Por: Juan Diego Quintero
El viaje inició unos meses atrás cuando la expectativa que teníamos varios estudiantes de Ciencia política, la Maestría en Gobierno, mis compañeros de la Maestría en Gerencia para la Innovación Social y yo; crecía. Estábamos emocionados por descubrir algo del pasado y del presente de una parte del mundo que encontrábamos fascinante.
Todo empezó en Paris. Ir a la ciudad de la luz siempre será un placer. Esta vez fuimos en plan de descubrir sobre la innovación social en esta ciudad, los laboratorios de innovación y las incubadoras de empresas. Este recorrido me permitió descubrir que, más allá de los recursos y la cultura, atreverse es parte fundamental de iniciar un proyecto, de no dejarlo en el papel.
Luego el camino nos llevaría por Berlín, ciudad que me dejó grandes impresiones talladas en el alma. Estar frente a un muro que pareciera no tener nada de excepcional, pero que en realidad esconde tras de sí toda una historia de libertad, sueños y dolor; un muro que encarna la lucha económica y sociopolítica del mundo, aquel muro que se derribó con la ilusión de familias y pueblos enteros que anhelaban un mundo distinto. El orden y la disciplina de esta nación, contrastaba con nuestro calor latino, nuestro ánimo fiestero, en ocasiones saludable, en ocasiones excesivo. Ninguna cultura superior a otra, simplemente, cosas por aprender.
En esa misma ciudad tuve la oportunidad de conocer el museo Topografía del Terror y visitar un campo de concentración Nazi, son experiencias que tocan lo más profundo del alma y te llevan a reflexionar sobre la capacidad que tenemos para transformar el mundo, las vidas, en lo que queramos, para bien o para mal.
Luego salimos rumbo a Gdansk, una ciudad junto al mar Báltico. Ahí conocimos el museo solidaridad, su importancia en la caída del comunismo y la lucha por los derechos de los trabajadores. Por supuesto que Sopot, un pequeño pueblo costero, bañó nuestros pies en sus aguas frías, siempre hubo espacio para compartir buenos momentos de distención.
Luego tomamos camino hacia Kaliningrado, un pequeño enclave ruso entre Lituania y Polonia. Tuve la oportunidad de conocer las experiencias de los estudiantes de las universidades de allá. Fue también donde unos de mis muros mentales comenzó a caerse, el de los prejuicios hacia otros pueblos, aquel que me llevaba a pensar que esa enorme nación la habitaban personas tan frías como la Siberia misma. Pues no, la calidez y entusiasmo con el que nos recibieron se extendieron por las otras dos ciudades rusas que visitamos: San Petersburgo y Moscú. La primera me pareció una ciudad vibrante, moderna, universitaria, hermosa, con un pasado fascinante y un presente prometedor. Ahí también estuvimos con estudiantes de relaciones internacionales, con quienes hablamos de nuestras impresiones, diferencias y similitudes, así como de la vida nocturna de la ciudad de las noches blancas.
Moscú una ciudad bella también, aunque más ruda, grande, visitamos el único medio televisivo no oficialista, descubrimos un país que aún sigue ligado fuertemente a su historia, sus instituciones se han reedificado sobre algunos pilares de lo que fue la URSS, la libertad es un logro aun algo agridulce. Aquí debo hacer un reconocimiento al profesor Vladimir Rouvinsky, quien compartió solícitamente sus conocimientos, fue paciente y nos permitió descubrir perspectivas de las ciudades que visitábamos, que de otra forma no hubiesen sido posibles.
Gracias a la Universidad por esta oportunidad.