Hace dos años gran parte del país se encontraba a la expectativa de la firma del acuerdo de paz entre el Gobierno y las extintas FARC. Este no había sido llevado a cabo como consecuencia de la “victoria” -si es que así se le puede llamar- del “NO” en el plebiscito convocado por Juan Manuel Santos. Ya no estábamos ante el llamado Acuerdo de La Habana, ahora íbamos en busca de lo que terminó siendo el Acuerdo del Teatro Colón.
Con lo que significó la victoria para unos y la derrota para otros, el país entró en una incertidumbre social y política donde no había claridad sobre cuáles eran las alternativas a esa situación, tanto así que incluso el mismo gobierno pecó por inocente y no había dispuesto un “plan b”. Entre polos opuestos, el portazo del NO a la paz significó una oportunidad para la población civil. Mientras en las esferas del poder se había instrumentalizado políticamente la paz, en las calles se volcaban un sinnúmero de personas en las plazas principales de varias ciudades defendiendo lo que se había acordado en la mesa de negociación y enviando un fuerte mensaje de apoyo irreversible a lo pactado.
Niños, jóvenes, adultos y ancianos; todos en una sola voz expresaban el deseo de tener la paz que durante tantos años nos fue esquiva, pero que ahora tenía un sabor especial, un sabor a realidad y no a burla como nos había ocurrido la última vez. Muchos sentíamos que el momento era ese y no lo podíamos dejar ir, pues si lo hacíamos, tendríamos que vivir de nuevo la zozobra de la guerra. Estábamos tan cerca pero a la vez tan lejos, que la paz parecía volver a decirnos: “adiós”. Pero no, ahí estaba esa generación de jóvenes que se autoproclamaban guardianes, defensores de la paz, aquellos que salían en fotos con camisetas blancas y que con voces de aliento le pedían a los negociadores no dar el brazo a torcer en la consecución de lo que se consideraba una oportunidad histórica.
Mientras tanto, en el escenario político las reuniones entre el sector del SÍ y del NO arrojaron un nuevo Acuerdo que ya no se tendría que batir en las urnas con el voto a voto, sino que encontraría mecanismos legislativos para su aprobación. Es así como se logró firmar la paz por segunda vez, significando un gran alivio para un importante sector de la sociedad al empezar a soñar con verla materializada. Sin embargo, venía la parte más difícil: la transición al posconflicto.
En principio, la algarabía por la paz seguía latente en la sociedad, pero con el paso del tiempo ese ánimo se empezó a ver disminuido y aquellos que salieron tomándose fotos “en apoyo a la paz” desaparecieron de un momento a otro, quedando pocos en defensa de lo pactado en la dura batalla del pos acuerdo.
Al día de hoy no se hicieron “trizas” los acuerdos, pero sí se están haciendo trizas las esperanzas de aquellos que creyeron en que la oportunidad histórica de cambio social había llegado. Con el nuevo Gobierno, los recursos destinados al posconflicto se han visto disminuidos, añadiendo a esto el plan tortuga en torno a la implementación de lo acordado. Así mismo, la JEP ha sido atacada constantemente, buscando deslegitimarla y entorpecerla. Incluso en el PND (Plan Nacional de Desarrollo) la paz no parece ser una prioridad, desconociendo así la situación actual de la nación y reafirmando la extraña idea que en Colombia “no tuvimos un conflicto armado”.
Es triste ver cómo la paz fue una “moda” para muchos y hoy ya no representa algo que se deba defender con orgullo, porque su tiempo de auge “ya pasó”, creyendo que con una firma todo estaba hecho. La paz no puede ser de modas, ni de tendencias, debe ser un legado que debemos defender todos y cada uno de nosotros con acciones que permitan construirla. Nos la están arrebatando de frente y estamos siendo indiferentes a ello. Durante mucho tiempo suplicábamos por ella y ahora que la tenemos, la despreciamos y no la valoramos. La paz no puede ser de los políticos, no puede ser un instrumento utilizado para estar o no en el poder. Al contrario, es un derecho que tenemos todos y como tal debemos exigirlo y defenderlo.
Es por esto, que este texto tiene una voz crítica, pero que está especialmente dirigida a todos aquellos personajes que se autoproclamaron defensores de la paz, pero que cuando esta empezó a verse en peligro, no salieron a defenderla con argumentos como siempre dijeron que lo harían. Aún estamos a tiempo de defender el legado que tanto añoramos, no dejemos perder lo conseguido y, en un acto de filantropía -si es que cabe el término-, pensemos en otros (campesinos, madres, familias, hermanos, víctimas de ambos bandos, etc.) y luchemos para evitar que vuelvan a repetir la historia de terror que vivieron en el pasado. Es cierto que aún nos queda mucho por lograr, el fin de conflicto no ha llegado, se firmó la paz con tan solo uno de los grupos armados, pero sin duda hemos dado un gran primer paso y como tal, debemos darlo firme, sin miedos y con la certeza que lo logrado hoy podrá escribir una historia de paz y esperanza para las generaciones futuras.
Daniel Hidalgo
Estudiante Ciencia Política y Derecho
Excelente y muy oportuno!
Que gran alegría causa ver jóvenes como Daniel, comprometidos con la búsqueda de la verdadera paz de nuestro país.
Excelente lección para quienes la usan para su propio beneficio, sin importarle lo que ocurra a los más afectados por esta guerra sin sentido, en la que hemos estado sumidos por tantos años.