Cuándo la profesora, con un tono entre curioso y acusatorio preguntó por qué no leíamos más libros, un amigo solo atinó a responder la frase que titula este artículo: “porque están en españolete”. Asumo que los lectores saben que con la palabra “españolete” mi amigo se refería al el español que hablan en España: el español en el que se dicen cosas como, “¡Cómo mola!” o “¡Está muy guay!” para referirse a algo que les gusta. Así pues que, si un libro tiene por autor a algún representante de la tierra del “cachondeo”, es perfectamente comprensible que esté escrito de esa forma y resultaría ridículo quejarse por ello. Pero si el libro proviene de un idioma distinto al español y quien lo traduce es de España, surgen los inconvenientes.
Personalmente no me molestan los modismos españoles, aunque he de admitir que si estoy leyendo un libro de terror y justo en la parte más tensionante uno de los personajes dice “Joder, tío, yo allí no entro ni de coña” muy probablemente mis manos empezarán a temblar, pero no de miedo, sino de risa. Una risa que no se detendrá cuando otro personaje replique “Venga, macho, ¿Acaso a qué leches le temes?”. España y México son los países de habla hispana que más traducen, y no hablo solo de los libros sino también de las películas y de programas de televisión. En el caso de España, la traducción también trata de adoptar la obra a sus códigos culturales para que esta resulte perfectamente identificable para su público. Sin embargo, para un colombiano es difícil identificarse con un personaje que ante alguna contrariedad no grite nuestro tradicional “¡Mierda!”, sino un extraño e impersonal “¡Hostia!”. Más raro aún es ver que esa misma expresión se use con un significado completamente distinto, pues en españolete la expresión que nosotros usamos como “encenderlo a pata” sería algo por el estilo de “darle de hostias”. Igualmente extraño resulta reemplazar nuestros tradicionales madrazos por un “Me cago en todo / Dios / tu puta madre”. Si se lee detenidamente se encuentran expresiones de estas “a tutiplén”… perdón, quise decir que se encuentra una gran cantidad de estas expresiones.
Teniendo en cuenta lo anterior me parece válida la opinión de mi amigo. La lectura es un placer, pero si para leer un libro alguien tiene que soportar palabras que no entiende, que no existen en el diccionario, y que se ve obligado a repetir y aprender conforme progresa en el texto, es comprensible que se le quiten las ganas de seguir la lectura del libro en cuestión. Tal como puede ser molesto leer en un ambiente poco óptimo, plagado de ruidos estridentes, en una posición dolorosa, o con una iluminación deplorable; es probable que sea igualmente molesto leer en españolete o en cualquier otro idioma, ya sea porqueno lo dominamos o porque está lleno de modismos con los cuales no estamos familiarizados.
Mientras nosotros no traducimos prácticamente nada, los españoles traducen todo, absolutamente todo, desde cómics hasta videojuegos. Incluso subtitulan algunas películas que están habladas en español latinoamericano, precisamente para que no les pase lo mismo que a nosotros cuando vemos cine o leemos libros en españolete. Por mi parte, me conformo con los doblajes mexicanos que parecen ser los que se adoptaron para toda Latinoamérica, y aunque no están nada mal en ocasiones se escapan expresiones como “órale”, “chavo”, “chango” y demás. Pero son elementos que dejamos pasar de largo, tal vez porque ya nos acostumbramos a ellos y porque ya nos resultan cotidianos.
¿Seré iluso si sueño con el momento en que traduzcamos libros adaptándolos al lenguaje común del pueblo colombiano? Un español en el que los personajes digan “Es una chimba, está del putas” y no “Es la hostia tío, está que te cagas”. Y si eso no es posible, por lo menos que se emplee un español más universal, en el que no tengamos que devanarnos el cerebro para descubrir que alguien “borde” es una persona impertinente o antipática; un español en el que no veamos escrita la palabra “gilipollas” cada vez que los personajes se insultan y en el que no se emplee la expresión “chavales” para referirse a los niños. Las perspectivas no son muy favorables, en parte porque la cultura lectora de nuestro país es casi nula. Como lo muestra muy bien el vergonzoso promedio de libros leídos anualmente por persona, y que no supera los tres ejemplares, a los colombianos en general no nos gusta leer. De esta manera, suponiendo que entre nuestro pueblo perezoso existan personas dispuestas y colaboradoras, es improbable que las editoriales decidan embarcarse en un proyecto de dudosa rentabilidad. Supongo que tendremos españolete para rato. Por mi parte ya sé que la palabra “leñe” se emplea como interjección de sorpresa o de rabia, que algo “está chulísimo” cuando es muy bacano y que, como siempre, se pueden combinar expresiones, ¿A qué mola mogollón?
Daniel Cardozo
Estudiante de Diseño de Medio Interactivos de la Universidad Icesi