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El muro de los lamentos: el Club San Fernando de Cali (1930-2007)
Dicen que quien no conoce su pasado está condenado a repetirlo; más a menudo de lo que uno cree o suele aceptar, sucede que si no se tiene o no se hace uso de la memoria, puede que ni siquiera uno se dé cuenta de ello.
Memoria y Olvido son dos caras de una misma moneda. La Historia, que separa dichas caras, suele tener escaso interés para una ciudad que no quiere preguntarse por su pasado. Existe el temor, cuando no el rechazo, a recordar; no porque el pasado sea siempre mejor, sino porque no se quiere aceptar que si el presente nos decepciona, es porque nos hemos quedado demasiado tiempo añorando el pasado. Si por el contrario el presente nos parece fabuloso, ocurre que nadie quiere reconocer lo que su esplendor le debe al pasado.
Quizá esta doble circunstancia explique la ausencia de una historia de la arquitectura y el urbanismo en Cali: no tenemos claro qué vale la pena recordar ni qué es imperativo preservar. Es difícil hablar de las bondades o desventuras de las obras de arquitectura cuando ellas ya no están presentes entre nosotros. Cuando forman parte de nuestra cotidianidad simplemente “están allí”, siempre han estado, pero no siempre lo estarán. Sigue leyendo
Las aventuras inconclusas de los swinger: o nuestro modo de pasarla bueno
Antes de entrar a un bar swinger uno le teme a dos cosas: a no gustarle a nadie y a gustarle a alguien. En el primer caso corre uno el riesgo de regresar a casa con el ego aplastado. Pero por fortuna no se regresa sola. En el mundo swinger no se va sola a citas a ciegas y no se enfrenta sola la molestia de la mañana siguiente después de… Lo sabroso de la vida swinger es que uno pasa por ésas con el otro, en una suerte de destino compartido que resuelve parte de la angustia. “Por lo menos voy con alguien a quien le gusto”, me dije cancelando el tema. Sigue leyendo
Confesiones de un comedor de curry
Considero la gastronomía como una de las más entrañables expresiones de los pueblos y pienso que no tiene nada que envidiarle a ninguna de las llamadas artes. Desde la intimidad de los hogares hasta la agitación de los restaurantes, intento siempre que visito un lugar, conocer la forma como a diario sus gentes disfrutan de la mesa.
A finales del siglo pasado mi vida tomó un nuevo rumbo que tuvo como destino la ciudad de Barcelona. Allí, después de algunos ires y venires, el equipaje se detuvo en su corazón multicultural donde fui testigo de la transformación migratoria que básicamente se manifestó en lenguas guturales, el colorido de la piel y los trajes de los nuevos habitantes del barrio, quienes unidos a la variedad de sus mercados y los restaurantes que terminaron deliciosamente invadiendo todo alrededor. Sigue leyendo
En memoria de la arquitectura: Túnel Azul (ca.1975-2007)
A la memoria de Gloria Fernanda Gómez y Mary Pereira
La muerte es un motivo para hablar de la vida. Y en el caso de la vida de un edificio, significa hablar de las vidas de un arquitecto y de sus clientes. Es describir la satisfacción de quienes superan el espinoso tema contractual, monetario, para hablar de los sueños y darles forma tangible. O denunciar el fracaso. Es a la construcción de esos sueños a los que llamamos arquitectura, la disciplina que hace que de repente ciertas personas dejen de ser anónimas para nosotros y para la posteridad. Ejercicio de la memoria al que nos invita Marcel Proust cuando en La muerte de las catedrales nos habla de las catedrales góticas como los libros de los ritos. Sigue leyendo
A su manera
Rosa vino a decirme lo que ya sabía: que nuestro corto noviazgo había terminado. Lo supe desde la noche en que le dije que la odiaba. Lo supe al amanecer cuando empacó sus cosas en la maleta negra que usaba cada vez que dormía en mi casa. No quise que me diera explicaciones. Miré el aro del bombillo y vi a una polilla revoloteando. Le dije lo que quería oír. A las mujeres siempre les gusta que uno se compadezca. Es una manera de afirmarse en el mundo. De sentir que tienen el control. Fumamos un cigarrillo sobre el sofá rojo. Ninguno de los dos lloró ni se quejó. El silencio se instaló entre los dos. Pasaron dos minutos. Me levanté, le di un beso en la frente y fui hasta mi cuarto en donde me estiré sobre la cama. Unos segundos después oí la puerta cerrarse. Todo terminó, me dije, expirando, como si quisiera contener el dolor en una bocanada. No era posible, así que para no caer en el patetismo de llorar por alguien a quien apenas presentía, encendí el televisor y me distraje con la BBC que transmitía un debate sobre la muerte de una estudiante de bachillerato en Sheffield. Sigue leyendo