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Las anécdotas médicas de Oliver Sacks
“Yo creo que Mozart me hace mejor neurólogo” dijo Oliver Sacks durante una entrevista pública en la Universidad de Columbia.
Oliver Wolf Sacks es un médico inglés, graduado del Queens College de Oxford, especialista en Neurología de la Universidad de California y quien continúa ejerciendo la docencia y su práctica clínica en el Albert Einstein College y en la Universidad de Nueva York. Ha publicado los libros: Migraña (1970,1992), Despertares (1974), Con una sola pierna (1984), El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1986), Veo una voz: viaje al mundo de los sordos (1989), Un antropólogo en Marte: siete relatos paradójicos(1994), La isla de los ciegos al color: y la isla de las cicas (1997), El tío Tungsteno: recuerdos de un químico precoz (2001), Diario de Oaxaca (2002) y Musicofilia, relatos de la música y el cerebro (2007). Sigue leyendo
Para Cali, con Puro Amor
Puro Amor es el pseudónimo de una mujer joven que se está tomando las paredes de Cali. Pinceles y vinilos le permiten volver reales a los inconfundibles personajes que habitan su cabeza, y que desde hace algún tiempo hacen parte de nuestro paisaje urbano. Ella pinta con el alma y con puro amor. Sigue leyendo
TRAPOS
Retazo 1.
En la década del setenta el artista búlgaro Christo comenzó a usar enormes telas para cubrir fragmentos del paisaje. Valley Courtain consistió en un paño de 400 metros de largo que cruzaba un valle en las montañas Rocosas y Pont Neuf forró de manera cuidadosa el puente del mismo nombre en París. Sus obras con telas han intervenido el Central Park en Nueva York, los árboles del parque Berower en Basilea y hasta en un capítulo de la serie animada Peanuts apareció la casa de Snoopy “envuelta por Christo”. Sigue leyendo
7 razones por las que prefiero los aborrajados de tostada a los de tajada
1. Porque, al prepararlos, resulta más cómodo sellarles los bordes. 2. Porque no necesitan mucha harina para que queden bien “aborrajados”. 3. Porque, al tener menos harina, no quedan tiesos sino crocantes. 4. Porque quedan más anchos y hay más … Sigue leyendo
Larry tragamonedas
Larry se incorporó con dificultad y vomitó un poco. La cabeza le ardía y sentía el cuerpo ensopado en un sudor que olía a alcohol y a orines. El día no había empezado nada mal.
Hacía un calor de mil demonios. El asfalto parecía derretirse a lo lejos y el sol brillaba implacable en lo alto; era medio día. Larry casi no podía ver en medio de tanta luz. Le dolían los ojos. A su lado distinguió vagamente una botella de cerveza. Sonrió al instante, la cogió y se la llevó a la boca. Estaba hirviendo y su sabor era espeluznante. Larry se sintió reconfortado.
Antes de terminar lo poco que quedaba de la cerveza, vio que un perro callejero se le acercaba. Se dirigió al vómito y lo lamió un buen rato. “¡Wow!” pensó, “el mundo si es verdaderamente absurdo”, y se echó a reír a carcajadas. Estaba de maravilla.
El perro se volteó y trató de orinar sobre el costado derecho de Larry. Él lo empujó con fuerza y el perro le peló rabiosamente los dientes. Luego se fue a orinar a otro lado y siguió su camino. Larry sabía que si seguía sentado ahí, en ese andén, tarde o temprano se insolaría, pero no le importó. Aceptaba su dolor pues se sabía culpable del mismo y esto lo hacía sentir poderoso. Él decidía sobre su propio flagelo y se responsabilizaba de su decadencia. “¡Soy un miserable, pero consciente! ¡Mi destino me pertenece!” gritaba a veces por ahí cuando estaba bien borracho. La gente lo creía un loco, un borrachín indeseable. Larry se creía un adelantado.
El tipo no era un indigente ni mucho menos. Recibía una renta mensual gracias a una herencia que le había dejado una tía y que le alcanzaba para vestirse y comer bien. También para beber alcohol y tener mujeres de vez en cuando.
Ese día estaba fatal pero bien vestido. La noche anterior se había tirado a una chica que andaba buscando algún burro que la mantuviera por lo alto. Él ya sabía cómo eran estas mujeres, así que se hizo el tonto y dejó que ella actuara. Él sólo sacaba los billetes para el licor. Lo demás fue esperar.
¿Cómo había llegado a ese lugar al día siguiente? No lo sabía pero tampoco le importaba. Sentado, mirándose la punta del zapato, sintió una sombra que lo iba cubriendo. Era un hombrecillo reluciente. Zapatos bien lustrados, pantalón de lino y camisa por dentro. Llevaba un libro negro en su mano izquierda: La Biblia.
– “Hermano mío, Dios es omnipresente, omnisciente y todo poderoso. Todo lo ve, todo lo oye y todo lo sabe. No es posible escapar de su voluntad” – dijo el hombrecillo convencido y con vos estentórea. Sigue leyendo
Porque están en españolete
Cuándo la profesora, con un tono entre curioso y acusatorio preguntó por qué no leíamos más libros, un amigo solo atinó a responder la frase que titula este artículo: “porque están en españolete”. Asumo que los lectores saben que con la palabra “españolete” mi amigo se refería al el español que hablan en España: el español en el que se dicen cosas como, “¡Cómo mola!” o “¡Está muy guay!” para referirse a algo que les gusta. Así pues que… Sigue leyendo
Las aventuras inconclusas de los swinger: o nuestro modo de pasarla bueno
Antes de entrar a un bar swinger uno le teme a dos cosas: a no gustarle a nadie y a gustarle a alguien. En el primer caso corre uno el riesgo de regresar a casa con el ego aplastado. Pero por fortuna no se regresa sola. En el mundo swinger no se va sola a citas a ciegas y no se enfrenta sola la molestia de la mañana siguiente después de… Lo sabroso de la vida swinger es que uno pasa por ésas con el otro, en una suerte de destino compartido que resuelve parte de la angustia. “Por lo menos voy con alguien a quien le gusto”, me dije cancelando el tema. Sigue leyendo
Confesiones de un comedor de curry
Considero la gastronomía como una de las más entrañables expresiones de los pueblos y pienso que no tiene nada que envidiarle a ninguna de las llamadas artes. Desde la intimidad de los hogares hasta la agitación de los restaurantes, intento siempre que visito un lugar, conocer la forma como a diario sus gentes disfrutan de la mesa.
A finales del siglo pasado mi vida tomó un nuevo rumbo que tuvo como destino la ciudad de Barcelona. Allí, después de algunos ires y venires, el equipaje se detuvo en su corazón multicultural donde fui testigo de la transformación migratoria que básicamente se manifestó en lenguas guturales, el colorido de la piel y los trajes de los nuevos habitantes del barrio, quienes unidos a la variedad de sus mercados y los restaurantes que terminaron deliciosamente invadiendo todo alrededor. Sigue leyendo
A su manera
Rosa vino a decirme lo que ya sabía: que nuestro corto noviazgo había terminado. Lo supe desde la noche en que le dije que la odiaba. Lo supe al amanecer cuando empacó sus cosas en la maleta negra que usaba cada vez que dormía en mi casa. No quise que me diera explicaciones. Miré el aro del bombillo y vi a una polilla revoloteando. Le dije lo que quería oír. A las mujeres siempre les gusta que uno se compadezca. Es una manera de afirmarse en el mundo. De sentir que tienen el control. Fumamos un cigarrillo sobre el sofá rojo. Ninguno de los dos lloró ni se quejó. El silencio se instaló entre los dos. Pasaron dos minutos. Me levanté, le di un beso en la frente y fui hasta mi cuarto en donde me estiré sobre la cama. Unos segundos después oí la puerta cerrarse. Todo terminó, me dije, expirando, como si quisiera contener el dolor en una bocanada. No era posible, así que para no caer en el patetismo de llorar por alguien a quien apenas presentía, encendí el televisor y me distraje con la BBC que transmitía un debate sobre la muerte de una estudiante de bachillerato en Sheffield. Sigue leyendo