Author: Andres Lopez Astudillo
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 PARTICULARIDADES DE LA INDUSTRIA AZUCARERA
La industria azucarera del Valle del Cauca ya tiene más de cien años. Nació con el ingenio Manuelita a principios del siglo XX. A mediados del siglo cogió un segundo auge y nacieron casi todos los ingenios que subsisten hoy. Y en todo ese tiempo ha sido una industria dinámica, a tono con la modernización, la productividad y la organización empresarial. Se ha especializado en toda su cadena de producción, que ha experimentado notables desarrollos tecnológicos y es hoy considerada de clase mundial. Produce en promedio 12.8 toneladas de azúcar por hectárea, un nivel muy alto en los estándares internacionales de productividad, que coloca a Colombia entre los diez principales paÃses exportadores de azúcar.
El rendimiento de cada hectárea es de los más altos: 125.6 toneladas de caña por hectárea. Igualmente ostenta la mayor productividad en el agregado campo-fábrica. En el año 2004 produjo en promedio 12.8 toneladas de azúcar por hectárea cosechada, el más alto en los años que lleva la agroindustria azucarera en el Valle del Cauca. Gracias a estos rendimientos los ingenios no han necesitado aumentar el área de siembra. Es más, ésta se redujo de 206 mil hectáreas en 2002 a 198 mil en el 2003, y la cosecha se mantuvo constante.
Es una agroindustria financieramente muy sólida, aunque resentida por la redevaluación del dólar en los últimos años, ya que exporta las dos quintas partes del azúcar que produce. Y cuenta con un solvente apoyo cientÃfico e institucional. Tiene a Cenicaña y Tecnicaña, centros de investigación y capacitación en todo lo relacionado con el cultivo y el proceso de la caña. También con Asocaña, entidad gremial que defiende los intereses polÃticos y económicos de los azucareros y forma sus cuadros directivos.
Si bien el azúcar es el principal producto, no es el único. Esta agroindustria pone en el mercado otros 16 productos derivados de la caña, como abonos, alcoholes, mieles, ácido sulfúrico, ácido acético, sacarosas, energÃa producto del bagazo y el etanol, conocido como alcohol carburante, que a futuro va camino de convertirse en el principal producto de esta agroindustria, desplazando incluso al azúcar. Actualmente cinco ingenios se benefician de los subsidios (60 millones de dólares) que el Gobierno Nacional concede a los ingenios para la producción de etanol. Y es esa una de las causas del choque de intereses entre los ingenios y los proveedores de la caña (colonos). Estos alegan que los beneficios del subsidio que otorga el Gobierno deben alimentar toda la cadena productiva y no sólo las arcas de los ingenios. Procaña, gremio que agrupa a los proveedores, recientemente emitió un comunicado público en el que se queja por este asunto y solicita aumento del 20% en el precio de la caña que venden a los ingenios, que además lleva tres años congelado.
Según proyecciones de Asocaña, la producción de etanol no implica la siembra de más tierras en caña sino la sustitución del azúcar que hoy se destina al mercado internacional. En el año 2006, con la misma caña sembrada, se producirán unos 300 millones de litros de alcohol, y disminuirá la producción de azúcar en 450 mil toneladas, que representan el 13% de la producción total.
Un tema que está mereciendo especial consideración y serios cuestionamientos dentro de la agroindustria azucarera, tiene que ver con el método de cosecha que tradicionalmente se emplea, que consiste en quemar los cañaduzales para limpiarlos de la hojarasca, lo que no afecta para nada el rendimiento de la caña y hace mucho más fácil y rápido su corte. Por eso es una práctica ventajosa para la empresa y también para los corteros, pues a éstos les toma tres veces más tiempo cortar un tajo de caña verde que uno de caña quemada. Pero esta diferencia no se refleja en el precio del corte, porque la tonelada de caña verde sólo mil pesos de sobrecosto, cuando éste deberÃa ser en igual proporción: de tres a uno.
Hay, sÃ, algunas restricciones para las quemas. Deben hacerse en horas en que el viento sea favorable y no a menos de cinco kilómetros de las áreas urbanas. Sin embargo, en los últimos años varias ONG y entidades ambientalistas de la región vienen clamando para que se elimine esta práctica, por los inconvenientes ecológicos que implica y los problemas de salud que pueda causar, incluso para los mismos corteros, asà estos sean los menos interesados en que tal práctica desaparezca. El debate sobre este asunto sigue vivo, no obstante la prorroga que en diciembre pasado el Gobierno Nacional concedió al gremio azucarero, que les permite continuar con la práctica de quemar los cañaduzales por cinco años más.
Y otro asunto que los corteros vienen cuestionando agriamente, y fue punto central en las negociaciones que enmarcaron el paro del año 2005, es el del peso de la caña. Su trabajo es a destajo, por lo que alcancen a cortar en una jornada, sin el beneficio del tiempo extra. Asà que los corteros más hábiles y fuertes cortan más tajos y por tanto su salario es mayor. En épocas pasadas la caña cortada se les pesaba de manera individual, y cada cortero tenÃa control personal del pesaje, que calculaba por el número de “uñadas” de caña que recogÃa la máquina. Y pocas veces se equivocaba en el cálculo.
Pero este sistema dejo de operar y se cambió por el de “alza global”, que consiste en que unas máquinas más grandes recogen toda la caña cortada en un lote, y el total lo dividen por el número de corteros que trabajaron allÃ, y eso es lo que corresponde a cada uno. O sea que el control del pesaje lo tiene la empresa, no el cortero, que se tiene que contentar con el reporte que le entregue la báscula. Eso realmente no hubiera sido inconveniente si el peso reportado por la báscula fuese igual al que estaban acostumbrados. Pero no fue asÃ. Con el nuevo sistema inexplicablemente el pesaje rebajó y con ello los ingresos de los corteros. Hace diez años un cortero despacioso se hacÃa seis toneladas diarias y uno rápido unas diez o doce. Hoy el rápido corta a lo sumo siete toneladas y el lento tres; y estas tres en términos de dinero representan menos de 200 mil pesos mensuales, ni siquiera el salario mÃnimo.
Mauro Angulo Prada, presidente del Consejo de Administración de la CTA Real Sociedad, del ingenio Providencia, señala al respecto:
“Yo soy cortero desde 1979, comencé a cortar en Central Castilla donde el surco cortado en el dÃa nos pesaba siete, hasta nueve toneladas. Me llegué a cortar 128 toneladas en la semana, que en esa época me daban más de 600 mil pesos semanales. Hoy un cortero bueno se hace, si mucho, cuatro tajos diarios, y muchos no llegan ni a los dos, lo que no les da ni el salario mÃnimo. Y la explicación que nos da la empresa no me parece justificable. Nos dicen que ahora la caña se corta a menor edad, y que por las mejoras que han hecho en los cultivos la caña ya viene con menos jugo pero más contenido de sacarosa, y que por eso pesa menos. O tal vez el problema se deba al software que usan en el pesaje, o a la manipulación. Se dice que hay ingenios donde hay pesaje fraudulento y donde hay tres tajos reportan dos. Pero eso no hay forma de demostrarlo”.
Vida de corteros
En un alto porcentaje los corteros son afro-descendientes, provenientes de la Costa PacÃfica, zona tradicionalmente pobre, atrasada y marginada de los planes estatales de desarrollo. También hay un pequeño porcentaje de población indÃgena, proveniente de los resguardos del departamento del Cauca. Son trabajadores con bajo nivel académico, que en su mayorÃa no ha tenido otro oficio distinto a cortar caña.
Además es una población muy adulta, mayor de 35 años, que no se renueva ni aumenta en número porque paulatinamente los ingenios los han ido desplazando con la introducción de maquinaria en el corte de la caña. Pero también porque sus hijos, y en general los jóvenes del Valle del Cauca, no quieren ser corteros. Es un oficio demasiado ingrato, extenuante y cada vez peor remunerado.
Reinel Ramos, cortero de ascendencia indÃgena, asociado de la cooperativa Los Cristales del ingenio Providencia, cuenta cómo es un dÃa en su vida:Â
“Me despierto a las cuatro de la mañana. Mi mujer es la que me despierta porque se levanta antes. Faltando un cuarto para las cinco salgo caminando a coger el bus, llueve o relampaguee. El bus me recoge a las cinco y cinco, y a las seis y media ya estamos en el corte que nos han asignado ese dÃa. A veces el corte está a mucha distancia y el bus se demora más. O a veces hay fallas de comunicación y nos toca devolvernos porque nos equivocamos de corte, y cosas asÃ. En el momento que quiera se come el almuerzo que lleva en una coca. Hay compañeros que llevan el arroz pelado, con una o dos tajadas, porque la plata no rinde, se acaba a mitad de quincena. Y últimamente nos están rebajando los tajos de caña, tanto que hay veces en que al medio dÃa ya hemos terminado, y apenas con un tajo cortado, cuando lo menos que se hacÃa uno antes era dos tajos. Aunque a veces hay más tajos, o caña verde por cortar y nos toca trabajar hasta tarde. Y la mujer esperanzada en que a uno le fue bien porque lo vio madrugar y llegar tarde. Mentira. Hay semanas de cien mil pesos, y hasta de menos, cuando antes una semana no la bajábamos de ciento cincuenta mil”.
La familia del cortero es numerosa, de cinco hijos en promedio. En la mayorÃa de los casos viven en casas arrendadas y en precarias condiciones. Reinel Ramos dice que el 90% de los corteros de su cooperativa paga arriendo o vive con familiares en condiciones de hacinamiento. Es normal que en una o dos piezas se acomoden familias enteras, situación que contrasta con la de los trabajadores vinculados directamente a los ingenios, que en un 80% tienen casa propia y escuelas para sus hijos subsidiadas por las empresas, aparte de otras condiciones laborales conseguidas por convención colectiva.
Por eso son tan chocantes los alardes y desplantes que suelen hacer los corteros que acceden a un cargo de dirección en una cooperativa o empresa de contratistas, bien porque se ganan la confianza de éstos o el favor de algún directivo del ingenio. Es común ver casos de ex-corteros a los que el nuevo cargo se les “sube a la cabeza”, y empiezan a maltratar y a abusar de los otros corteros, sus antiguos compañeros. Para estos es un motivo de legÃtima rabia el ver a alguien que fue su compañero, a quien vieron en el corte sudar la gota frÃa a 38 grados centÃgrados de calor, y a quien vieron viajar hacinado en los buses de la empresa, se convierte de la noche a la mañana en un jefe regañón y para nada solidario. Al respecto dice Nelson Amaya, directivo de la CUT Valle: Â
“Los corteros veÃan llegar a su antiguo compañero bien montados en un carro, del que ni siquiera se tomaba la molestia de bajarse para conversar con ellos. Les pedÃa que si querÃan hablar con él fueran hasta la ventanilla de su carro, dizque porque hacÃa mucho calor afuera. Esa prepotencia enverraca a cualquier trabajador, que seguramente para sus adentros se dice: nosotros cortando caña para hacerle el sueldo al hombre, y él menospreciándonos y tratándonos mal. Eso sin duda contribuyó a aumentar el descontento que desembocó en el paro que los corteros hicieron contra las cooperativas de contratistas a mediados de 2005″.
La degradación económica y la escasa preparación de los corteros se traducen por fuerza en atraso organizativo y polÃtico. Hay muchos corteros, sobre todo los más veteranos, que todavÃa se mueven bajo la influencia de un paternalismo trasnochado, que los ingenios hábilmente alimentan. Viven sinceramente agradecidos con sus patronos por el simple hecho de que les dan trabajo y algunas gabelas ocasionales. No constituyen terreno abonado para la actividad sindical, entre otras cosas porque en los últimos años el movimiento sindical ha sufrido una erosión alarmante en toda la cadena de la agroindustria azucarera vallecaucana. Y es una erosión que parece irreversible, considerando que desde hace algunos años no hay nuevas afiliaciones a los sindicatos nuevas las nuevas afiliaciones y que por lo menos la mitad está cerca de pensionarse. Hoy en condición de sindicalizados está apenas el 22.2% de los trabajadores de los ingenios.
Las máquinas, otra gran amenaza
Finalmente, en este recorrido panorámico por la agroindustria azucarera, nos encontramos con el tema de la mecanización del corte de caña, que pende como una espada de Damocles sobre los 16 mil corteros que todavÃa quedan. Es hoy por hoy la mayor amenaza de su estabilidad laboral, pues cada máquina cortadora realiza en el mismo tiempo el trabajo de 80 corteros. Y su número en los ingenios viene aumentando, varias de ellas suministradas por contratistas. Son máquinas grandes, de 2.20 metros de de alto, provistas de un brazo mecánico que primero dobla la caña y la despoja de la hojarasca, luego con una cuchilla la corta al ras y por último la pica en trozos de 25 centÃmetros. Son máquinas que solo trabajan en terrenos secos, por lo que en invierno no son funcionales; y en suelos planos, como lo son casi todos en el extenso valle geográfico del rÃo Cauca.
Claro que no es la primera vez que la mecanización desplaza trabajadores en la agroindustria azucarera. En los años 80, cuando se introdujeron máquinas para alzar la caña en el campo, salieron los diez mil trabajadores que realizaban esa actividad manualmente. Pero con la diferencia de que esos trabajadores pudieron ser reubicados en otros frentes de trabajo, lo que no es posible hoy con los corteros que vayan siendo reemplazados por las máquinas. Y eso, desde luego, es algo que preocupa mucho en la región, donde incluso fue el tema principal de una reunión que hicieron siete alcaldes de municipios afectados.
ITINERARIO DE LA “DESLABORALIZACIÓN”
Los corteros de campo han sido, como ya se dijo, los más perjudicados con el proceso de “deslaboralización” en los ingenios, en beneficio de la contratación indirecta, las empresas asociativas de trabajo y las cooperativas de trabajo asociado. Ya quedan muy pocos corteros vinculados a los ingenios con contrato laboral, y se dan casos como en Incauca y Manuelita donde no hay uno solo en tal condición, todos están vinculados a través de terceros. Â
El proceso de “deslaboralización” también se ha extendido a otras áreas de la cadena de producción, como transporte, mantenimiento, vigilancia, entre otros. Y en conjunto le representa a la industria azucarera una importante rebaja de costos laborales. El dirigente Adolfo Tigreros llama la atención sobre este aspecto, y nos informa que en épocas pasadas, cuando el Ingenio del Cauca molÃa la mitad de la caña que muele hoy, llegó a tener 4.500 trabajadores directos. Hoy apenas 700 trabajadores están en esas condiciones.Â
El sistema de contratación por terceros empezó a darse en los ingenios desde principios de los años 90 con la Ley 50, que da vÃa libre al desmonte de los costos directos de la mano de obra, y a decisiones que afectan el nivel de vida de los trabajadores. La ley respeta la antigüedad del trabajador, pero éste puede renunciar a ella y acogerse a la Ley 50. Fue asà como muchos corteros renunciaron a las empresas a cambio de una suma de dinero pactada, y la promesa de continuar vinculados a la empresa a través de intermediarios de fuerza laboral, conocidos bajo el genérico de contratistas.
La bonanza de los contratistas
Bajo el amparo y la confianza de los empresarios de la industria azucarera, los contratistas empezaron a crecer y a ampliar su radio de acción. Su afinidad con los ejecutivos de los ingenios, incluso de parentesco y amistad, les resultaba bastante rentable en términos de negocios. Tanto que hubo contratistas que prosperaron e incursionaron en otros servicios de la industria azucarera, como el suministro de maquinaria y equipos de transporte. Es el caso de Pedro Ismael Sarmiento, un contratista muy conocido en la región, que en sus mejores tiempos llegó a tener más de dos mil trabajadores a su cargo, y quien aún hoy, cuando se supone que las cooperativas dejaron de estar bajo su égida y ya son manejadas directamente por los propios trabajadores, sigue teniendo ingerencia en la administración de varias de ellas, de lo cual obtiene un porcentaje como beneficio.  Â
Si bien la relación entre contratistas y corteros se rige por el código sustantivo del trabajo, en esa relación no han faltado las interpretaciones amañadas, los malos tratos y las violaciones de los derechos de los corteros. Por ejemplo, la seguridad social se las pagan sobe la base del salario mÃnimo, pero el descuento se los hacen por el salario real, y un cortero de los buenos es capaz de sacarse hasta dos o más salarios mÃnimos. O era capaz, porque el volumen de los tajos de corte ha rebajado tanto en los ingenios, que ya es difÃcil que un cortero, por bueno que sea, se saque esa plata.
“Hay niveles de corrupción -afirma Adolfo Tigreros, activista sindical del MOIR, con experiencia de trabajo obrero en el sector azucarero desde 1976-. No se dice a voz abierta, pero se sabe de contratistas que se amangualan con los mandos medios de los ingenios para que estos les muevan los contratos y les favorezcan con los cupos para el corte de caña”.Â
Y está el tema de los almacenes de grano y abarrote que los contratistas montaron para venderles al fiado a los corteros, práctica que fue muy usual en el pasado y que nunca representó un beneficio para los trabajadores y sà un pingüe negocio para los contratistas. Como lo usual es que al cortero la plata de la quincena se le acabe antes del pago siguiente, la fuerza de la necesidad lo obligaba a recurrir a estos almacenes.
Un cortero, por ejemplo, compraba una arroba de arroz por 22 mil pesos (en el mercado podÃa costar 20 mil) y luego se la ofrecÃa a un reducidor por 16 mil pesos, para con ese dinero poder proveerse de carne, legumbres y otros insumos de la canasta familiar.