Por Ma. Angélica Aristizabal, estudiante de Psicología de la Universidad de Icesi. Octavo semestre. Trabajo elaborado en el curso “Formación profesional en psicología clínica”.
La contemporaneidad nos impone ciertos modos de vivir en los que la productividad, agilidad, inmediatez, actividad, juventud y seguridad se toman como valores por los que las personas guían sus comportamientos y acciones. Cada día nos enfrentamos a más y más desafíos que escapan al control del sujeto y éste se exige al máximo para poder lograr todo lo que necesita o se propone, poniendo en riesgo, en muchos casos, su salud física y mental. Es así como para el estrés, cansancio, frustraciones, depresiones y demás malestares, se ha encontrado lo que parece ser una cura infalible, los psicofármacos y las medicinas life style; que proporcionan un alivio inmediato del malestar y permiten llevar la vida cotidiana al ritmo que se nos impone.
Sin embargo, esta clase de consumo que nació como una posibilidad de exaltación de nuestras capacidades y una forma de apartar el malestar que nos hace menos productivos para esta sociedad, se ha naturalizado y hasta convertido en una necesidad, de tal manera que se hace un uso indiscriminado de estas drogas, borrando las barreras entre la normalidad y lo patológico. En este sentido hay dos puntos importantes que menciona Cazenave (2008) en La medicalización de la vida cotidiana; la primera es acerca de la patologización de la vida cotidiana, que lleva a que cualquier proceso del día a día como el duelo, la tristeza, el insomnio o el cansancio, sean tomados como enfermedad creando nuevas necesidades en las personas quienes demandan un alivio para su malestar. Es así como empezamos a consumir medicamentos para estar bien, sin sensaciones perturbadoras de la normalidad y que permitan mantenernos enfocados en nuestra productividad. La segunda, Por otro lado, la normalización de la patología, lleva a que no se preste la debida atención a verdaderos trastornos o que simplemente aprendamos a convivir con la enfermedad, de manera que sea normal presentarse y reconocerse como portador de una enfermedad.
Si bien estas clases de drogas utilizadas en la contemporaneidad permiten apartarse del malestar, ¿por cuánto tiempo y cuántas veces al día deben consumirse para no perder la sensación de bienestar? ¿Será esa la verdadera salida del malestar? Ésta posiblemente sean una salida fácil e inmediata, pero no implican una cura real. Cuando el hombre no se pregunta por el sí mismo, no tiene la posibilidad de saber qué es lo que le pasa para poder controlarlo o aceptarlo y esto también lo permiten tales medicamentos; al desplazar al sujeto de su malestar no le permiten interesarse y preguntarse por si mismos y sus verdaderos problemas. Se crea entonces alrededor de estas drogas una ilusión de bienestar que implica un consumo permanente e incluso adicciones a estos medicamentos. En el momento que se dejan de lado estas drogas aparece de nuevo la pregunta por el sí mismo que implica un malestar y necesitamos de nuevo la garantía de la felicidad que brindan estos compuestos.
Esto también podría verse como una forma de manipulación de la industria farmacéutica para generar consumo (Galende, 2008) y por supuesto riqueza para ellos, pero implica aún más una forma de contención de la sociedad. Estamos inmersos en una cultura que requiere de ciertos valores que mencionamos al principio, y el consumo de tales drogas es la forma de hacer seres aptos para tal sociedad y de garantizar una dinámica necesaria para la productividad, gente activa, sin distractores, dinámica, ágil, física y mentalmente. Podría decirse que la misma cultura capitalista genera los medios (las drogas) para que los hombres seamos aptos y logremos desarrollarla o perpetuarla.
Siguiendo nuestro interés o necesidad de involucrarnos en tal sociedad, consumimos lo que ella nos propone para poder ser lo que queremos o estar como queremos, según los dictámenes de los tiempos actuales. Pero la cultura también nos consume. Cuando podemos alcanzar esos ideales para ser en sociedad, nos convertimos en un elemento de ella que puede ser comprado y vendido; nos vendemos según nuestras capacidades y nos compran por ellas en el mercado del trabajo y lo productivo.
Seguramente muchos piensan que eso es lo importante, poder ser aptos, normales y funcionales para esta sociedad, pero ¿a qué precio? Si no sabemos ni quiénes somos, ni que sentimos, porque nuestra actitud depende de sustancias y no de nosotros mismos.
Para concluir pienso que es importante preguntar por la necesidad, que se ha creado en la contemporaneidad, de consumo de psicofármacos y life style medicines y las consecuencias subjetivas que esto puede traer. En la actualidad se convive con tecnología, maquinaria y sabemos que estas funcionan a partir de movimientos repetitivos, por tiempos y cantidades ¿Será que nosotros mismo nos estamos convirtiendo en nuevas máquinas? Cuando el hombre pierde su posibilidad de preguntarse acerca de sí mismo, es otra máquina de producción inserta en un sistema que le exige ciertos resultados y él se afana por cumplirlos.
Mi ánimo no es satanizar los psicofármacos ni mucho menos. Hay que reconocer que son muy importantes dependiendo del caso, pero no puede abusarse de su consumo ni normalizarse y ante todo no puede olvidarse la condición humana porque el sujeto puede colapsar.
Referencias:
Galende, E. (2008) Psicofármacos y salud mental. Buenos Aires: Lugar editorial.
Cazenave, L. (2008). La medicalización de la vida cotidiana. Consecuencias: Revista digital de psicoanálisis, arte y pensamiento. http://www.revconsecuencias.com.ar/ediciones/002/template.asp?arts/aplicaciones/cazenave.html
Imagen tomada el 14 de octubre de: http://www.infocop.es/view_article.asp?id=2194