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El Hostal (Narrativa sobre el ENEAA 2018)

Nos adentramos por la pequeña entrada de la estancia la cual nos recibe con unas escaleras internas que nos llevan directo al recibidor del Hostal: un pequeño escritorio de madera con una silla Rimax, constituyen el centro de las transacciones que se realizan en aquel lugar. En aquel escritorio descansa, todos los días, uno de esos periódicos que suelen dar noticias violentas de manera bastante gráfica. Casualmente, siempre se encuentra doblado a un lado de la mesa por la parte que permite ver las fotos de los cuerpos ultimados, bien sea por un asesinato o por un accidente de tránsito. Esta vez, más que las imágenes, lo que me impacta es darme cuenta cómo una ciudad que cuenta con una suma aproximada de tan solo 500.000 habitantes es capaz de sacar dos o tres noticias de este tipo de manera diaria. No puedo evitar preguntarme si en verdad existe alguna urbe en Colombia donde las muertes violentas no constituyan el pan de cada día para sicarios, hospitales, periodistas y funerarias. Me estremezco al reflexionar, por primera vez, que este tipo de muertes mueven la economía de una muy buena parte de las familias de este país… incluyendo la mía.

Volviendo al recibidor, podemos observar que a los lados del viejo escritorio se encuentran unos pequeños anaqueles donde se venden algunas cosas básicas de aseo, como jabones, shampoo, crema dental, cepillo de dientes, bloqueadores y bronceadores. Hay también dos neveras tipo tienda, donde se vende variadas bebidas, desde juguitos Hit hasta cerveza; también se guarda, en uno de los dos enfriadores, una pequeña botella de “Curao”, una bebida alcohólica del Pacifico colombiano. Sospecho que esta no hace parte de las cosas que vende el Hostal, es más, sospecho que no estaba allí antes de nuestra llegada, así como tampoco estará allí cuando nos marchemos.

Compartiendo el pequeño espacio con el recibidor se encuentra también una pequeña sala, se podría decir que es el lobby del lugar. Una reducida mesa de centro atiborrada de revistas de farándula y tres sillas de metal, sencillas, bonitas y lo suficientemente cómodas para sentarse a esperar la asignación del cuarto. A mí, junto a otros cuatro compañeros, nos corresponderá la habitación número siete. Somos los primeros en recibir las llaves. Una de las encargadas del lugar nos acompaña por un estrecho pasillo y nos deja frente a la puerta, la cual está asegurada con un pequeño candado. La oscuridad penetrante del diminuto recinto lo primero que me hace notar es que no tiene ventanas. Se prende una lánguida luz y nos reciben dos camarotes de madera sencillos y un pequeño televisor que nunca llegó a conectarse. El aire acondicionado de la habitación es muy antiguo y funciona casi que haciéndole honor a su edad. A un lado se encuentra un pequeño clóset que servirá especialmente de repisa donde colocaremos nuestros implementos de aseo, nuestras billeteras y el parlante de sonido que nuestro compañero de habitación trajo y que será de gran utilidad en las próximas noches. Pero lo que más resalta en aquel diminuto recinto lugar es la puerta del baño, constituida por nada más que una cortina. Este detalle es algo inquietante; más, sabiendo que uno de mis compañeros es hombre y a las otras tres muchachas ni siquiera las conozco. La luz del baño expone a través del delgado trozo de tela, las sombras de los ritos íntimos que los seres humanos solemos realizar en lo más privado de nuestros hogares. Me siento completamente expuesta. Para mi alivio, y con interesante rapidez, lograré estrechar lazos de confianza y camaradería con todos los integrantes de la habitación. La convivencia durante los próximos seis días se ve prometedora.

Una vez cada uno se instala en su respectiva litera, procedemos a alistarnos, yo soy la última en tomar el baño. Quiero cerciorarme de que nada pueda verse y que la clara cortina pueda brindarme algo de la intimidad tan bruscamente arrebatada en aquellos momentos. Escojo el vestido más fresco que he llevado, no estoy acostumbrada a tenerme que vestir dentro de un baño, así que este es otro pequeño reto que debo asumir. Cuando ya estoy casi lista para salir, una de las tiras de mi vestido se rompe, lo que me obliga a cambiarme nuevamente. Este hecho en particular me irrita y marca el inicio de una pesadez de ánimo que me acompañará durante todo el transcurso de aquel día…

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