Entrevista por Paola Marín y Gastón Alzate, Revista Karpa
La Máscara lleva tres décadas de trabajo teatral comprometido con las problemáticas sociales colombianas, particularmente aquellas que afectan a la región suroccidental del país. Su historia es parte integral del Nuevo Teatro Colombiano de modo que es muy cercana a la del TEC (Teatro Experimental de Cali), en especial por el apoyo recibido de parte del ya difunto maestro Enrique Buenaventura. Además, de manera muy significativa ha colaborado frecuentemente con Patricia Ariza, con quien existe una feliz coincidencia de intereses políticos, vitales y expresivos.
Desde su acompañamiento a las luchas sociales obreras y feministas en Cali, así como desde el trabajo teatral con comunidades negras rurales en los setenta y ochenta, en La Máscara es evidente un continuo compromiso para, desde el teatro, involucrarse en una reivindicación de las cualidades humanas y culturales de los sectores marginalizados. Tal empeño es visible en el trabajo que Lucy Bolaños realiza hoy día con grupos de jóvenes, mujeres desplazadas y adultas mayores de sectores populares de la ciudad como Aguablanca, proyectos a los cuales Pilar Riaño ha contribuido enormemente desde su experiencia como miembro fundador de La Máscara con la escritura de propuestas y proyectos, además de con un par de libros sobre la rica historia teatral de esta agrupación que tiene su sede en el barrio San Antonio de Cali.
(Esta entrevista con Lucy Bolaños y Pilar Riaño tuvo lugar en Cali el 12 de septiembre de 2010).
K: ¿Pueden hablar de la relación entre activismo y teatro?
PR: La Máscara siempre ha tenido un activismo. Desde antes, cuando el grupo estaba compuesto de hombres y mujeres, La Máscara iba a las carpas a presentar las obras.
LB: Iba a las huelgas de los sindicatos, a las marchas universitarias. Yo era militante y trabajaba con los pioneros que era el grupo de niños y niñas del Partido (Comunista). Entonces siempre ha habido como esa necesidad, no sólo de La Máscara sino del Nuevo Teatro Colombiano de ser parte de las luchas sociales.
PR: Otra parte muy importante eran los talleres. Cuando estábamos actuando íbamos a las bibliotecas a darles a los niños talleres de títeres con materiales de desecho. Cuando vivíamos en Robles íbamos a Quinamayó a las fiestas, teníamos una murga. Siempre el trabajo con la comunidad ha estado vinculado al trabajo del grupo.
LB: Hicimos una época teatro festivo con el mito y el rito de la llegada del Diablo a Cali, entonces teníamos esa historia del Buziraco con murga y con chirimía, y con la historia que se contaba, por ejemplo, de por qué el cerro de las Tres Cruces. Participamos en la Feria de Cali con ese trabajo de calle. También teníamos un taller de investigación desde el teatro, la música y la danza y de ahí surge ese montaje sobre el Buziraco. Y cuando nos fuimos a Jamundí trabajamos en las comunidades en Quinamayó (población del Cauca en la que perviven tradiciones de los tiempos de la esclavitud). Allá las celebraciones sobre el nacimiento del Niño Dios no son en diciembre sino en febrero, son unas fiestas profanas. Las fiestas de ellos no eran paralelas a las de sus amos sino después y esa tradición se quedó. Son representaciones en vivo como ese nacimiento o los “alabaos” de los niños muertos (cantos de alabanza infantiles cuando muere un niño para ayudar a que suba su alma. Los niños participan en velorios comunitarios y desde temprana edad aprenden este tipo de canciones). En las procesiones que duraban toda la noche había representaciones en la calle, recuerdo una vez que el policía del pueblo disparó al aire para darle realismo a una en que mataban a alguien.
PR: Por ejemplo hay una fiesta de los peinados, las negras se peinan de diferentes maneras con unos peinados hermosísimos y se demoran como tres días haciéndolos. Son pueblos ricos en tradiciones, tienen los bailes, los cantos… Lo que pasa es que aquí casi no se ha investigado ni valorado eso.
K: ¿Por qué se fueron a vivir con las comunidades negras? ¿Cuándo fue eso?
PR: Porque en los ochenta teníamos la idea utópica de hacer teatro rural.
LB: Muy soñadores compramos una casa en Jamundí y nos fuimos a vivir y a trabajar allá todos en el mismo espacio y pues se reventó el grupo (risas). Nos fuimos allá porque en el Norte del Valle los pueblos blancos son vistos como los pueblos del progreso pero al sur los pueblos negros como Jamundí están muy abandonados. No era fácil sobrevivir como grupo allí. Yo tenía que viajar mucho a Cali a buscar plata, mi hija estaba pequeña…
PR: Llevamos al Odin Theatre allá, a Jean-Marie Binoche, tratábamos de hacer cultura. Hacíamos teatro, primero en una casa, luego en un kiosko.
LB: La casa que teníamos era una casa-lote y queríamos convertirla en un espacio teatral pero no tenía sala y no podíamos hacer teatro allí todavía. Pedimos prestado un kiosco, se hizo mucha investigación, muchas improvisaciones. Fue una experiencia muy enriquecedora.
PR: Yo también señalaría eso, la afinidad que siempre ha habido con esta población, un amor y una necesidad de estar alrededor de ella, nos enriquecimos mucho con ellos, en la música por ejemplo. Porque La Máscara también tiene otra historia de los montajes clásicos que ya está descrita en mi libro. Pero esta fue la época en la que empezamos a hacer teatro con un lenguaje casi propio porque antes eran los actores directores del TEC quienes nos dirigían.
LB: Sí, trabajamos muchas obras muy puntuales de texto, Macbeth, La mandrágora y otras pero con el trabajo del Buziraco por ejemplo, ya hay una investigación de un teatro propio.
K: ¿Y el interés por el teatro de mujeres?
PR: Ahí también empieza el teatro de las mujeres porque en esa época empezó a gestarse el movimiento feminista aquí en Cali. Esto fue a través de los sketch que se le pedían al grupo para el Día de la Mujer (8 de marzo) o para el 25 de noviembre (Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer).
LB: Por ejemplo montamos un poema de Brecht, De la infanticida Maria Farrar. Hicimos ese montaje tres mujeres: Valentina (Vivas), Pilar y yo para participar en un evento del 8 de marzo con las profesoras del Magisterio del Valle. Fue como una semillita para empezar a trabajar con las marchas femeninas.
PR: Nosotras hacíamos como la parte lúdica, nos disfrázabamos para participar en las marchas. La idea era visibilizar a las mujeres, se pintaban graffittis…
LB: Se volvió un trabajo muy importante, siempre aparecíamos con un sketch. montamos otro poema de Brecht que se llama Las viudas, que lo trabajamos en un círculo hacia la calle.
PR: El poema es sobre las viudas de los mineros que son muertos, entonces vienen al pueblo a reclamar. También está el trabajo que se hizo con Jacqueline Vidal de creación colectiva. Y a la par de eso los compañeros se fueron saliendo. La situación en Jamundí estaba muy dura, todo estaba militarizado, empezaban a ponernos letreros del M-19 en la casa para vincularnos con ese movimiento guerrillero. Esa zona del sur es una zona de tránsito muy fuerte.
LB: Es hacia donde los indígenas tienen sus grandes tierras y pues los quieren sacar. Hay mucho que estaba en juego y aún, hoy en día, es una zona de lucha muy dura, muy tenaz.
PR: Fuimos a Toribío (Cauca) al encuentro sobre la paz. También fueron muchos artistas e intelectuales como Enrique Buenaventura y Estanislao Zuleta. Nosotros presentamos una obra en el atrio de la iglesia. No faltaba quién sospechara del grupo y esto afectó mucho el trabajo con los compañeros. Además uno empezaba a cuestionarse quién hacía el trabajo en el grupo porque éramos mamás cuidando niños pequeños, cosíamos para conseguir plata, ensayábamos y los hombres eran los artistas que se quedaban encerrados.
LB: Entonces empezamos a vivir esa semillita del feminismo.
PR: Los hombres decían que iban a hacer un galpón pero la guadua se pudrió y nada de galpón.
K: ¿Y cómo fue la situación para ustedes al regresar a Cali?
LB: Volvimos a Cali para empezar de nuevo y buscamos una casa en alquiler. Cada día se iba reconociendo más la problemática política y tal vez por lo que uno hacía nos llegaron amenazas.
PR: Cuando mataron a Cardona Hoyos que era del Partido (Comunista) empiezan a mandar amenazas a profesores y políticos, y las cartas tenían como remitente al Teatro La Máscara. Entonces una amiga nos dice que vayamos a la fiscalía a denunciar eso. Luego nos empezaron a llamar para amenazarnos. Los amigos nos dijeron que saliéramos del país y fuimos a Costa Rica donde una mujer muy querida nos recibió, allá presentamos dos obras que teníamos, María Farrar que inicialmente se hizo como teatro de calle con una gran escalera, después Enrique Buenaventura cuando ve la obra se enamora de ese trabajo y con él lo retomamos y lo hacemos como teatro de sala; y otro poema de Brecht sobre la prostitución (Canción de Naná). Con los dos hacemos como un solo espectáculo y en Costa Rica hacemos la gira, nos presentamos para las mujeres, para los petroleros, en las universidades. Luego nos montamos en la película de irnos para México por medio del Festival de Cultura del Caribe en Cancún. Allá conocimos al Ministro de Cultura de Cuba, luego nos invitaron allá por dos meses. En México DF igual, Emilio Carballido nos ayudó mucho con un programa de giras que él dirigía. Allá llegaron nuestras hijas. En Nicaragua había una amiga del TEC, también fuimos para allá e hicimos gran parte de las funciones para los soldados, en los campamentos. Teníamos mucha energía y creíamos mucho en la Revolución (risas). Con las hijas fuimos a Cuba y a Nicaragua. Después queríamos volver a casa, ya había pasado año y medio. Cuando estábamos en Cuba llegó allá Patricia Ariza amenazada después que habían matado a varios miembros de la Unión Patriótica y empezamos un trabajo de creación colectiva con ella, Mujeres en trance de viaje, sobre tres mujeres que les tocan diferentes persecuciones y lo presentamos en un evento internacional que se llamaba Colombia vive organizado por la Corporación Colombiana de Teatro.
LB: Volvimos a Colombia y presentamos Mujeres en trance de viaje en una terraza. Empezó la posibilidad de tener un espacio propio. Como al año de estar acá Patricia Ariza hace un proyecto con el Ministerio de Hacienda de fortalecer tres grupos de teatro con dinero, como un aporte de veinte millones a cada grupo, otra vez la idea de tener un espacio. También hicimos un préstamo a un banco para arreglar la casa. Montamos Emocionales, de una escritora norteamericana que es poeta, bailarina y dramaturga, y que montó varios poemas de un texto llamado A las muchachas de color que consideraron el suicidio sin saber que el arcoíris es suficiente. Una amiga nos regaló la traducción de ese texto y nos enamoramos de él y ya se montó acá con Rubén di Pietro, un director de Bogotá que invitamos. No teníamos escenografía ni nada, entonces la montamos por toda la casa como para 30 o 40 personas, se iban recorriendo los espacios con una persona que guiaba.
K: ¿Qué significó tener un espacio propio aquí en San Antonio?
LB: Este espacio nos fortaleció mucho. Con Patricia Ariza montamos Luna menguante que ella escribió para nosotros. Invitamos a Wilson Pico, el bailarín ecuatoriano, con quien veníamos trabajando el cuerpo en el teatro, con él hicimos Bocas de Bolero a partir de los boleros como texto y pre-texto. Allí ya empezó la peregrinación de hacer la sala de teatro que no ha sido fácil. Se hizo una parte de la casa con una amiga arquitecta y nos ayudó el dinero que recibimos de una ONG alemana a partir del trabajo con la comunidad, con niñas en riesgo de una zona de aquí del centro que le llaman “la olla”. La obra con Rubén di Pietro la vio Jill Greenhalgh del Magdalena Project (red internacional de mujeres en el teatro contemporáneo) cuando la presentamos en Bogotá. En ese momento ella estaba en Colombia buscando obras para el encuentro del Magdalena en Cardiff, Gales. Nos contactó y pues nosotras felices… nos llevó con las tres obras. Pilar en ese entonces estaba haciendo su especialización en Francia y vuelve a vincularse al grupo.
PR: Y ya después de vincularnos al Magdalena quedamos inscritas en el deber de hacer obras para llevar a esos encuentros.
LB: Y en el deber de organizar uno aquí. Nosotras organizamos el encuentro del 2002, un Magdalena desbordante porque no era solamente el teatro y los otros invitados de fuera, sino que también se hizo un componente sociocultural. Se invitó a líderes indígenas, afro, políticas. Se llamó Mujeres del mundo por la paz de Colombia que duró una semana entera con foros y conversatorios alrededor de ese tema. Todavía estamos con la intención de publicar ese material que está ahí, pero no es fácil ser mujer, ser artista y que te financien.
PR: Fue muy interesante porque había foros sobre la literatura, dramaturgia, política, economía… Estaban casi todas las pensadoras mujeres de Colombia, por ejemplo una mujer indígena hermosísima, Leonor Zalabata Torres de la comunidad Arhuaca, ella ha dado conferencias hasta en España sobre territorialidad y fue muy lindo porque a todas las aterrizó en donde estábamos.
LB: Para nosotros fue muy importante porque creó una huella en la ciudad; vinieron quince grupos de afuera que se presentaron en todos los teatros de la ciudad, en Esquina (Latina), en el TEC… La inauguración y la despedida fueron en el Teatro al Aire Libre Los Cristales y logramos vincular a la Secretaría de Bienestar Social de la alcaldía. Estaba el proyecto de vincular a las mujeres de los sectores populares entonces fuimos a las organizaciones de mujeres y como era alrededor de la paz, hicimos talleres sobre las grullas en origami y con ese proyecto logramos que la alcaldía financiara los buses para que ellas vinieran a todos los eventos y las volvieran a llevar a sus sitios porque donde viven salir en la noche es imposible.
PR: Muchas vinieron de Aguablanca y del centro, esto se logró a través de las organizaciones populares de mujeres y entonces fue muy democrático, creo que nunca se ha hecho un festival donde el pueblo venga a participar.
PR: Nos enfermamos por el esfuerzo pero valió la pena.
LB: Fue maravilloso, como un regalo para la ciudad y las mujeres. Porque la situación sigue mal, no ha cambiado desde esa época, siguen las amenazas para cualquiera que haga algo por la ciudad, por ejemplo a ese joven que defendía los derechos de los animales aquí en Cali lo golpearon.
PR: Y la tercera etapa es el trabajo con las desplazadas, que surge del trabajo de Lucy con los sectores populares porque Lucy empezó con ese trabajo antes de tener un proyecto.
K: ¿Cómo surge ese trabajo en Aguablanca?
LB: Yo vengo de sector popular y me interesa abrirles la mirada del mundo, de que la vida no es solamente la casa, no es solamente el hogar, el servicio doméstico de la familia y del marido, sino la posibilidad de ver el mundo con otros ojos. Patricia Ariza, que es como una hermana porque siempre me ha apoyado mucho en mi trabajo, tenía el proyecto Expedición por el éxodo (que se basa en el trabajo con desplazados y marginados para despojarlos de la condición de víctima y reivindicarlos en su dimensión humana y cultural). Entonces me preguntó si podía hacer ese evento aquí en Cali con La Máscara. Como siempre había estado vinculada a estos grupos de mujeres populares, hablé con la hermana Alba Stella Barreto de la Fundación Paz y Bien en Aguablanca. Ella hace un evento de paz donde van 200 o 300 mujeres, pocos hombres, en situación de desplazamiento, y la invité a ella y a otras mujeres de organizaciones de acá para que fueran a La Máscara y contaran qué hacían. Fue como un foro polifónico porque había música, teatro, todo alrededor de la problemática del éxodo. Allí conocí a este grupo de mujeres con hombres, como de 30 personas en el escenario, un caos, pero quedé deslumbrada. Los hombres tocaban los instrumentos y ellos hicieron como un sketch. Era una representación que hicieron para el Arzobispo cuando fue a Aguablanca, contándole cuál era su padecimiento pero desde los cantos, de una manera artística.
K: Además lo propuesto por Patricia Ariza da frutos porque surge de unos intereses y de un compromiso que ya estaban en La Máscara.
LB: Sí. Entonces Patricia me invitó a Bogotá al otro evento y me dijo traiga como tres personas porque es imposible traerlos a todos. Hablé con Alba Stella y le dije que quería trabajar con mujeres que quisieran hacer teatro. Yo fui allá me presenté y eché el cuento, y se quedaron como quince o veinte mujeres. Patricia me dijo escoja tres. Miré cuáles eran las cantautoras que habían compuesto sobre la problemática del desplazamiento y les dije que si de lo que habían presentado en la obra con tanta gente, podían hacer una canción distinta cada una. Entonces estuvo Paulina que ya es estrella de cine (está en Perro come perro, hizo de la bruja), Yolanda que sigue con nosotros y otra que no ha vuelto. Con ellas fuimos a Bogotá y participamos con las canciones. De regreso empezamos a montar una obra que se llama Nadie nos quita lo que llevamos por dentro, que cuenta cómo vivían en sus tierras, qué hacían (sus oficios), la salida y por qué salen, y qué empiezan a hacer acá. Esa es una obra para sala, fueron a presentarla a Bogotá al año siguiente y desde ahí no han parado.
K: ¿Qué otras obras han montado? ¿Qué otros proyectos tienes?
LB: Luego hicimos El solar que tiene que ver con el espacio adonde llegan que era una escuela de un cura (a él lo matan). Y allí con el hacinamiento más tenaz, ni baños, con no más una pileta para bañarse. Entonces ellas cuentan en esa obra toda la disputa por el hacinamiento, por entrar al baño, en fin, la lucha por vivir. A consecuencia hicimos un proyecto que se llamó Teatro Pacífico, se presentó al Ministerio, a la alcaldía y entonces hicimos otro grupo con mujeres mayores y ahí va creciendo ese proyecto. Este año ya no lo financiaron entonces ha sido más difícil. Desde ahí no hemos parado, ellas se han fortalecido mucho, se han presentado en varias partes, adonde van impactan mucho. También me dijeron que organizara un grupo acá (del centro) y hace cuatro años estoy trabajando con un grupo de jóvenes de esta zona, entonces seguimos adelante haya o no haya presupuesto porque me parece muy duro dejarlos tirados. Además está el trabajo con Pilar, de cómo aprovechar el trabajo sociocultural que tenemos con varias comunas. Hicimos un proyecto para remodelar el espacio. A través de la Unión Europea y una ONG italiana conseguimos cierto presupuesto. Se llama Teatro popular de género, que aunque las italianas le pusieron que era un proyecto de “cohesión social”, nos parece importante distanciarnos de esa terminología porque es la que usa Uribe (“la cohesión social y la seguridad democrática”).
PR: Podemos concluir que ha sido un éxito el teatro con las comunidades porque han sido trabajos muy creativos. En estos días (viendo que está en remodelación la casa) pasó un vecino gritando “¿y es que tienen mucha plata para irla enterrando allí?”. Ahora vamos a Italia para dar el informe y en diciembre cerramos el proyecto pero las señoras quedaron tan entusiasmadas con el trabajo nuestro…
LB: Porque ellas tenían temor porque no nos conocían y no sabían si íbamos a ser unas irresponsables pero se encontraron con un grupo muy fortalecido y responsable. Y a nivel artístico también porque a veces este tipo de proyectos tiene el componente comunitario pero no el trabajo artístico. Mucho les ha impactado y entonces lo volvieron a presentar pero ampliándolo a tres ciudades. Ya pasó la primera ronda y está en la segunda, así que todavía no se sabe si van a resultar los fondos. La idea es hacer teatro y también hacer las obras para la radio, desde una perspectiva de género. Esto es con un grupo de Pereira y uno de Medellín que también hacen trabajo social, aunque no necesariamente de género.
PR: El grupo de Pereira se llama Pa’ lo que sea y allá hacen un trabajo con gente desplazada muy bueno.
LB: Y hacen un festival en Pereira con las uñas. Yo fui este año, ya llevan dos. Y bueno, pues aquí seguimos, en la incertidumbre…
K: En la incertidumbre pero para adelante, casi una metáfora de lo que le toca a la mayoría de la gente en este país. Muchas gracias por la entrevista.