Por: Christian Fernando Salcedo
En ocasiones, creo, nos damos a ver situaciones, realidades, personas y falsedades como lejanas. Quizá como imposibles. Es así como, lo europeo para muchos, incluyéndome, tiene una concepción mágica, un supuesto de distancia inalcanzable. No solamente, por la naturaleza geográfica que nos divide mediante el Gran Atlántico, sino, por unos prejuicios (o certezas) naturalizados, causantes de imaginarios englobados en “ellos son muy diferentes a nosotros” o “Europa es supremamente organizada, casi que perfecta”. Gracias al Stady Tour 2018 realizado entre el mes de junio y julio, puedo ser crítico de esas creencias, conservarlas o dejarlas en pasado, proyectarme otras.
Es así como, en breves líneas, describiré mi experiencia en este viaje académico, utilizando para ello algunos lugares y visitas realizados en buena compañía de profesores y compañeros durante el viaje. El primer país visitado fue Bélgica, específicamente su capital Bruselas. Una ciudad, de especial aprecio para los politólogos, pues en ella se da el movimiento e interacciones interestatales de los miembros de la Unión Europea. Aspecto que pudimos corroborar al visitar la magnánima sede de la Comisión Europea, entendiendo (someramente) su complejo funcionamiento, y lo trascendental de este órgano ejecutivo. Paralelo a esa vida burocrática, está la bella infraestructura de Bruselas, en particular de su Gran Plaza en el centro de la ciudad. Un lugar que te deja perplejo ante sus edificaciones y perfección.
Después de estar en el país del buen chocolate y los deliciosos ostiones, nos dirigimos a París. Sin lugar a duda una ciudad mágica. Por supuesto, puede parecer que he caído en el cliché de considerar a la Ciudad Luz como un lugar atiborrado de perfección ¡y no! Es bastante imperfecta, en su cantidad escandalosa de turistas, en la suciedad de sus calles, y en su (en ocasiones) caótico sistema de metro, por nombrar algunos aspectos. Pero, esto no puede opacar la imponencia de sus construcciones, la sencillez y delicadeza de sus calles y su inocultable historia de revoluciones. La Torre Eiffel por ejemplo es un símbolo impresionante, un lugar que se puede admirar por varias horas (como en efecto lo hicimos), y lo reitero, mágico.
No podía dejar de lado una experiencia que me enterneció y llenó de orgullo. Al asistir a la embajada de Colombia en Francia, una mujer nos atendió de la mejor manera, nos explicó todo lo relacionado a la carrera diplomática, además del ámbito profesional su experiencia personal en esa escogencia de vida. Al detallar su acento algo se me hizo familiar, y efectivamente mi intuición no falló, era nariñense como yo. Al percatarse ella de eso, junto con otra compañera de tour, nos dio una bienvenida en demasía cordial, se notaba en sus maneras lo complacida de encontrar a dos paisanos (pastusos) a miles de kilómetros de su lugar de origen. Ella, Sonia Pereira Ministra Plenipotenciaria, la segunda en la dirección de la embajada (Después del embajador), me dejó un recuerdo particularmente bonito.
Nuestro siguiente país fue Alemania, en su capital descubrí diferentes aspectos. Uno de ellos es sus aires de modernidad, de culturas urbanas, es extraño no ver grafitis, o arte sobre los muros. Otro, la indiscutible labor pedagógica, en pro de recatar la memoria del holocausto judío, muestra de ello está en el impresiónate Monumento al Holocausto sobre el Arco de Brandemburgo, o el Museo Judío, que con su magnífica arquitectura y material histórico, te da algo así como “una conciencia judía”. En la misma línea está La Topografía del Terror, un lugar en donde se muestra lo nefasto de los sitios (y sus prácticas) utilizados por los nazis para la tortura y aniquilación. Nuevamente la asistencia a la Embajada de Colombia fue gratificante, pues de ella, reforzando lo que comprendimos en París, nos dimos cuenta, que nuestro país no está relegado a los ojos de esas potencias al menos (y general en Europa pienso) al terreno de la burda criminalidad o violencia, más bien sus prácticas culturales, territorios, en sintonía con la firma del Acuerdo de Paz, han refrescado la imagen de lo colombiano.
Nuestro último país en visitar fue República Checa, en su tan sonada Praga. Ahí fue la primera vez en el viaje, en donde todo el grupo compartió un mismo sitio de alojamiento. Esto dio pie a disfrutar de cosas en conjunto, siendo transversal a esto la risa, la recocha, y el saber convivir con el otro. Praga me sorprendió de una manera tremenda, tiene una belleza única, es como estar caminando por cuadras en el lienzo de una obra de arte. Cargada de historia, música y cerveza es un lugar de sueño. Este ambiente de primavera, tuvo un freno en seco, fue la visita al campo de concertación judío Terezín a una hora y media de Praga. Es quizás la sensación más estremecedora respecto a la muerte que haya tenido a mi edad. Un lugar en donde la palabra humanidad perdió su significado, una experiencia que te da indicios para sospechar sobre la naturaleza benévola de los hombres. En fin, un infierno de reflexión, guiado por un compromiso de no repetición.
Después, de narrar mis experiencias en los distintos sitios visitados, me queda, la sensación única de que lo lejano no lo es tanto, y lo soñado lo es, claro, con sus matices. Creo que de lo europeo hemos naturalizado algunos rasgos, tal vez por ello mi comodidad en la travesía por las ciudades. Viajar en grupo, aprender de ellos, de los lugares, también de la diferencia, es, recordar horrores y revoluciones, es, comprender un poco (sólo un poco) más al mundo.