba: un grupo de estudiantes ansiosos por aprender y conectar con la cultura Inga. Así, se convirtió en nuestra guía en esta travesía lingüística. Con un entusiasmo contagioso, nos invitó a sumergirnos en su lengua materna, un legado que lleva con orgullo en su corazón.
La actividad comenzó con un gesto simbólico. Aleidy nos ofreció una esencia que prometía enfocar nuestras mentes y abrir nuestros corazones. Por medio de un acto de agradecimiento, se nos introducía en la costumbre que marcará nuestros primeros pasos en todos nuestros encuentros futuros con la asociación de mujeres artesanas Iuiai Wasi y el pueblo Inga. Antes de comenzar con cualquier ejercicio, o reunión, hay que agradecer, pedir permiso y, armonizar el espacio. Nos preparábamos para una experiencia que trascendería la simple memorización de palabras. Se trataba de un encuentro, un abrazo a la curiosidad y, sobre todo, un paso hacia la comprensión mutua. Lejos de las rigideces gramaticales, Aleidy eligió un método vivencial para enseñarnos su lengua. Nos presentó una conversación en Inga, impresa y luego recortada en papel. Como en un juego, cada uno de nosotros tomó un turno para sacar una palabra de un recipiente y descubrir su significado en español. Fue un momento repleto de curiosidad y asombro; cada nueva palabra era un puente hacia una conexión más profunda
El tablero pronto se llenó de términos que representaban partes del cuerpo, saludos y números. Cada palabra no era solo un conjunto de letras, sino una ventana a la cultura Inga, reflejando su pasado, su presente y su futuro. Las risas y murmullos de asombro resonaban mientras intentábamos descifrar las reglas que Aleidy dominaba con naturalidad. En medio de las risas, uno de nuestros compañeros observó que el Inga, como el alemán, parecía aglutinativo. Ahí estábamos, explorando no solo un idioma, sino un universo de conexiones lingüísticas. La alegría de aprender los números y, descubrir cómo el sufijo “lla” transformaba un número en su forma ordinal llenaba no solo nuestro tablero, sino también nuestras mentes y corazones.
Las palabras fluyeron, cargando el ambiente con una energía vibrante. Aprendimos a contar hasta cien, emocionados con cada nuevo número. Palabras como “Sug” para uno, “Iskai” para dos, y “Patsag” para cien, cobraban vida en nuestras voces. La lengua Inga nos envolvía; frases como “Nuka – Llukani – Iskaichunga”, que significa “Yo – Tengo – veinte”, nos adentraban a la posibilidad de hacer afirmaciones cargadas de identidad y movían los engranajes de nuestras mentes. El propósito de nuestra actividad se hizo evidentemente fructífero, pues esta pequeña muestra de lenguaje avivó el entusiasmo por ir al territorio a hacer campo y hacerlo de la mejor manera.
No solo buscábamos aprender un idioma, sino profundizar en la cultura Inga. Con la salida de campo programada para el próximo año, asumimos el firme compromiso de ayudarles a sistematizar información y crear un calendario ecológico, una herramienta que permitiría preservar su sabiduría sobre los ciclos de la naturaleza. Cada palabra que asimilábamos representaba un paso hacia la construcción de relaciones auténticas y respetuosas, cimentadas en el entendimiento mutuo y la valorización de su rica herencia cultural.
El acto de aprender Inga fue más que un ejercicio académico; fue un homenaje a una cultura rica y vibrante que tenemos muchas ganas de escuchar y entender. Al final de la jornada, nos sentimos más cerca no solo de las palabras, sino también de quienes las utilizan. En esta danza de intercambio cultural, cada uno de nosotros se convirtió en un portador de semillas de paz, listas para que florezcan gracias al respeto y la colaboración, y reverdezcan el quehacer antropológico con la interiorización de un sinfín de aprendizajes que están por venir.
Agradecemos profundamente a todos los participantes que hicieron posible esta experiencia enriquecedora. A la profesora Daniella Castellanos por crear el semillero de investigación del calendario lunar que ha hecho posible la salida de campo. A Luisa Castaño por dirigir con mucho esfuerzo las actividades de preparación. A María Aleidy por estarnos acompañando desde hace meses en preparación para la salida. Y, a los estudiantes del semillero del calendario lunar por su entusiasmo y trabajo duro. La lengua es un puente, y juntos estamos trabajando para fortalecerlo.
Gracias por acompañarnos en este viaje de descubrimiento. Les invitamos a seguir con nosotros en Semillas de Paz, donde continuaremos compartiendo experiencias, aprendizajes y reflexiones. Su presencia es fundamental para cultivar un espacio de diálogo y conexión. Hasta la próxima, ¡y que sigan germinando más semillas de paz!