Hace ya unos años que el cine estadounidense viene siendo refrescado por una ola de cineastas que, poco a poco, ha transformado su panorama. Nombres como Spike Jonze y su guionista Charlie Kaufman, David O. Russell, Sofia Coppola, Paul Thomas Anderson, Jason Retiman, Alexander Payne, Todd Solondz y Wes Anderson, adquieren cada vez más protagonismo y resonancia. Sus películas llevan un sello muy particular y su estilo es fácilmente reconocido por el público que sigue de cerca sus carreras. Entre estos directores, Wes Anderson es el primero en posicionarse como un cineasta de culto, es decir, su obra tiene acogida entre un grupo fiel de seguidores que han hecho de sus películas objeto de devoción. Dentro de esa masa de fieles seguidores me encuentro también yo.
Anderson nació en Texas (lo cual no deja de sorprenderme) e hizo su primera película a los 27 años. Bottle Rocket (1996) no fue un éxito taquillero pero le garantizó una segunda oportunidad de dirigir y disparó la carrera de los hermanos Owen y Luke Wilson. La peli, una comedia sobre la vida de tres jóvenes tejanos que sueñan con convertirse en grandes criminales, está llena de pequeños momentos que la hacen grande. Luego de Bottle Rocket, vino Rushmore (1998), a mi modo de ver, una de las mejores películas que hacen referencia al momento en donde se deja atrás la niñez. El guión, que co-escribió con su amigo Owen Wilson, narra la historia de Max Fischer, un adolescente quien, a pesar de ser el editor del periódico del colegio, presidente de la asociación de francés, fundador del grupo de tiro, capitán del grupo de debate, presidente de la asociación de apicultura, vice-presidente del club de coleccionistas de monedas y estampillas, presidente del club de caligrafía, fundador de la sociedad de astronomía, miembro honorario del club de esgrima, conductor del coro, creador de la liga de “ponchao” y director del grupo de teatro, es, según el rector del colegio, el peor estudiante de Rushmore. Su pobre desempeño en las materias del currículo escolar pone en peligro su beca y Max se encuentra al borde de la expulsión. Desafortunadamente, para Max su colegio lo es todo. Después de la muerte de su madre ha encontrado refugio en las actividades escolares, pero, pese a sus intentos por salir adelante, no parece lograr su cometido. Lo más bello de Anderson son sus detalles de fina coquetería y en Rushmore abundan. La película es una exquisita sátira a la sociedad; sus torpes reglas, sus divisiones sociales, y su sistema tradicional de educación. Su humor y estilo me hacen pensar en el clásico filme de Jean Vigo, Cero en conducta (Zéro de conduite: Jeune diables au collège, 1933), sólo que a diferencia de los héroes de Vigo, Max hace todo lo posible por adaptarse y formar parte de un sistema que parece no tener interés en recibirlo.
Su tercera película, Los excéntricos Tenenbaums (The Royal Tenenbaums, 2001), cuenta la historia de Royal Tenenbaum (Gene Hackman), su esposa Ehteline (Anjelica Huston) y sus tres hijos: Chas (Ben Stiller), un genio de las finanzas que logra amasar una gran fortuna a escasos doce años, Margot (Gwyneth Paltrow), hija adoptiva y talentosa dramaturga, y Richie (Luke Wilson), campeón mundial de tenis y ganador del torneo nacional americano tres veces consecutivas. A pesar de la genialidad de los Tenenbaum toda memoria de sus éxitos ha sido borrada tras la decepción, el abandono y las mentiras de su padre. Al igual que Rushmore, los personajes de Los excéntricos Tenenbaums son unos genios con grandes problemas de adaptación. La película, sin embargo, no habla de la necesidad de pertenecer, sino que se enfoca en la tristeza y la nostalgia de una familia rota que lucha por mantenerse a flote y recuperar un pasado feliz que en realidad nunca existió. Acompañada de los sonidos de los Rolling Stones, Van Morrison, Ramones, y The Velvet Underground, Los excéntricos Tenenbaums está llena de momentos preciosos en los que Anderson logra condensar una enorme cantidad de información. Los personajes son definidos tanto por sus acciones como por los detalles que los rodean, la ropa que usan, sus habitaciones, la música que los acompaña cuando aparecen en escena y la manera como la cámara responde a sus movimientos.
En Los excéntricos Tenenbaums Anderson se remonta a un mundo de discos rayados y juguetes olvidados: el mundo de la casa materna. Aunque la casa, lugar donde se centra la mayor parte de la acción, siempre está colmada de gente (incluyendo la presencia del padre que ha vuelto buscando retomar su posición dentro de la familia), los personajes están sumergidos en una soledad abrumadora. A pesar del humor, el sentimiento que prevalece en la película es el de la melancolía, al decir del memorable personaje Pantaleón Pantoja de Vargas Llosa: “un sentimiento de globo reventado, de película que acaba, de tristeza que de pronto mete gol”.
Vida acuática (The Life Aquatic with Steve Zissou, 2004), su cuarto filme, cuenta la vida de Steve Zissou, un reconocido explorador y científico marino que sufre una crisis nerviosa a causa de la muerte trágica de su mentor y compañero Esteban du Plantier. Plantier muere en boca de un tiburón de especie desconocida y Zissou, en contra de la comunidad científica que duda de la existencia del animal, emprende una misión cuyo propósito es encontrar, registrar en cámara y asesinar al verdugo de su compañero. Su viaje sufre calamidades tan divertidas como absurdas. El equipo a bordo del Belafonte está conformado por su esposa Eleanor (Anjelica Huston), Ned Plimpton (Owen Wilson) un copiloto que puede o no ser hijo de Zissou, Jane (Cate Blanchett) una periodista embarazada, y los miembros de la tripulación, entre ellos Klauss Daimler, un buzo esquizofrénico encarnado por Willem Dafoe. Como ya es costumbre, Vida acuática está acompañada por los arreglos musicales del súper talentoso Mark Mothersbaugh (quien lo ha acompañado durante toda su carrera) y los sonidos de Rock clásico, en este caso, las canciones de David Bowie.
El personaje de Zissou es una parodia al explorador Jacques Cousteau. Viniendo de Anderson la apuesta parece extraña ya que en los filmes en los que ha hecho alusión al legado de Cousteau, Anderson ha revelado su gran admiración y su nostalgia por el romántico mundo de infancia que su sólo recuerdo evoca. Para quienes coincidimos en admirar/romantizar las expediciones de Cousteau, encontrarse con una película que se burla de su imagen resulta problemático. Es obvio que el Belafonte es el Calypso, y que el petulante Zissou, es el mismo Cousteau.
La posición de Anderson me obligó a revisar las obras completas de Cousteau donde encontré que ciertamente el héroe de infancia no es más que un francés con ínfulas de conquistador. Corroboré la genialidad de Anderson y entendí que su Zissou responde a esa mezcla entre la admiración inocente de la mirada de un niño que sueña con expediciones a tierras lejanas y el desencanto del adulto que entiende lo patético del ego que las motiva.
Su última película, Viaje a Darjeeling (The Darjeeling Limited, 2007), no podría ser acusada de ser una buena película, pero es tan elegante que resulta difícil no sucumbir ante su derroche visual. Desde el papel de colgadura de los vagones del tren hasta los desiertos por los que atraviesan los personajes, la película esta llena de texturas que parecen salirse de la pantalla. Es rica en colores que parecen transformarse en olores y sabores. Pero justamente es aquí donde falla; es tan TAN que resulta empalagosa. Sin embargo, con Anderson me pasa algo que me pasaba con Woody Allen a mediados de los años noventa: estoy dispuesta a perdonarle mucho y no pierdo la esperanza de que su cine vuelva a ver días mejores.
El tema con la obra de Wes Anderson es que no tiene punto medio: o se la aprecia o se la detesta. Muchos han expresado desconcierto ante su sensibilidad como cineasta. Lo cierto es que lo que hace a Anderson especial es precisamente aquello que lo hace difícil; en su obra prevalece la sensación de que proviene de un lugar muy privado, de alguien que ha crecido en una sociedad amable pero reprimida, y de alguien que desde niño ha aprendido a enmascarar sus verdaderas emociones. Lo más conmovedor de Anderson es que ama y entiende a sus personajes; los ama sin tenerles lástima por la soledad en la que viven. Sus personajes me recuerdan a las ilustraciones de El Principito donde cada persona habita un universo distinto, particular, muy propio pero a la vez muy solo. Hay un momento precioso en Rushmore donde Max le pregunta a su nueva amiga, la profesora Cross, sobre los motivos que la llevaron a trabajar en Rushmore. Mrs. Cross le responde que su esposo estudió en Rushmore, lo cual toma a Max por sorpresa y necesita de unos segundos para reponerse. “No sabía que estuviera casada”, le dice. Ella toma una bocanada de aire y le responde, sin voltearse a mirarlo, que su esposo falleció y que técnicamente ella ya no lo está. Segundos de silencio. Max sube la mirada y buscando sus ojos le confiesa que su madre también esta muerta. Ella levanta la cara, lo mira y le dice cuanto lo siente. Max le responde que ella murió cuando el tenía siete años y que ya se acostumbro a su ausencia. Todo esto lo captura la cámara con sus personajes parados detrás de una pecera ubicada dentro de un salón de clases de primaria, atiborrado de dibujos infantiles, abecedarios y colgandejos. Yo me derrito. Amo la manera como Anderson despoja de emoción un momento en el que uno intuye miles de momentos de todas sus películas. Sin embargo, son momentos como estos los que hacen de su obra algo tan íntimo y especial. Es justamente la intimidad que Anderson logra establecer con sus personajes lo que me atrae de su obra y lo que me hace sentirlo cerca. He identificado que algo similar a lo que me ocurre con Wes Anderson me pasa cuando escucho a los Beastie Boys, me emociono y no puedo dejar de pensar en lo rico que sería ser su amiga, hablar de cine, invitarlo a un café…. porque participar de sus mundos, de sus personajes y de la música que los rodea es una experiencia absolutamente deliciosa. Se la recomiendo.
Margarita Cuéllar Barona
Margarita es profesora de cine y narración audiovisual en la Universidad Icesi. Trabajó en distribución de cine y en la producción y programación de festivales de cine al aire libre. Recientemente mas conocida como la mamá de Rosa, Margarita es coleccionista de salsa, navegadora incansable de la web y es amante de Johnny, Luchino Visconti, Zinedine Zidane, Chet Baker, Marc Jacobs, Tony Soprano,Nick Hornby, Souther Salazar, Chrissie Hynde, Angel Canales, Rineke Dijkstra, Lee Scratch Perry, Aimee Mann, y Wes Anderson.