UN MUSEO DE SENSACIONES

Por: Camila Alejandra Castillo

 

La experiencia internacional que nos llevo por Bruselas, Paris, Berlín y Praga estuvo llena de retos, aprendizajes y momentos maravillosos. Las hermosas ciudades europeas, los museos, la historia, la comida, las visitas a diferentes instituciones, entre otras. Sin embargo, dentro de las muchas cosas que me impactaron, hay una en particular que dejó una huella para siempre en mí: la visita al museo judío en Berlín. En cuanto a esto, tengo que decir que es algo muy particular. No es lo que vi dentro del museo, no fueron las fotos, las cartas o las historias (muchas de las cuales yo ya conocía). No, la cuestión con el museo es la forma en que está pensado, la disposición y ambientación de los espacios. Lo que marca es la experiencia, las sensaciones.

El edificio da la impresión de laberinto de fachada metálica, cuyas ventanas, luces y caminos se encuentran y se cortan en repetidas ocasiones. El museo está compuesto por 3 pasillos o “ejes”, que representan las tres experiencias más grandes del judaísmo alemán: la continuidad, el exilio y el exterminio. Al final de cada pasillo, hay una sala o espacio que representa el final del respectivo camino recorrido. Al terminar el camino de la continuidad, se encuentran unas escaleras, y, a medida que se va ascendiendo por ellas, el espacio es más amplio y luminoso. Ello pareciera representar cómo después de un largo recorrido, lleno de oscuridad y dolor, los judíos pueden finalmente sentir la cálida luz de la libertad.

Al final del segundo eje, se encuentra el jardín del exilio. Un espacio compuesto por numerosas torres de concreto, que se levantan muy juntas una de la otra y con vegetación en la parte superior. El suelo y las torres están inclinados, cuesta caminar, no se sabe bien por dónde ir. Al experimentar esa sensación sólo puede pensar que eso se asemejaba, de alguna manera y en alguna medida, a lo que sentían los judíos al tener que huir, salir de su tierra, dejar a sus familias y tener que renunciar a su identidad. Se siente uno desubicado, ansioso, nervioso.

Por último, al final del pasillo que hace referencia a la muerte, está la Torre del Holocausto. Una vez adentro, la oscuridad y el encierro resultan abrumadores. Parece un gran abismo, en el que bien arriba, aunque parezca inalcanzable, se divisa una ranura por la que entra un poco de luz, lo que yo asocié con la esperanza en medio de la tiniebla. Lo más impresionante es que, como mencioné antes, los caminos se cruzan y se cortan en repetidas ocasiones, de modo que puedes ir caminando por el pasillo de la continuidad y de repente te encuentras con el exilio o el holocausto. Esto para mi representa las rupturas en la historia del judaísmo en Alemania, la incertidumbre de los judíos, lo desconocido que era su futuro.
Por ello la experiencia me resultó impactante, frustrante, conmovedora. No sé con que adjetivo describirla, porque se siente un poco de todo al mismo tiempo. Más allá de las fotos, los objetos, las historias, este lugar te hace conectarte con la experiencia. Una experiencia por la que, lamentablemente, muchos seres humanos tuvieron que pasar.

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