En la década del sesenta del pasado siglo, el grabado tuvo una época de oro en el ámbito latinoamericano. Y esto se debió a una serie de factores políticos y culturales que convirtieron a esta antigua técnica que se empezó a emplear en Europa en el siglo XIII en un verdadero vehículo de creación y comunicación. La facilidad con la cual el grabado permitía reproducir a bajo precio y con gran calidad obras de arte sirvió de puente para sacar al arte del exclusivo circuito de las galerías y de los coleccionistas para entregar al gran público un producto que venía a revolucionar la relación entre el artista y el espectador.
Las proclamas políticas, las reivindicaciones y las denuncias sociales, fueron un verdadero pasto de cultivo para el grabado, pues gracias a este método de reproducción gráfica estas expresiones llegaban donde nunca antes habían llegado. Como consecuencia de esta imperiosa necesidad de creación, vieron la luz varios eventos que jugarían un papel definitivo en su difusión, como la Bienal de Latinoamericana de Grabado de Puerto Rico, la Bienal de Grabado de Maracaibo, la convocatoria patrocinada por Benson and Hedghes para dibujo y grabado en Argentina, o la Bienal de Grabado de Cracovia. Colombia no fue la excepción a este fenómeno pues se realizaron importantes muestras como la Exposición Panamericana de Artes Gráficas y las bienales del Museo de Arte Moderno de La Tertulia, las cuales fueron verdaderos hitos en el desarrollo del arte nacional.
Cali tuvo un papel preponderante en este aspecto, donde, a su vez que fue el lugar de las mencionadas bienales, y donde se dieron cita importantes artistas latinoamericanos y europeos, la empresa privada creo los famosos portafolios de grabados que se convirtieron en una verdadera piedra de toque para la expresión y difusión de nuevos artistas nacionales.
El arte salía de las paredes de los museos para estar en las paredes de las casas, de los talleres, de los colegios, de las aulas universitarias. Así mismo, en esta oleada entusiasta por el grabado, surgieron en Cali, Bogotá, Medellín talleres de grabado donde trabajaron reconocidos artistas como Pedro Alcántara, Darío Morales, Carlos Granada, Juan Manuel Lugo, Luis Paz, por solo mencionar algunos de ellos.
Y los centros de educación superior tampoco se quedaron atrás: surgieron talleres en la Universidad Nacional y en la Universidad de los Andes. Nombres definitivos como Umberto Giangrandi o Juan Antonio Roda, le dieron carta de naturaleza a esta actividad, elevando su calidad a unas alturas nunca antes vistas en el panorama colombiano, pues el grabado se había considerado por décadas como un arte menor. A partir de entonces las cosas cambiarían para siempre.
La presente muestra de grabados es, indirectamente, consecuencia de todos los factores mencionados, y transmiten esa energía que se dio en las últimas décadas de los ochenta del siglo pasado en nuestro continente. La presencia de artistas centroamericanos y del Caribe, así como de Argentina, Ecuador y Venezuela, se suman al trabajo de los grabadores colombianos quienes dejaron una honda huella en la historia plástica nacional.