Las opiniones aquí expresadas no necesariamente reflejan la postura institucional de la Universidad Icesi o del programa de Ciencia Política.
Por: Juan Camilo González
Mi voz, la que está gritando.
Mi sueño, el que sigue entero.
Y sepan que solo muero
Si ustedes van aflojando
Porque el que murió peleando
Vive en cada compañero
Venceremos
A medida que pasa el tiempo este país se me parece más a los cuentos del querido Gabo, caracterizado por un realismo mágico que, por ser tan mágico, ya parece una tétrica broma. Un territorio en el que mueren de hambre infantes en la Guajira, niños y niñas que no lograron ver el río Ranchería recorrer por sus territorios porque el Cerrejón se lo robó. Un país que permitió el asesinato de más de tres mil miembros de la Unión Patriótica, personas que se la jugaron por la paz y por construir un proyecto guiado -como diría Galeano- por los nadies. Un país en el que asesinan o desaparecen a estudiantes, sindicalistas, campesinos, indígenas, afros, líderes y lideresas sociales porque se negaron a callarse frente a las injusticias que caracteriza a Colombia y que, por esas luchas que lideraron, quedaron en simples cifras.
Quizá se pregunten entonces qué tiene que ver la anterior descripción de este país huérfano con el título del presente texto. Sencillo, hemos guardado silencio ante sucesos fatídicos, hechos que debieron prender la chispa interior, como lo fue el 9 de abril con la insurrección popular de la población gaitanista a lo largo y ancho del país; o como lo fue 26 de febrero de 1971 acá en Cali, cuando el estudiantado de la Universidad del Valle desencadenó una fuerte lucha estudiantil por el asesinato del compañero Edgar Mejía conocido como Jalisco.
Sin embargo, el silencio más desalentador ha sido por parte la academia. Un sector que se entregó -en su mayoría- a la terrible filosofía del “pienso y luego resisto”, y se quedó así hasta el fatídico día en que dejó de pensar y se dio cuenta que se le había olvidado resistir. Ese afán por querer entender todos los sucesos históricos, todas las coyunturas o papeles de las instituciones nacionales e internacionales nos han retenido en las grises oficinas. Mientras tanto, allá afuera, las personas resisten arduamente porque los papers o los libros que la academia publica no les traerán un cambio de vida.
Estamos ante una academia que se autoproclama como neutral, pero esa neutralidad no sabemos si en realidad es proclamada por las personas que la componen o en realidad fue impuesta por las instituciones que representan. De ser el segundo caso, nos encontramos ante una academia que habla sobre libertad de cátedra, pero que parece que dicha libertad solo llega hasta la puerta de sus aulas, afuera de éstas, están sumisos/as a la institucionalidad. Parece que ahora más que nunca están vigentes los principios postulados por Fals Borda sobre la Investigación-Acción Participativa en el texto “Saber colectivo y poder popular”, necesitamos una academia que entienda que no existe saber humano sin alguna exigencia política. Entonces, el compromiso con la transformación debe hacer que la academia “tome partido” por los grupos oprimidos, vilipendiados y empobrecidos reconociendo sus ansias, esperanzas y necesidades de liberación. Esto exige explicitar sus objetivos y horizontes, en últimas su intencionalidad, tirando por tierra la investigación ideológica de la imparcialidad que esconde una hipocresía: la apoliticidad del saber.
El estudiantado replica prácticas de la academia generando que esos anhelos de cambio que se tenían en décadas pasadas se escuchan menos. Mientras tanto, los viejos cuadros intelectuales caen cada vez más en el olvido a una velocidad apabullante. Las y los estudiantes tienen menos interés en la formación política y en la organización, aspectos fundamentales para lograr el cambio real en el país. Todo esto porque han considerado la neutralidad como una opción válida para escudarse y no tomar partido. Las decisiones se asumen y se lucha por ellas. Parece que se les olvidara que el compromiso del o la estudiante les debe llevar hasta sus últimas consecuencias, como decía el cura Camilo Torres Restrepo.
Cierro con una petición a la academia (docentes y estudiantes), salgan de la cómoda neutralidad y asuman el compromiso histórico que se viene. Es menester que se pase de la teoría a la práctica y, de esta manera, construir la convicción revolucionaria. Ese deberá ser nuestro objetivo. Nuestro único temor, por su parte, será el morir sin haber contribuido en nada a cambiar esto. Por eso debemos avanzar, crear cosas, organizarnos; para que, solo así, pasemos del “pienso y luego resisto” al resisto luego existo.
En memoria de lxs compas caídos por luchar por un mundo mejor.